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La vida del padre del publicista Carlos Holemans, Karel, es de película. No ha sido hasta muy adulto cuando ha podido conocerla casi al completo ... y, tras años de trabajo, publicar el libro 'Los espías no hablan' (Arpa). Para él juzgar al padre -pintor flamenco, nacionalista, templario y espía para los nazis- no tiene ningún sentido. «Aquello era pura supervivencia», afirma. Uno de sus cuadros, 'Paisaje de Elorrio', ganó un concurso de la asociación Unión Arte en 1946, pasó por las manos del cónsul belga y luego fue donado al Museo de Bellas Artes de Bilbao.
- Todo real aquí.
- Han sido diez años de trabajo de investigación y todo está documentado de un modo bastante obsesivo. Mi objetivo era no poner nada que no tuviera soporte documental. Incluso los diálogos, aunque evidentemente yo no estuviera presente, tienen una base real, sé que se dijeron determinadas cosas y a mí me han dicho cómo fueron. No hay ficción. Mi editor me decía que yo he querido escribir es un libro de historia y me ha salido una novela de aventuras. Pero ese mérito no es mío, es de mi padre, que vivió una vida que era una novela de aventuras.
-Murió cuando usted era muy joven.
- Yo tenía 16 años.
- Es cuando se puede empezar a hacer preguntas, a tener una relación más adulta. ¿Cree que le habría contado esto?
- Creo que no. He hablado con otras personas que han nacido en Latinoamérica porque allí se exiliaron sus padres -colaboracionistas flamencos que tuvieron que irse de Bélgica después de la II Guerra Mundial porque fueron represaliados- y crecieron en un ambiente en el que en algunos casos aún se habla flamenco aunque los hijos y nietos nunca hayan pisado el país. Se crían en la añoranza de un país en el que nunca han estado. Mi padre, sin embargo, dijo que iba a pasar página, a empezar una nueva vida en España e incluso a dejar atrás la lengua que hablaba. Se convirtió en ciudadano español y me mantuvo a mí en una burbuja con el propósito de protegerme.
- ¿De protegerle?
- Tratando de evitar que yo tuviera la tentación de ir a Bélgica y me viera arrastrado por los peligros que para él eran reales y que para mí nunca lo hubieran sido. Pero fracasó: yo he tenido un hijo con una flamenca y mi hijo es trilingüe, habla español, flamenco e inglés. Mi hijo habla los idiomas que yo hubiera debido hablar, es de alguna forma cerrar el círculo.
- Echando la vista atrás, ¿qué diría que sabía de su padre antes de ponerse a investigar?
- Sabía que había mucho secreto, una vida a la que se le había cerrado la puerta y tirado la llave. Había una enorme melancolía del sitio, yo sabía que mi padre vivía en el exilio. Sabía que había sido pintor, algún cuadro veía pero no muchos; con los años he ido recopilando una buena colección de sus cuadros. En el libro cuento que sé que mi padre lleva una vida que no se corresponde con la que ha vivido antes. Alojado en el Palace, conocido de toreros y políticos, alguna anécdota de la que puedes pensar que está loco. Luego descubres que fue todo cierto.
- Fue una vida muy complicada.
- Y de un hombre con facilidad para meterse en líos. Cuando conoce a mi madre, ya en Cataluña, se encuentra con una suegra que es una de las dos personas perversas del libro.
- Ahí tiene otra novela.
- Ya lo creo (risas) pero me apetece muy poco escribirla.
- Ahora, ¿qué sabe de su padre? ¿Cómo lo describe?
- Era un romántico imprudente. Un tipo con toda la vehemencia y la inmoderación de un artista y además un idealista romántico, que mitifica el pasado glorioso del Flandes del Siglo de Oro y de la pintura flamenca que cuelga en museos de todo el mundo. Es un idealista. Y en Flandes tiene todos los elementos del nacionalismo: el pasado idealizado, un enemigo exterior y un territorio monolingüe, el sentimiento de un territorio oprimido. Los nacionalistas flamencos aspiran a un país que es Holanda y el norte de Bélgica. Te sonará a Euskal Herria y a los Països Catalans. Y los nazis detectan estos movimientos enseguida y los financian para dividir y tener aliados locales.
- Era miembro de la Orden del Temple, una de las razones por las que salió de Bélgica y llegó a España. ¿Cómo casa eso con lo otro? ¿Fue espía doble, triple?
- Mi padre era un superviviente. Antes de eso, era de una familia muy católica y esa orden lo es. Los templarios no son secretos sino discretos, es como una masonería cristiana, inscrita entonces en el registro de asociaciones belgas. Eran muy conservadores, monárquicos -en contradicción con el nacionalismo flamenco-. Y siendo él de origen burgués, se casa con una mujer de entorno obrero que es socialista y que viene a España como enfermera a la Guerra Civil... y ella espía para el Partido Socialista, que desconfiaba de los comunistas entonces. La primera esposa estará en la Resistencia y mi padre, en relaciones con los alemanes como flamenquista.
- No juzga en ningún momento estos comportamientos. ¿Ha sido lo más difícil?
- Las películas de Hollywood nos han presentado a los espías al servicio de su Majestad, pero eso no era así: durante la guerra cada uno trata de sobrevivir como puede. Cuando te pueden matar unos u otros, tú solo quieres seguir vivo. Yo no hago juicios de valor. No había una lectura moral entonces. Yo no sé qué hubiera hecho yo. Era pura supervivencia.
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