Hice un año de Bellas Artes, antes de empezar a escribir. El primer día de clase de Escultura, el profesor Víctor Borrego nos pidió que escribiéramos en un papel un artista que nos inspirase especialmente, nuestro favorito. A mí me vinieron unos cuantos nombres a ... la cabeza, pero sobre todo Steven Spielberg. Así que saqué un lápiz e hice lo que luego descubriría que hicimos todos los compañeros: mentir. No sé si puse Miguel Ángel o Leonardo o alguna otra tortuga ninja. No lo recuerdo por eso, porque fue mentira. Yo quería poner a Spielberg, pero me dio vergüenza, no sé, parecía una respuesta poco académica, poca cosa. Todavía me arrepiento de aquello.

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Si volviera atrás en el tiempo, si pudiera empezar otra vez, me haría director de cine. Con 18 años pensaba que eso no era una opción real. El caso es que Spielberg fue y es importante para mí. El jueves por la mañana, en una parada de autobús, escuché a dos chavales hablar de lo de Netflix, ya saben, lo de las cuentas compartidas. Estaban alterados y ofendidos. «Ni loco pago más por Netflix. Total, para lo que hacen». Pegué la oreja un rato más y, cuando se fueron, tenía dos conclusiones claras. La primera es que Netflix va a acabar con muchos grupos de WhatsApp. La segunda es que Netflix es, para muchos, el autor.

Es como si HBO, Prime y Disney fueran Scorsese, Cameron y Ron Howard. Quiero decir, que hay gente para la que esas marcas son la firma. ¿No les parece terrible? Las películas y las series no tienen autores, tienen plataformas. ¡Marcas! Las marcas son empresas que tienen una función necesaria. Si Netflix cambia de modelo, por algo será, el tiempo dirá si es un tiro en el pie o un acierto de buen gestor. Pero su contenido tiene nombre y apellidos. Imaginen escribir 'Netflix' el primer día de clase de Escultura. Qué vergüenza.

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