Zestoa, el Macondo de Pío Baroja
Experiencia vital ·
Un libro publicado por el Gobierno vasco rastrea la huella de su breve etapa como médico en su obra literariaExperiencia vital ·
Un libro publicado por el Gobierno vasco rastrea la huella de su breve etapa como médico en su obra literariaLos estudios de Medicina, su preocupación por la biología y la construcción de la mente humana, su interés por la fisiología, la antropología y las ideas médicas renovadoras tuvieron una influencia determinante en la vida y obra de Pío Baroja. El libro 'Pío Baroja, escritor ... y médico' publicado por el Gobierno vasco retrata y justifica su relación con la Medicina, que va más allá del breve ejercicio de la profesión en Zestoa (Cestona en 1894-95). Promovido por la Dirección de Patrimonio del departamento de Cultura, recoge estudios de los doctores Luis Sánchez Granjel, Ignacio María Barriola, José Guimón Ugartechea, Raúl Guerra Garrido -novelista y doctor en Farmacia- y el escritor y cineasta Pío Caro Baroja, sobrino del autor de 'El árbol de la ciencia'. Para Baroja, Zestoa fue su Macondo. Esa experiencia vital y profesional convirtió a un médico de aldea en un novelista universal, cuyos libros se reconocen en todas las culturas del mundo.
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Baroja no se encontró cómodo en sus estudios de Medicina, ni con el modo de enseñar ni con las prácticas, que le parecían métodos ineficaces. En esto, como en toda su obra, brota su sentido crítico, que le llevó de por vida a discurrir como un solitario. El joven estudiante sintió como algo inhumano las prácticas de cirugía con cuerpos descompuestos, cuyo deterioro llegó a comparar con la triste decrepitud de la propia humanidad. El retrato de aquella miseria le confirmaba en las ideas de Arthur Schopenhauer. Aquel choque, aquella impresión, determinó su conducta, para tomarse la práctica de la Medicina con distancia prudente y con poco entusiasmo.
Sin embargo, Baroja, al término de sus estudios, decidió realizar la preparación del doctorado y escribió una tesis sobre el dolor, donde abunda el discurso teórico. La defendió ante un tribunal en el que estaba Santiago Ramón y Cajal. El doctor San Martín le preguntó en esa ocasión si no practicaba la gimnasia, a lo que Baroja respondió con humor, dándonos ya un retrato de su personalidad: «Yo contesté que la sensación de la gimnasia no la había experimentado nunca; que, respecto al sol, su luz me producía bastante aburrimiento, que encontraba la noche más agradable que el día y que, cuando no tenía más que hacer que tomar el aire, me gustaba quedarme en la cama». La tesis doctoral, 'El dolor. Estudio de Psico-física', se publicó en 1896, dos años después de la muerte de su hermano Darío.
Esta muerte del hermano, con quien Pío había proyectado escribir de manera conjunta, llegando a publicar algunos artículos en periódicos y revistas, supuso un duro golpe para la familia y de modo particular para el joven médico, al ver que sus conocimientos, que consideraba escasos, no le ayudaron a mejorar y salvar a su hermano.
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No obstante, tras leer un anuncio en 'La Voz de Guipúzcoa' con la convocatoria de una plaza de médico en Zestoa, decidió optar a la misma, que le fue concedida. La práctica médica de apenas un año en la villa guipuzcoana no fue una anécdota pasajera, sino algo que, como los estudios de Medicina, determinó su vida de escritor en gran medida. Que fuera a esta pequeña localidad guipuzcoana, famosa en el tiempo por sus aguas de balneario, tuvo sin duda que ver con el hecho de que su padre, Serafín, escritor, poeta, músico e ingeniero del Estado, hubiera estado por un tiempo trabajando en el pueblo.
Porque el hecho de tener cierto tiempo libre y distancia crítica con el médico titular, además de contar con un taco de igualas médicas, imaginación y una decidida vocación de escritor, en aquel breve periodo de vida de médico de aldea, determinó su carrera en las letras. Baroja era hijo, nieto y biznieto de gentes de letras, editores, publicistas, periodistas, que dieron nombre al siglo XIX en Gipuzkoa y en España. Las lecturas de niño y su imaginación hicieron todo lo demás. En el reverso de los prospectos de las igualas escribió con su letra inconfundible los cuentos no menos inconfundibles de 'Vidas sombrías'.
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La vida y experiencia de Zestoa, donde dice haberse «sentido vasco» tras su deambular por Madrid, Rio Tinto y Valencia -donde terminó la última asignatura de Medicina- le sirvió para mucho. Como médico y como escritor. De algún modo, en el medio rural encontró aquel ambiente que no había vivido de niño en San Sebastián. Que Zestoa marcó su vida lo prueba que cuarenta años después, en su novela 'El cura de Monleón', vuelva a retratar espacios y rincones de aquella estancia en la aldea. Su relato 'Noche de médico' cuenta la experiencia vivida en su atención a un parto.
Pero Baroja, a pesar de esa experiencia no muy agradable de su práctica de la Medicina, quiso seguir ejerciendo la misma. Para ello, solicitó posteriormente una plaza en Segura e hizo gestiones para otra plaza en San Sebastián, aunque se quejó de no encontrar apoyo. En esto recibió una carta de Unamuno, que había puesto prólogo a su primer libro, 'Vidas sombrías' (1900), y le preguntó por su asiento profesional.
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«Al principio de mi vida literaria -escribe en 'Galería de tipos de época'-, Unamuno me escribió dos o tres cartas hablándome con elogio de 'Vidas sombrías'. Como en una de estas me decía si tenía yo arreglada mi manera de vivir y yo le contesté que no, me escribió diciéndome que le indicara qué pretendía, por si algo podía hacer por mí. Le contesté que me buscara una plaza de médico en Salamanca, y al poco tiempo me escribió que conseguiría una plaza de médico en una aldea lejana, llamada Pedrosillo de los Aires. Yo, a esto, dije que no, que, para vivir en aldea, preferiría una aldea vasca».
De Zestoa hizo Baroja muchas referencias en sus novelas, como en el prólogo de 'César o nada' y en la más determinante de su obra, 'El árbol de la ciencia'. Del mismo modo, en el discurso de ingreso en 1935 en la Real Academia, en 'Divagaciones de autocrítica', y en la obra que marca y define su pensamiento, 'Juventud, egolatría'. En artículos como 'Fin de otoño en el campo' y 'Un médico de aldea', aquel universo narrativo y emocional de Zestoa se reproduce a su vez. No sabemos cuál hubiera sido el Macondo de Baroja si no hubiera estado allí, pero no estaría lejos del Bidasoa, espacio al que don Pío dio título de país.
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«En la obra literaria de Baroja siempre se descubre, velada o manifiesta, su condición de médico; influyó en su estilo, en el modo de componer la estampa de muchas de sus criaturas, también en los personajes médicos a los que encomienda la defensa de sus propias convicciones científicas, los fundamentos de su mundo ideológico», afirma el doctor Sánchez Granjel. A veces tienen un papel protagonista, como en 'El árbol de la ciencia', y otras son figuras secundarias. El doctor Recalde aparece en 'Las inquietudes de Santi Andía' y 'El laberinto de las sirenas', el doctor Arizmendi en 'La familia de Errotacho', el doctor Bastarreche en 'El cura de Monleón' y el doctor Soraiz en 'Los buscadores de tesoros'.
Como cuenta en 'Galería de tipos de época' y en otros libros memoriales, tuvo especial predilección por los histólogos y por el pensamiento de Claude Bernard, cuya filosofía y entendimiento del mundo y la historia cautivó de por vida al escritor vasco. Estos textos fueron los que más inquietaron a las doctrinas imperantes en su tiempo, porque Baroja predicaba muchas cosas. La primera, una aspiración ética que había aprendido en los libros de la filosofía clásica, en Diógenes Laercio, en el pensamiento de Claude Bernard, el histólogo y filósofo francés, y en la filosofía de Kant o Schopenhauer.
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Tuvo también Baroja especial relación con Gregorio Marañón, con quien se entrevistó en París durante la Guerra Civil, que le atendió como paciente, y con el doctor Val y Vera, quien formó parte de las tertulias habituales que don Pío convocaba en su domicilio, casi a diario, en los últimos años de su vida para discurrir y dejar pasar las horas. Julio Caro Baroja, al referirse a esas tertulias tan concurridas, afirmaba que en ocasiones la casa familiar se parecía a los pasillos de un aeropuerto.
Baroja admiraba en el joven médico vasco Nicolás Achúcarro, más que su teoría médica, su pensamiento filosófico y su discurso vital. Achúcarro, muerto en plena juventud, cuando estaba llamado a continuar la obra de Ramón y Cajal, tiene tal aprecio de Baroja que el escritor lo incluye como personaje en su novela 'El hotel del cisne'.
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El libro 'Pío Baroja, escritor y médico', del que estos días saldrá la segunda edición, ha sido publicado a propuesta de la Dirección de Patrimonio por mandato del Parlamento vasco, como reconocimiento al autor con motivo de las conmemoraciones del 150 aniversario de su nacimiento. Recoge las ponencias y conferencias presentadas en el congreso organizado en 1996 por el Colegio Oficial de Médicos de Gipuzkoa, dirigidas por Félix Maraña, donde intervinieron los doctores Luis Sánchez Granjel, Ignacio María Barriola, José Guimón Ugartechea, Hilario Urbieta, Mikel Laboa y Raúl Guerra Garrido, además de Pío Caro Baroja, su sobrino y también escritor. También incluye un prólogo del consejero de Cultura, Bingen Zupiria, quien considera a Baroja como parte del patrimonio cultural vasco. Contiene varias ilustraciones, entre ellas portadas de los libros referidos en los estudios. La portada lleva un dibujo a lápiz del pintor bilbaíno Rafael Ortiz Alfau.
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