En el mundo literario se conoce como negro ('ghostwriter', escritor fantasma, en el equivalente inglés) a quien escribe una obra o parte de ella sin que su nombre aparezca en el libro que se publica, que firma el autor consagrado para el que trabaja. Hasta ... la segunda mitad del siglo XIX, contar con la colaboración de un negro literario no suponía nada indigno ni infamante para el prestigio del escritor titular, se aceptaba como una herramienta más de trabajo y no se mantenía en secreto. Se ha especulado si autores con una producción muy extensa habrán contado con la anónima ayuda de negros. Por ejemplo, a Lope de Vega se le atribuyen 314 obras de teatro. Su vida fue larga, pero estuvo repleta de lances y aventuras y disfrutó de muchas amantes. Se sabe que era muy rápido en la ejecución de una obra, pero no olvidemos que se escribía a mano con el lento sistema de pluma de ave y tintero. Resulta poco creíble que con tan ajetreada existencia y esos medios tuviera tiempo material para inventar y escribir tanto él solo.
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Se dice también que Balzac contó con un negro, incluso con varios. Cuentan que su negro habitual murió y que Balzac acudió al entierro atribulado. Y que alguien se le acercó y le dijo que no se preocupara por las consecuencias prácticas de la pérdida, ya que él era el negro del negro.
Hoy en día, aunque la figura del negro literario está mal vista por lo que supone de apropiación y fraude, sigue existiendo. Lo sé de primera mano porque soy uno de ellos o, mejor dicho, lo he sido hasta ahora.
El primer encargo fue hace cuatro años. Hasta ese momento había publicado dos novelas, en pequeñas editoriales, que se vendieron poco y pasaron desapercibidas, sin que les sirviera de ayuda un par de buenas críticas. Me ganaba entonces la vida en parte como lector de manuscritos para un importante grupo editorial; mis informes de lectura eran apreciados por los certeros análisis y conclusiones, así como por su diáfano estilo. Un día, el director del sello más comercial del grupo me propuso una encomienda. Roxana Quincoces, la presentadora estrella del canal Anfisbena 3, la reina de los programas cajón de sastre matinales, había escrito una novela y ofrecía su publicación. El jefe me dijo que la historia no estaba mal del todo, pero había que mejorar mucho su escritura para que no diera vergüenza publicarla. Añadió que yo tenía buen oficio («será por eso que a mí no me publicas, cabrón», pensé) y que para mí iba a ser fácil. Por supuesto, mi nombre no aparecería en el libro, cuyo gancho era ostentar el de la popular dama. No me pagaron mal, pero aquel bodrio me dio mucho trabajo. Estaba escrito con el estilo de una redacción colegial de alumna del montón y su estructura narrativa era inexistente. Lo reescribí entero y mejoré la historia. La novela, titulada 'Pringue de miel' (ella lo impuso), fue ignorada por la crítica y un gran éxito de ventas.
Para el segundo encargo, que fue pocos meses después de la publicación de 'Pringue de miel', conocí en persona a Roxana Quincoces. Nos reunimos el editor, ella y yo en el reservado de un restaurante caro. Roxana, que acababa de cumplir los 60 (si no se quitaba años), era todavía una mujer muy atractiva. También era simpática, soberbia, caprichosa y despótica; trataba a los demás como si fueran subalternos. Conmigo escogió darme órdenes escuetas e ignorarme todo lo posible. Por supuesto, no me dio las gracias por haberle escrito un éxito. Esta vez, la impostora se había limitado a esbozar una historia en cuatro páginas que me entregó el editor. Convertí aquella inepta sinopsis en 'Carambola de pasiones' (de nuevo el título era suyo, lo único no debido a mí), una novela muy comercial con cierta calidad. Se vendieron bastantes ediciones e incluso algún crítico saludó la aparición de una voz literaria solvente, surgida de la mediocridad televisiva.
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La tercera novela escrita para la arpía con mi envilecida pluma de negro llega a las librerías mañana arropada por un costoso despliegue publicitario que rubrica la apuesta de la editorial por el fenómeno Roxana Quincoces. Se titula 'Una venganza meticulosa' y en este caso hasta el título es mío. Mejor dicho, no todo es mío; ahora me explico. Me han encargado un guion para una película, que firmaré con mi nombre y por el que recibiré una pasta. Así que me he decidido a salir de este pozo de negrura en el que estoy hundido. Y lo haré vengándome, sobre todo de la desagradecida y altanera farsante, pero también de la editorial carente de escrúpulos y de consideración hacia mí. Dentro de unos días, cuando mi novela dispare las ventas, dispararé yo. Ya he acordado con un periodista cultural la publicación de los doce fragmentos de novelas prestigiosas de autores famosos (todos vivos) que he intercalado con habilidad en el texto, y por tanto se descubrirá el vergonzoso pastel. He metido hasta un trozo traducido de la última de Stephen King. Tengo mucha curiosidad por la imposible justificación que intentará la Quincoces; puede que por primera vez enmudezca ante un micrófono.
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