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Escribo estas líneas junto a una ventana por la que entra el sol. El cielo está azul y limpio. En la calle, un chico corre en manga corta mientras escucha música con unos auriculares. Junto al teclado tengo una taza de café y, de fondo, ... se oye a un pajarillo cantar. Todo es tan normal, tan pacíficamente normal, que asusta. No tengo más que parpadear para que las compuertas se rompan y el cerebro se inunde de imágenes y sonidos de Valencia. La dana, Dios mío. Esta mañana, crucé unos mensajes con Adrián, un amigo que vive allí. Está bien, pero su casa está a cinco kilómetros de «lo peor». Ha reunido dinero, ha comprado todo tipo de cosas, y se va en una furgoneta a repartir y ayudar.

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