La voz de Ella Fitzgerald cuenta su historia
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Judith Tick ha dedicado diez años a estudiar la vida de la mejor cantante de jazz, que lideró una orquesta en un mundo de hombres e interpretó como nunca a Cole PorterSecciones
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Judith Tick ha dedicado diez años a estudiar la vida de la mejor cantante de jazz, que lideró una orquesta en un mundo de hombres e interpretó como nunca a Cole PorterTodos coinciden: 'Ella Fitzgerald. La cantante de jazz que transformó la canción norteamericana' (Libros del Kultrum, 2024) es la biografía definitiva de la Primera Dama de la Canción. La historiadora Judith Tick (1943) ha dedicado los diez últimos años de su vida a tamaña empresa. ... Resultado: más de 500 páginas con infinidad de anotaciones, anexos y bibliografía. Aunque Ella nació en Virginia en 1917, creció en el barrio neoyorkino de Yonkers, «en la zona más pobre de la ciudad, una calle abarrotada de casas de renta baja, sin agua caliente y decrépitos edificios de madera»; una comunidad de «húngaros, negros, hispanos e italianos». Su madre era cocinera y fue durante un tiempo capataz en una lavandería. De todo esto, según la autora, viene la principal obligación moral de la futura cantante: «proveer a su familia».
En 1933, tras el accidente de tráfico que deja inhabilitada a su madre, una Ella adolescente se lanza a la calle a pedir limosna, lo que le vale una condena de cinco años en una especie de reformatorio, a cien kilómetros de Yonkers, por absentismo escolar. Allí comenzaría a cantar y a tocar el piano de manera básica. En noviembre de 1934, con 17 años, gana un concurso de aficionados en el Apollo de Harlem, que le supondrá una semana de actuaciones en el Harlem Opera House. Fue en este local donde el guitarrista de la orquesta de Chick Webb, el baterista del momento, insistió a su jefe para que la escuchara. Webb se negó en redondo: «No necesito a ninguna cantante en mi orquesta». Alguien añadió años después que la chica le pareció «demasiado fea». El guitarrista insistió: «No la mires, solo escúchala». La contrató inmediatamente. En 1937, Ella fue motivo de disputa entre Chick Webb y Benny Goodman, el gran director de orquesta del swing, quien ofreció al baterista 5.000 dólares de la época para contratar a la cantante; Webb se negó.
Ella ya brillaba con luz propia, pero en el seno de una orquesta. En 1938, una batalla de bandas en el Savoy Ballroom con Ella Fitzgerald y Billie Holiday a la cabeza terminó en tablas; ambas se admiraban mutuamente. Entonces las cantantes eran casi elementos decorativos de las orquestas. Algo cambió el lunes 2 de mayo de 1938. Ella acudió con Chick Webb al estudio de Decca para grabar 'A-tisket-a-tasket', una canción infantil. El A&R del sello se negó en redondo, lo que llevó a Webb a desmontar su batería para marcharse. El ejecutivo de Decca se lo pensó dos veces y al final cedió. La canción supuso un gran éxito, a pesar de algunas críticas despectivas, y le valió a su jefe tocar en el Paramount Theatre, en el corazón de Times Square, ante 3.400 espectadores. «Fitzgerald vio su nombre iluminado en la marquesina, tras el de Webb, pero ambos tenían el mismo tamaño que el de las estrellas del largometraje que acompañaba el show». Ella llegaría a grabar una secuela: 'I found my yellow basket', segunda frase de la canción.
Chick Webb, casi un padre para Ella, falleció en 1939 a causa de una tuberculosis renal. Fue otro ejemplo de superación: de niño sufrió una tuberculosis en la columna, que quedó deformada y limitó su estatura. Con solo 24 años y una pena inmensa, Ella adoptó una valiente decisión: seguir como líder de la orquesta de Webb, algo inédito en el masculinizado mundo del jazz. Ella cambia de look y de estilo. Con la II Guerra Mundial en marcha el swing y el jive, tan dinámicos y bailables, ceden espacio al pop de cantantes románticos y al revolucionario bebop. Y Ella se adapta: en 1947 publica 'Lady be good', un estándar de Gershwin llevado al terreno del emergente bebop, un arreglo de la propia cantante inspirado en sus trabajos con Dizzy Gillespie y sus innovadores músicos. En su cara B lleva 'Flying home', un scat grabado dos años antes. Billboard, Variety y Downbeat ponen ambas canciones por las nubes.
Es entonces cuando entra en escena el empresario Norman Granz y su gira itinerante 'Jazz at the Philarmonic' (JATP): grandes músicos blancos y negros en extenuantes giras por Estados Unidos y Canadá desde el otoño de 1945 y en Europa desde 1952, músicos de swing y bebop ante públicos no segregados, con Ella como cantante estelar. Granz fue un visionario, un pionero, un antirracista: pagaba buenos sueldos, alojaba a los músicos en los mejores hoteles y buscaba grandes recintos, de los reservados a las orquestas sinfónicas a enormes estadios. Todo esto era nuevo para Ella y Norman, siempre audaz, propuso a la cantante ser su manager mientras volaban de Tokio a Osaka en plena gira japonesa en noviembre de 1953. Según recoge Judith Tick en el libro, era una idea a la que Norman llevaba años dando vueltas: «Ella tenía miedo. Pensaba que yo era demasiado temperamental». Firmó un año de prueba, Norman renunció a sus honorarios y hasta liquidó la deuda fiscal de la cantante, de casi 50.000 dólares de la época.
El texto, exhaustivo, recuerda también su participación en el primer Festival de Jazz de Newport (1954), con «7.000 personas llevadas al frenesí», las triquiñuelas de una admiradora llamada Marilyn Monroe para que cantara en el exclusivo Mogambo Night Club de Hollywood, los diversos episodios racistas sufridos en primera persona (en un avión de la TWA, en Charleston o en Houston, donde terminó en el calabozo), las dificultades de los artistas negros para salir en la televisión, el nacimiento del sello Verve en 1956 de Norman Granz, el primer grammy para una artista negra en 1958, sus dos discos con Louis Armstrong o cómo puso voz a la publicidad de las casetes Memorex al extremo de que sus notas grabadas rompían finas copas de cristal.
Mención aparte merece la grabación del 'songbook' (cancionero) de Cole Porter ese mismo año, un disco doble de Verve por el que nadie apostaba. Ella Fitzgerald vende 100.000 copias en un mes y todos se rinden: «las canciones de Cole Porter como nunca se habían hecho». Con la ayuda de un joven arreglista, Ella las recupera y las eleva a un nuevo estadio: el nuevo canon del jazz vocal. La cantante volverá a hacerlo con Irving Berlin, Harold Arlen, Jerome Kerr y Johnny Mercer, y hasta con su admirado Duke Ellington. Ella se reinventa continuamente: canciones de los Beatles o de Cream (con un joven Eric Clapton), de Randy Newman o de Harry Nilsson, de Nancy Sinatra o de Stevie Wonder, de soul y de bossa nova; sus esfuerzos no siempre son bien entendidos. Dado que sus discos se venden cada vez menos, se ve abocada a una gira interminable; en Europa llega a actuar 18 noches seguidas, a menudo en sesión doble. En abril de 1965 sufre un colapso en un escenario de Múnich y lanza una indirecta a Granz: «Algunas personas se enfadan mucho cuando te pones enferma. Pero, trabajando todos los días con la misma voz, no puedes esperar que esté en perfectas condiciones. Es un don de Dios, no hay que abusar de él».
En invierno de 1970 le diagnostican diabetes, un problema que irá mermando su salud y laminando su agenda de conciertos. En la década de los 80 apenas ofrecía una docena de shows al año. Falleció el 15 de junio de 1996 en su casa de Beverly Hills, rodeada de su familia. Tenía 79 años. Como recoge Judith Tick en la biografía, recibió el cariño de mucha gente con la que se cruzaba: le decían que la querían, que era una de los suyos. Y Ella respondía: «Tengo aquí unas tres sacas de correo que aún no he contestado, gente que me escribió mientras estaba en el hospital. Empiezas a pensar, ¿ha merecido la pena? Y yo digo que sí».
Judith Tick es doctora, musicóloga y profesora emérita de Historia de la Música de la Northeastern University de Boston, pionera en el estudio de las mujeres en la música e innovadora en el terreno de la biografía musical. Durante 10 años ha reunido una ingente cantidad de datos en un profundo análisis sociocultural y personal de la mejor cantante de jazz de todos los tiempos. El título original, 'Becoming Ella Fitzgerald: The Jazz Singer Who Transformed American Song', es perfecto: Ella iba para bailarina, empezó en una orquesta con mínimo protagonismo, se hizo cargo de ella, se independizó, pasó del swing al bebop, a la bossa nova, al soul, al pop… Fue un largo y duro proceso: become significa llegar a ser. Y eso es lo que cuenta Judith Tick.
En una entrevista a 'Jerry Jazz Musician', web jazzística de referencia (Portland, 1997), la autora recuerda que salió «directamente del feminismo de la segunda ola y del gran aumento del interés por la música y los estudios estadounidenses en los años setenta». Y mientras escribía este libro entendió qué es realmente el jazz estadounidense, «como lenguaje musical, cultura y civilización». En cuanto a la comparación que a menudo surge entre Ella y Billie Holiday, recuerda que ambas «empezaron cantando un solo estribillo, lo que significa que durante una grabación de tres minutos y medio cantaban menos de un minuto». Billie afirmó su independencia al frente de un pequeño combo, era sobre todo cantante de club, su entorno favorito, mientras que Ella, «que era mucho más liberal», pasó por todo tipo de escenarios, formatos y estilos: «Ella tomó lo que necesitaba de toda esta música y se lo devolvió con respeto, solo el country se le resistió».
En otra entrevista para la WBGO, histórica emisora de jazz del área de Nueva York, Judith Tick cuenta que inició este trabajo en 2013, cuando muchos de los protagonistas habían fallecido y otras personas podían hablar de ellos. Utilizó nuevas fuentes documentales: «periódicos digitalizados, en particular periódicos negros, que la mayoría de los académicos blancos no conocen. Gran parte de la historia ha sido escrita por eruditos blancos y no conocen ese otro mundo impreso, que narra toda una sociedad que estaba realmente oscurecida por el racismo de Jim Crow o el sexismo de Jane Crow». Como segunda novedad, la propia familia de la cantante: «La gente apenas sabía que Ella Fitzgerald tenía una gran familia». Destaca otro aspecto bien conocido: no era sexy ni glamurosa. «Ella no era hermosa, lo sabía y eso a veces le resultaba doloroso. Lo superó gracias a su integridad como artista». Frente a los elogios cosechados por la biografía, el crítico del 'New York Times' Dwight Garner reprocha el lastre que supone el lenguaje académico para transmitir tanta pasión.
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