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La serie se llamaba 'Suspiros de España' y la emitió Televisión Española en 1974. De ella recuerdo los rancios sollozos de una Irene Gutiérrez Caba arrodillada en un reclinatorio doméstico, la risa mecánica de un Juan Diego fingiendo una camaradería histriónica en una charla de ... machitos ibéricos o un Fernando Fernán Gómez en el papel de hijo pijo forzado a escuchar las últimas voluntades de un padre agonizante al que no dejaba de interrumpir con su vozarrón inolvidable: «Papá, acaba por favor, que tengo una cita…».
Por aquella serie, emitida en un mágico blanco y negro, supe que existía Jaime de Armiñán, el hombre que hacía cine como si fuera teatro por sus deliciosos diálogos y que acaba de morir casi centenario. Uno andaba entonces aún por la adolescencia y no ha vuelto a ver tele como en aquellos años que precedieron y siguieron a la Transición. Para uno, no habido otra televisión que la española de aquella época. Sí, el blanco y negro es más elegante y penetrante, más literario que el color. Deja un espacio para la creatividad en el espectador que el arco iris le niega. Las miradas se hacen más hondas, los rostros, más afilados y las sombras, más sugerentes.
El paso al color de la televisión lo recuerdo como una contrariedad. Y el salto analógico al digital solo me ha servido para ver series. No todo es malo en el presente, entre otras cosas porque nunca como hoy puede uno irse al pasado. Uno puede reencontrarse con Armiñán en unaplataforma de 'streaming' o volver al blanco y negro con el Ripley de Patricia Highsmith que ha rescatado una serie de Netflix.
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