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Ayer 400 espectadores (exactamente 392 diez minutos antes de la hora de inicio, de las ocho de la tarde) disfrutaron del homenaje a Julio Iglesias ofrecido en el Teatro Campos por el salmantino de adopción Diego Ramos (Oviedo, 1977), torero retirado a los 35 años ... y hoy también empresario de bocadillos de jamón. A ver, Diego canta mejor que Julio, estrella mundial a la que calificó de inimitable y de número 1 indiscutible en el introito grabado de este ágil show de 93 minutos para 24 temas (incluyendo la intro instrumental y por dos veces el repetido en el bis, 'Paloma blanca'), un prólogo grabado donde también aseguró que era una suerte y un privilegio poder ofrecer este concierto único, exclusivo y elegante, donde nos animó a dejarnos llevar por la imaginación (lo cual no fue necesario: con esta sugerencia minusvalora su propio potencial), y en el que subrayó que en absoluto era un pobre diablo.
Lo único reprochable sería la insistente petición de palmas en la primera mitad del encuentro, un recurso populista que Diego Ramos no necesita y que seguramente agradó a la mayoría del respetable, una audiencia veterana y femenina: sólo había que ver a la gente al acabar, apelotonada en el lobby, haciendo cola para fotografiarse con el artista.
El que suscribe disparó con sus respectivos móviles a tres damas que se lo solicitaron antes de posar junto al cantante, quien en su primer parlamento en vivo alegó que se trata de un show desde la humildad, el respeto y el cariño a un personaje inimitable, al que evocó con su vestimenta (americana cruzada, chaleco…), estética (peinado a raya sin entradas, rostro moreno…), posturas (enhiesto por la columna dañada debido al accidente de tráfico, ora en pie ora sentado en el taburete, tocándose el corazón y asiendo el micrófono como si estuviera rezando, los ojos cerrados al concentrarse en la canción...) y forma de hablar (esa esporádica y eufórica onomatopeya de 'ueh', ese comerse las sílabas en las frases rápidas, o el encarnarse en el mismísimo Julio al comentar que ya sabemos que gira por todo el mundo y que la víspera estuvo en Ámsterdam, que el show se estaba transmitiendo en más de 25 países, o que si una trilogía seguida de canciones las escribió para unas novias que tuvo: Gwendolyne, Manuela y Nathalie).
El de ayer fue un concierto increíble, vive Dios. Un encuentro que sembró sonrisas (el que suscribe, que nunca ha oído un disco de Julio, se sentía extrañamente feliz), que comenzó en modo boite o discoteca de los 60-70 y que pronto pasó a la orquestación festivalera o televisiva hasta pellizcar al oyente y avisarle: esto se encamina hacia lo mejor del año.
Y con un acompañamiento semiorquestal de doce músicos (cuarteto de cuerdas, tres vientos –trompeta, saxo y trombón-, bajo y batería, guitarra y dos teclados) que sonó bastante bien el en difícil Teatro Campos, sobre un escenario con buena iluminación que a menudo ponían el foco (o los haces de luces) sobre la figura del cantante (qué diferencia con la norma general que hemos sufrido en las últimas dos semanas: esas luces premeditadamente horribles que vimos esa misma noche en el Kafe Antzokia lleno por Viva Belgrado, o el jueves en el mismo local ante Redd Kross, o durante el BIME en la Stage Live con Thy Catafalque y EzEzEz, o con Depedro en la Santana 27…).
Diego Ramos cantó mejor que Julio (ya se ha dicho) y la atención del público, pastoreado por las palmas, osciló entre el silencio solemne y los móviles grabando en 'De niña a mujer', y la única letra coreada con intensidad, la de 'Me va, me va', donde el público se hizo Julio.
Aunque le imitara, se inspirara en Julio Iglesias, el actuante Diego Ramos no le copió, que es el pecado de los conciertos tributos (aparte de que van a una velocidad inferior al artista o grupo original). Y llegó un momento en que no pensábamos en Julio, sino en Diego, porque podría haber cantado una canción de Francisco, de Los Pecos, de Nino Bravo o de Dani Daniel (en la fila 16 había un señor gozando de la velada que se parecía al vocalista asturiano; casi le preguntamos pero le perdimos de pista al acabar) y el disfrute de las 400 almas hubiera sido el mismo. Efectiviwonder, Diego Ramos consiguió la transubstanciación en Julio Iglesias: se convirtieron en el mismo espíritu, usaban la misma estética y les guiaba la misma ética del amor y el truhan.
Espiguemos, si es posible, entre la veintena de títulos: 'La vida sigue igual' sonó como si le acompañara la orquesta de TVE en los años 70, 'Pobre diablo' le quedó tan bien que no necesitaba pedir palmas, al igual que el discofunk 'Si me dejas no vale', '33 años' resonó a Víctor Manuel y Diego Iglesias avisó de que esa canción hablaba de él, al country se arrimó en 'Un sentimental' (la de aquí para allá), tan formidable le quedó 'No vengo ni voy' que vamos a mirar cuando canta por Burgos, Santander, San Sebastián o por ahí para ir a repetir (en Logroño el 14 de diciembre), 'Soy un truhan' le quedó monumental', y quizá, quizá, quizá 'Viejas tradiciones' fue lo mejor de la velada, aunque horas después ya nos embarga la duda.
Había pasado la mitad del repertorio y quedaban muchos más hitos: la citada 'De niña a mujer' la finalizó con uno de los muchos fade outs con los que se atrevió Julio Ramos, 'Spanish girl' sonó a soul pop onda Albert Hammond, 'Un canto a Galicia' se lo dedicó «a Valencia , con todo mi cariño», y coló un verso cambiado que decía «yo te quiero tanto, tierra de Bilbao».
Luego se acordó de esas tres presuntas novias (y la mejor le quedó la afrancesada 'Nathalie', con epílogo felliniano, o sea italiano), justo en 'Hey' fue cuando se produjo la transustanciación (con él en el trono del taburete y atravesado con la luz cenital), 'Me olvidé de vivir' la interpretó fenomenal, en el primer bis doble se lució con 'Quijote' y la citada '´Me va, me va' (me va la fiesta, la madrugada, me va el cantar…, jo, ¡qué crack Julio!), y como el público casi se amotinó, hubo de dar otro bis, y aunque le pidieron a gritos títulos explícitos ('Que no se rompa la noche', 'Bamboleo', y al que suscribe le hubiera gustado oír 'La carretera'), Julio Ramos repitió una latina, 'Paloma blanca', la cual entonó cantó mejor que la primera vez (y en esta segunda subió al escenario a un par de espectadoras para cantarlas cual seductor implacable).
Vaya conciertazo. Menudo espectáculo elegante. Por cierto, aunque se anunciaba que estaría basado en el disco en directo 'En el Olympia' (1976), el repertorio apenas tuvo concomitancias con este elepé.
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