El aserto viene a cuento de la decisión municipal de retirar del callejero de Palma de Mallorca los nombres de los Almirantes Churruca, Gravina y Cervera, marinos del siglo XVIII y XIX, a los que el alcalde de la ciudad y sus concejales de Educación, ... Política Lingüística y Participación Ciudadana tachan de fascistas o franquistas, incluso aunque su biografía no tenga ni proximidad cronológica con esos adjetivos, ni tampoco un átomo de vinculación ideológica con los mismos.
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Naturalmente la decisión ha sido más una parida analfabeta que una contumacia política, razón por la que su valoración está mucho más vinculada a los peligros de las sociedades ignorantes que a las secreciones puntuales del dogmatismo ideológico.
En efecto, el alcalde de Palma y sus ediles son un peligro para la democracia por la fuerza bruta de su incultura. Nadie que exteriorice y normalice la ignorancia de forma tan desacomplejada debería ostentar cargo público de responsabilidad, ya que sus actos pueden transformar el analfabetismo en cotidiano, el verdadero saber en mercancía caduca y la democracia en algo dúctil y manejable. Pero a la hora de buscar responsables por este hecho también tenemos que apuntar el dedo acusador hacia nosotros mismos, ignorantes igualmente por permitir que unos pollinos de la política ejerzan nuestra representación y nuestra voz o que mantengan con legitimidad nuestra tutela democrática.
Algo habrá que hacer, digo yo, aunque no se trate tanto de proclamar la necesidad de un gobierno de sabios, como de salir de nuestra atonía acrítica o de una pasividad complaciente a la hora de conceder a cualquiera nuestra representación democrática. Un tonto en el poder es siempre peligroso para la libertad y la democracia, mucho más si es ignorante y encima osado. El hacerle plenipotenciario constituye un riesgo excesivo. Empieza por montarte un pandemonio con el callejero y hasta puede terminar, sí, haciéndote un roto en la democracia o un estropicio en las libertades.
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Estatuto del artista
Unos por otros y la casa sin barrer. A buen seguro que desde el Gobierno vasco, las Diputaciones, los Ayuntamientos o el propio Parlamento vasco no se ve la dramática situación del mundo de la cultura y de sus trabajadores, sobre todo de aquellos que no son funcionarios, que no están en la plantilla de una institución pública o que no sienten la seguridad con la cobertura del erario público. Digo que no ven su dramática situación porque los fondos extraordinarios del Gobierno vasco han sido nimios, las condiciones para el acceso de los trabajadores imposibles y encima las instituciones vascas han sido incapaces de regular y clarificar rápida y eficientemente las especiales características laborales y fiscales de los trabajadores. Lo último de esta catástrofe ha sido el frustrado intento parlamentario de EH Bildu dirigido a crear un marco normativo propio, un Estatuto vasco del artista, politizado y solapando la legislación estatal. No sé muy bien donde está la solución, pero se impone racionalidad y celeridad para solucionar el problema.
Oscar de Hollywood
La Academia de Hollywood no quiere este año una gala de los Oscar por videoconferencia y sin glamour. Y mucho menos repetir el próximo 25 de abril la catastrófica audiencia televisiva registrada en los Emmy, en los Globos de Oro o incluso en los Goya. Y entonces, ¿qué hacer para que la noche de los Oscar no pierda atractivo? Pues lo primero ha sido enviar una carta a todos los candidatos avisándoles de que deberán estar físicamente presentes si desean recibir su estatuilla. Para ello los Oscar tendrán este año varias ubicaciones. Así, junto al tradicional Teatro Dolby también se va a utilizar la Union Station de Los Angeles y quizás alguna otra sede en Europa. Por supuesto habrá alfombra roja, desfile presencial de 'celebrities' y mucho glamour. Además, la producción se planteará con el esquema narrativo de una película y no como un programa de televisión. Máxima expectación, claro.
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