Los tiempos están cambiando, como diría Bob Dylan. Y lo hacen rápida e inexorablemente, sobre todo en la creación y en el consumo musical. Fíjense en el resultado de los Grammys esta semana, donde el verdadero triunfador en la categoría del mejor artista emergente no ... fue otro que TikTok, la aplicación favorita de la generación Z o el portentoso trampolín para artistas en pos del estrellato. Lo digo porque en ese epígrafe la mitad de los nominados entre las nuevas estrellas ha pasado de una u otra forma por TikTok. Y, ¿por qué esa atención preferente a la cantera nacida de los algoritmos por parte de los premios más importantes de la industria musical? Pues sencillamente por el poder y la repercusión viral de esos vídeos cortos o de esas coreografías pegadizas de TikTok que democratizan la creación y el consumo, convirtiéndose en la nueva mina de un negocio musical que ya cumple su primera década en la era del streaming. Loren Gray tiene 50,8 millones de seguidores en TikTok, Roddy Ricch ha pasado de ser un simple rapero a la lista Billboard Hot 100 y Sam Fischer ha visto como de su tema 'This City', que solo tuvo éxito cuando apareció en la plataforma, ya se han grabado más de mil millones de vídeos como banda sonora o de compañía para las imágenes de otros muchos 'tiktokers'. Los tres son ejemplos entre muchos otros que sirven para definir el mundo cambiante del negocio musical, donde una aplicación sencilla dispara las posibilidades creativas de millones de artistas en ciernes, donde las casas de discos han encontrado un yacimiento que sirve para promocionar su propio catálogo y para encontrar nuevos talentos; o donde el crecimiento exponencial de la oferta permite al consumidor personalizar tecnológicamente su 'playlist' en un universo musical interminable, aunque también acotado a sus gustos gracias a la discriminación que en su favor realizan los algoritmos. Los tiempos musicales están cambiando, ya se ve. ¿Serán a mejor? Pues seguramente, porque con TikTok hay más oferta, más posibilidades creativas y hasta mucha menos distancia entre el creador y el consumidor.

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Moda

Schiaparelli revisitada

La moda como expresión de las vanguardias artísticas o la estética femenina como terreno de juego para el mejor reflejo del surrealismo, es decir, como experimentación formal y social de una de las grandes corrientes del siglo XX. Seguramente el viejo debate que alude a la moda como disciplina que va más allá de un arte aplicado tiene en Elsa Schiaparelli (1890-1973), en sus sorprendentes creaciones y en sus relaciones con los creadores de las vanguardias, la prueba palpable y visual de una constatación cierta. No extraña por ello que la gran exposición parisina sobre la moda en el próximo verano esté dedicada en el Museo de las Artes Decorativas a la gran 'Schiap', la creadora que avanzó con audacia y vinculó la identidad femenina a una vanguardia todavía vigente, donde las colaboraciones con Cocteau, Man Ray, Dalí, Meret Oppenheim o Marlene Dietrich testimonian en las formas y en los complementos una gestualidad moderna y libre, una inspiración que se inscribe en la mejor evolución de la historia del arte y hasta una visión de la mujer plenamente contemporánea.

Cine

Vuelta a las salas

Hay que estimular la vuelta del público a las salas de cine. Y no solo por la necesidad de reanimar un negocio fundamental para el cine, sino también por el papel clave que las salas desempeñan en la dinamización de ciudades y centros comerciales. Las salas en España no recaudaron en 2021 ni la mitad de lo ingresado en 2019. Este año, la caída media de asistencia entre enero y marzo ha sido del 47% respecto a la media del mismo periodo entre 2015 y el 2019. Ante ello, la vuelta de la Fiesta del Cine con entradas a 3,50 euros durante tres días en la primera semana de mayo constituye una acertada estrategia para recuperar unas audiencias retraídas de las salas o más acostumbradas al consumo de cine en casa, y un reclamo para el apoyo social a un sector cultural golpeado por la pandemia y no siempre bien tratado por los poderes públicos.

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