«Fue 'influencer' cuando aún no se conocía esa palabra. La gente copiaba su peinado mientras ella daba lecciones de periodismo». Así definía Jordi Évole a su invitada, Julia Otero. Recreando el ambiente del plató de 'La luna', el emblemático programa que la ... comunicadora condujo hace tres décadas, el presentador entrevistaba a su invitada. «Me da vergüenza ver aquellos programas porque hay algunas entrevistas en las que no me indulto a mí misma», reconocía Otero que no precisamente se ha apoyado en la nostalgia durante el tiempo en que ha estado retirada por su enfermedad. «El tiempo lo he utilizado en mirar hacia adelante, no hacia atrás. Piensas en las cosas que tal vez no puedas hacer. Tengo nostalgia del futuro, no del pasado. De pronto llega un diagnóstico que te lo borra», contaba.
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De pequeña quería ser médico, pero el tiempo la condujo hacia la comunicación donde sigue brillando con luz propia. Y a lo largo de su extensa trayectoria también ha habido errores. Julia desvelaba el momento en que quiso que le tragara la tierra. «Fue una vez que estaba entrevistando a Rosa Díez, cuando era aún miembro del PSOE y era la consejera de Turismo del Gobierno vasco. Estábamos contando las excelencias de Euskadi y se emocionó contando virtudes. Y dijo: Es un país pequeño… Y yo rematé: …pero matón. Me quería morir. ETA estaba matando todavía», confesaba.
«Yo siempre he sido una chica del montón y con complejos. Nunca me he visto guapa. He sido una mujer apañada», precisaba Otero que cuando empezó llamó la atención por su estilismo. «Era molesto que se fijaran en mi físico porque parecía que yo era solamente eso. Había algo más debajo de los pelos de punta, pero tampoco lo llevaba con rabia», explicaba.
Pionera del feminismo, Julia Otero escribía artículos en momentos en los que pocos se atrevían a alzar la voz. «Hay un principio feminista que dice que cuando una mujer avanza ningún hombre retrocede. Esto hay que contarlo muy bien. El hombre que se siente herido por esto no es un hombre, es otra cosa. Hay gente que no quiere renunciar a sus privilegios. Los que no lo ven como una vergüenza histórica que hay que remediar son los que para mí no son hombres de verdad. Les falta algo, el sentido de la justicia y de la equidad», proclamaba una mujer comprometida que también sufrió el acoso masculino.
Un directivo se sentó a su lado y le puso la mano en una pierna. «No seas tonta, comentó. Le di un manotazo y le dije: Si estás ahí (al otro lado de la mesa) eres mi director, si cruzas ese camino y te pones aquí, la próxima te prometo que te doy una hostia. Y me dijo: Así me gustan las gallegas, con dos cojones. Volvió a su sitio y nunca más. Tuve suerte porque me consta que con otras seguía. Esta muerto y nunca diré el nombre», revelaba ante un atónito Évole.
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«Me encontraba en mesas con siete u ocho caballeros que podrían ser mis padres. Y sabes ese nivel de conversación, esa cosa que mecía todas las palabras y lo teñía todo de babosidad… Manejarse ahí era difícil. Había que practicar mucha inteligencia emocional y mucha paciencia», recordaba. «Afortunadamente lo resolví rápido», zanjaba. Y aprovechaba para mandar un mensaje a las votantes de VOX: «Si pudieran nos meterían en casa a las mujeres».
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