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En el minuto 39 del primer episodio de '30 monedas' tuve que parar. Lo paré todo. Aparté la cara de la pantalla, cerré los ojos y, por fin, empecé a reír como si me hubiera sumergido en un tonel de ácido hecho en Gotham City. ... Luego me fui a Twitter y escribí «Minuto 39 de #30Monedas. No creo que pueda volver a dormir NEVER EVER». Y, para mi sorpresa, en cuestión de segundos empezaron a llegar respuestas de amigos que se habían quedado tan impactados como yo. Recobré el aliento, regresé a la pantalla y continué el capítulo.
Lo de Álex de la Iglesia es una cuestión de honestidad. Dudo que exista una manera distinta de lograr la trascendencia. La brutal honestidad como cineasta, como escritor, como lector, como fan, como rolero... hace que '30 monedas' atraviese al espectador con un milagro poco habitual: la originalidad. Una puñetera y divertidísima originalidad que lo impregna todo, de lo puramente técnico a los personajes. Qué personajes, señor: ese alcalde preocupado por Instagram en mitad de un holocausto satánico, esa veterinaria llamada a vivir su propia 'Jungla de cristal', ese cura boxeador que es puro carisma, esa Carmen Machi... Rediós, con Carmen Machi.
Que haya gente que no soporte '30 monedas' es normal. Porque '30 monedas' no es una serie pensada para gustar por el mero hecho de agradar. Es una serie comprometida con sí misma, sin tapujos ni cortapisas creativas, y por eso está en HBO. Una serie española, ¡española!, que solo sería posible en un pueblo recóndito de Segovia y que ningún equipo de fornidos americanos podría replicar. Es nuestra. De aquí al mundo. Y lo mejor es que solo he visto el primer episodio. Qué locura pensar cuántos minutos 39 nos quedarán por delante.
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