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joseba fiestras
Lunes, 18 de febrero 2019, 01:32
La capacidad para detectar y aceptar los propios errores es lo que hace sabio al sabio. No reconocer que los cometemos es uno de los fallos más comunes del necio. Cada cual puede defender su verdad desde el estrado más alto, con brío desatado, pero ... la autocrítica es necesaria para mantener la cordura. No siempre somos dueños de la verdad, aunque la defendamos a capa y espada. Y en tiempos de titulares tramposos y tertulias en las que no gana el que más razón tiene sino el que más alto la sostiene, cuesta discernir entre tanto ruido mediático. Y uno puede comprender que en la batalla diaria por conservar la silla de un programa se acaben diciendo burradas poco pensadas, pero es complejo entender textos, se supone que meditados, en los que el dislate es mayúsculo. Uno de esos escritos provocó el momento más tenso vivido en el 'Chester' de Risto Mejide.
El escándalo era el hilo conductor y nunca un término estuvo tan bien escogido. Arcadi Espada se acomodaba en el sofá al son de otro escándalo, el cantado por Raphael. Y la primera pregunta ya le ponía sobre aviso calificándolo de «trampero». El camino se inició abordando el periodismo. «Mi oficio ha cambiado mucho y hoy se ve extravagante que alguien intente ver las cosas con sus propios ojos», argumentaba el columnista catalán. La ponderación estalló cuando Lidia Falcón salió a escena. La feminista acudía templada para cuestionar algunas de las opiniones del entrevistado, que saltó sobre su presa en cuanto la tuvo a tiro: «Lo único que demuestran sus palabras es que no ha leído ni una sola línea de lo que yo he escrito». La mecha estaba encendida y Risto frenó la explosión: «Respeta al invitado y obviemos esos tonitos de superioridad, esa displicencia».
La charla prosiguió por vericuetos engorrosos como los enfrentamientos del tertuliano con el escritor Javier Cercas o aproximaciones a la verdad absoluta de cada cual. Poco faltaba para llegar a la cumbre de la majadería. «Ni una sola gota de mi odio contra las ideas salpicará nunca a las personas. Para mí todas las personas son intocables», aseveraba Arcadi imperturbable. «¿Todas? ¿Las que tienen síndrome de Down también?», interpelaba el presentador, al tiempo que acudía a un artículo del periodista en el que éste manifestaba su desacuerdo con que el sistema público de salud sufrague a estas personas y redactaba: «Ellos tratan impunemente de imponernos su particular diseño eugenésico: hijos tontos, enfermos y peores». Lejos de retractarse, Espada trató de preservar su tésis y la actitud enervó al entrevistador: «Me hierve la sangre, ¿tú sabes la animalada que estás diciendo?», cuestionó antes de dar paso a otro invitado, Rafael Esguevillas, padre de Nico, un niño de once años que tiene síndrome de Down. El hombre, muy emocionado y con la voz entrecortada, expresó el orgullo que siente por su chaval, «le puedo garantizar que no es tonto ni peor que otros, y no termino de entender que pueda usted decir que mi hijo podría denunciarme por haber nacido».
Acabado el coherente discurso, Espada se revolvió y pidió turno: «Supongo que podré contestar con la misma longitud y sin ningún tipo de interrupción respecto a lo que este señor acaba de decir». Y Mejide asintió: «Sí, si le tratas con respeto». Palabras que enojaron visiblemente al escritor. «Me ofende profundamente y tal vez haya llegado el momento de acabar esta entrevista porque que tú consideres que yo puedo tratar a alguien sin respeto…», replicó. «Hombre, has llamado tonto, peor y enfermo…», trató de explicar el presentador, pero no pudo acabar la frase porque su invitado le cortó. «Eso es absolutamente falso, eso forma parte de un artículo periodístico», justificó el aludido. Y la charla llegó a su fin. «Mira Arcadi, no lo he hecho nunca, pero sabes qué te digo, que el que va a acabar esta entrevista soy yo», zanjó Risto justo antes de que el periodista se levantara y se despidiera, llamando tramposo a su anfitrión.
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