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óscar b. de otálora
Viernes, 8 de junio 2018
La muerte de Anthony Bourdain a los 61 años en un hotel de París, en un supuesto suicidio, acaba con uno de los chefs más emblemáticos del siglo XXI pero sobre todo con un hombre que había convertido la vida en una aventura extrema. Y ... en ese viaje, la comida era una experiencia que estaba por encima de los refinamientos y las poses. Su teoría era que la comida era una fuente de gozo, y que como todo los placeres, es mejor disfrutarlos al máximo. Era un 'Rolling Stone' de la cocina, un Keith Richards de los fogones, así que no es de extrañar que en su primer libro, 'Confesiones de un chef', pusiera a caldo a Ferrán Adriá -aunque luego se harían amigos-. Para Bourdain, la sofisticación del catalán encerraba una falsedad que su apetito vital siempre al filo no podía soportar.
Anthony Bourdain trabajaba en los últimos años para la CNN, cadena con la que había rodado varios temporadas de documentales sobre gastronomía y sobre su propia vida. Fue precisamente esta televisión la que anunció su muerte. Según la primera versión, su amigo y también chef Eric Ripert lo encontró inconsciente por la mañana en su habitación del hotel. Al parecer, se había ahorcado.
El libro 'Confesiones de un chef' contiene alguna de las reflexiones de este cocinero que ayudan a entender su concepto de la comida y de la vida. Una de ellas es cómo decidió dedicarse a la gastronomía. Según cuenta, en un viaje a Francia con su familia les ofrecieron unas ostras mientas navegaban en un bote cerca de Arcachon. Los Bourdain, educados en Estados Unidos, donde este molusco se llega a comer rebozado, pusieron cara de asco. Él decidió comérsela por provocar a sus padres y mostrar que era el más macho del grupo. Además, el aspecto sexual de la ostra y sus connotaciones le resultaron atractivos. Pero la sensación de tener el mar en la boca le conmovió hasta el punto de decidir que dedicaría el resto de su vida a cocinar y a probar sabores.
Bourdain estudiaría en algunos de los mejores colegios norteamericanos, como Vassar, antes de comenzar a trabajar en restaurantes de todo tipo, desde los más cutres a los más elegantes. Su talento le condujo a la Brasserie Les Halles de Manhattan, un lugar chic y muy de moda. En su autobiografía describe el mundo de la cocina como el de unos alucinados con talentos parciales que debían consumir todo tipo de drogas y estimulantes para sobrellevar su trabajo. El mismo sería un adicto a todo tipo de sustancias -en esa época fumaba dos paquetes de tabaco al día- siempre en busca de experiencias nuevas.
En su obra describe además su obsesión por la cocina a la brasa y narra algunas cenas con cocineros de restaurantes turísticos de la costa cuando, al final de la temporada, se reunían de noche en las playas para cocinar la verdadera comida que a ellos les gustaba. Enterrando las brasas en la arena, cocinando en la orilla del mar, esperando el punto de cocción con el ruido de las olas de fondo. Es en ese libro en el que se burló de la decisión de Ferrán Adria de crear un helado con agua de mar.
Tras la publicación de 'Confesiones de un chef' se convirtió en un personaje mediático que viajaba por todo el mundo buscando sabores y nuevos platos en los lugares más insospechados del mundo: en valles perdidos de Colombia o en mercados de pescadores orientales. Inició una serie de reportajes televisivos -en uno de ellos se reconcilió con Adriá- y se convertiría en un gurú de la nueva cocina pero en su vertiente más radical.
En sus programas y sus obras muestra, por ejemplo, una fijación con el pan, un ingrediente del que esperaba mucho. Para él, la manera de medir la calidad de un restaurante era probar el pan y analizar cómo lo habían cuidado los cocineros. El grado de esponjosidad, cuánto crujía la corteza, los tipos de harina utilizado en su elaboración le servían para evaluar si el chef estaba dispuesto a mimar hasta el último detalle de una comida o era un conformista y por lo tanto un mediocre. Bourdain hablaba de estos temas en conversaciones salpicadas de palabrotas, indirectas sexuales y sus maneras de gamberro enloquecido.
En los últimos años, gracias a la influencia de su primera mujer, Ottavia, se había vuelto un adicto al deporte y a las artes marciales extremas. El 'adolescente' salvaje cuidaba su cuerpo y había dejado de fumar. Su actual compañera era Asia Argento, la hija del director de cine de serie B Darío Argento y una de las mujeres que denunció a Harvey Weinstein por su acoso sexual a las mujeres. En 'Appetite', su último libro, incluye recetas para comer después de entrenar.
Su nueva vida, en la que la pasión autodestructiva se canalizó hacia el mundo de las peleas salvajes, le llevó a organizar comidas con algunas de las mayores bestias del mundo, los luchadores sin reglas a los que admiraba. En el vídeo superior, por ejemplo, come unas gambas al whisky con Nate Díaz, uno de los monstruos de la UFC, uno de los pocos que ha derrotado a Connor McGregor.
En sus últimos años muchos de sus descubrimientos eran restaurantes de lujo a lo largo del mundo pero también pequeños locales de hamburguesas o comida asiática en los que Bourdain era capaz de descubrir a cocineros capaces de enamorarse de un plato y poner todo su cariño en la pieza más humilde. Con su muerte se va un chef para el que sentarse a comer era vital pero también lo que habías hecho antes del aperitivo y lo que ibas a vivir después del postre.
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