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Para el décimo aniversario de 'Salvados', Jordi Évole no eligió un programa de produción laboriosa y tesis controvertidas... le bastó con pasearse por distintas ciudades del país junto a un cámara para demostrar que las historias anónimas, recogidas a salto de mata y con ... mucho oficio, pueden convertirse en la mejor bofetada de realidad. Así, sin más aditivos, el periodista realizó un dibujo -tenebroso, pero con algunos toques de luz- de los golpeados por la crisis: personas de distintas procedencias y edades unidas por el agobio de tener que salir adelante cada mes sin apenas recursos. Y en la ruta de Évole por las penurias económicas de la gente corriente -recogidas bajo el título 'Esto es lo que hay'- no ha faltado una parada en Bizkaia.
Uno de los testimonios más emotivos del programa, emitido este domingo por La Sexta, fue el de una mujer con la que Évole se topó en un mercado vizcaíno. «No me puedo permitir comprar carne», indicaba . Y aseguraba que sólo va a la carnicería «a por pollo». «¿Qué voy a comer? ¿Solomillo y pescado?», le comentaba indignada al periodista. Según contó, el motivo de sus estrecheces y de que haga «siglos» que no pasa por la pescadería es que se quedó viuda hace diez años y cobra una pensión de 422 euros. Restando los gastos de «luz, agua y comunidad» le quedan unos 165 euros para pasar el mes... «Estoy enferma de cáncer desde hace dos años. No me dan trabajo en ningún sitio y el señor Rajoy me ha subido un euro la pensión». A sus 52 años, aseguró delante de las cámaras que está «deseando trabajar». «Tengo ganas de luchar», proclamó. Pero el día a día le ha demostrado que, a su edad y con las secuelas de su enfermedad, no es fácil encontrar empleo. «Mujer de 50 años con cáncer. ¿Las ayudas sociales a quién se las dan?», manifestaba la mujer, quien indicaba que a ella se las negaban «porque tengo patrimonio», que en su caso es un piso pagado. «Gracias a Dios, porque si no me veo viviendo debajo de un puente», apuntaba. En algún momento de la entrevista se le quebró la voz. Fue cuando dijo que tenía un hijo de 23 años «que está estudiando porque lo pagan mis padres. No tengo por qué vivir de la pensión de mis padres... Mi marido, que era autónomo, trabajó 30 años para que a mí no me faltara de nada».
Évole también se pasó por un bar cercano a La Naval, donde recogió más testimonios sobre la complicada situación que atraviesa el sector, algunos de ellos, con un toque de amargura, por la falta de movilización ante los problemas. «Los veteranos son más firmes en sus reivindicaciones. La gente de ahora no se mueve nada», le decían.
Las dificultades de muchos jóvenes para encontrar trabajo, estudiantes que se permiten el «lujo» de comerse un kebab de ciento en viento, visiones pesimistas del futuro... ¿Es que no hubo ni una luz de esperanza en todo el programa? Sí, la hubo. Y tuvo Bizkaia como escenario. Una pareja de ecuatorianos, propietarios de una frutería pusieron el contrapunto. Contaron cómo vinieron desde su país a Europa -primero recalaron en Italia- en busca de una vida mejor. Los comienzos fueron difíciles, hasta que recalaron en la capital vizcaína y la mujer comenzó a trabajar cuidando a unos señores mayores. Ellos le prestaron, sin intereses, 20.000 euros para que pusiese en marcha su negocio. Cada mes, los 1.000 euros de su sueldo se los iban descontando de la deuda. Hasta que logró su sueño. «Vinimos con una mano delante y otra detrás y ahora no podemos pedir nada más, sólo salud», explicaba la frutera, que se emocionó al recordar a la señora que cuidaba y que le dejó el dinero para encauzar su vida: «Era mi madre y mi amiga, ella ya murió, pero tengo relación con la hija». «Siempre digo que viniendo a España, a Bilbao, me ha tocado la lotería -reiteraba ante la atenta mirada de su marido-. He conocido a mucha gente que me ha tratado genial».
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