«Es una historia que está muy normalizada entre la gente de Leza», arrancaba Iker Jiménez. El periodista especialista en misterios fijaba su vista en Leza. «Todo el mundo da por hecho que lo que ocurre en este caserón tiene nombre y apellido», explicaba antes ... de dar paso al reportaje que habían realizado en la localidad de Rioja Alavesa y que protagonizaba Agapito, «un fantasma clásico, casi un icono del pueblo», añadía.
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Un inmueble que está en pleno centro de la calle mayor, rehabilitado como club social, era el escenario de la pieza. «Se oyen ruidos de sillas, se encienden luces, se abren y cierran puertas…», comentaban algunos vecinos del lugar, incidiendo en que aquello ocurría sobre todo en las plantas superiores del caserón. El documento recogía testimonios de personas que habían sentido su presencia. «Todos coinciden en que es un señor con mirada seria, con cierta hostilidad», aseguraban.
David González, redactor de EL CORREO, participaba aportando su experiencia. Y una madre reconocía ante las cámaras que no había vuelto al lugar después de que, hace ocho años, sufriera una experiencia traumática. Había ido con su hija a trabajar en uno de los ordenadores situados en la planta alta y la pequeña se le acercó y le dijo: «me da miedo el señor». Allí no había nadie, pero la mujer optó por huir. «Todavía se me pone la piel de gallina recordándolo», sostenía. «Lo primero que me viene a la cabeza es que era Agapito», agregaba. Jiménez explicaba que Agapito era un hombre que murió en los años 80 y era el guardés de la casa. «No era simpático con los vecinos. Siempre estaba en la huerta. Murió rápido, pero no sabemos cómo», aclaraban unas vecinas de Leza.
Aldo Linares, médium y colaborador habitual de 'Cuarto Milenio', acudió a Leza para explorar la zona de los hechos. «Hay una cosa aquí. Alguien que tiene un problema de pecho. Es una persona enferma, muy emocional. Es que se nota la enfermedad. Noto mucho una presencia masculina. Mucho», declaraba el experto en ocultismo. «Aldo se fue afectado y no es habitual», argumentaban desde plató. Y sumaban: «Decía 'bakarne'. Pensábamos que era un nombre, pero luego nos comentaron que también es la manera de determinar en euskera un sentimiento de soledad».
Los reporteros colocaron cámaras y grabadoras de sonido en diferentes lugares del caserón. Enrique Echazarra realizó un aislamiento sentado a oscuras en una habitación alta. «No sé por qué, pero tiendo a mirar mucho a mi izquierda al lado de la librería», decía el periodista, mientras Linares advertía de la presencia de un hombre en varios puntos del caserón. Las imágenes no reflejaron nada, pero los testimonios ponían los pelos de punta. «Se han habituado tanto a esa hipotética presencia que le han dado normalidad», zanjaba Jiménez.
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