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A muchos nos resulta difícil precisar en qué momento entró Íñigo en nuestras vidas. Personalmente, recuerdo una función teatral de fin de curso en la que se nos ocurrió parodiar 'Directísimo' bajo el seudónimo de 'Divertidísimo'. Éramos colegialas y tendríamos unos 15 años. La emisión ... en directo sobre un escenario de aquel 'Divertidísimo' incluía, entre otras ocurrencias, una surrealista entrevista a María José Cantudo, muy de moda por entonces, y otra a un paleto con boina hasta las cejas que juraba haber visto un ovni en forma de cabina telefónica... Aquello pertenecía a la época en que la vida ya no imitaba al arte sino a la tele. Y de eso tenía mucha culpa nuestro paisano José María Íñigo.
Ha llovido mucho desde entonces y hoy las cabinas telefónicas son casi tan raras de ver como un ovni, pero Íñigo seguía ahí, en la pantalla, con menos pelo pero con el mismo bigote.... Y eso, en este mundo vertiginoso y cambiante, a los que nacimos en la era analógica y crecimos en el blanco y negro nos daba una seguridad tremenda. Tuve ocasión de entrevistarle hace cinco años. Fue un verdadero placer. Hacía gala de un fino humor inglés y de una flema no sé si genética o importada de sus estancias en Londres. Yo trataba de pincharle acusándole de no emocionarse en Eurovisión... Y él respondía sereno: «Prefiero ser frío a pasarme de ardiente. Al espectador no hay que soliviantarle».
Me contó que a los 10 años se propuso aprender inglés y que a los 15 tradujo para Altos Hornos 'Errores en la fundición del acero'. Como me decía ayer una amiga: «Eso quizás explique por qué apenas se alteraba al ver doblar cucharas a Uri Geller». Tampoco se inmutó cuando Cicciolina, mostrándole varios postizos al realizador Navarrete, le preguntó de qué color quería la peluca... «Y no se refería precisamente a la de la cabeza», relataba él con retranca. Este hombre que creció entre las bambalinas del teatro Arriaga, donde su padre era electricista, y llegó a trabajar de domador de elefantes en el circo de Ángel Cristo era todo un personaje sin necesidad de grandilocuencia ni alardes. Ahora que tristemente se nos ha ido recuerdo que le pregunté qué lo hacía incombustible y él, con esa flema tan suya, respondió en plan Livingstone: «La curiosidad, supongo».
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