
Vargas Llosa y la cultura francesa
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El Nobel español reúne una veintena de textos que dan fe de su pasión por Francia y su literaturaLa relación de Mario Vargas Llosa con el legado cultural francés ha sido estrecha desde los inicios de su formación intelectual y su propia carrera literaria. A los 21 años ganó un certamen de cuentos convocado por una importante publicación francesa ('La Revue Française') cuyo premio consistía en una visita a París de quince días que él prolongó hasta un mes. Y tres años después se instaló junto con su primera esposa (la famosa 'tía julia' de su célebre novela) en la capital del Sena, donde escribió su primera novela, 'La ciudad y los perros'. Su amor a la literatura francesa culminaría en 1975 con la publicación de 'La orgía perpetua', un magnífico ensayo que es un homenaje a Madame Bovary y a lo que podríamos llamar 'la poética narrativa' de Flaubert. Son esa pasión, fielmente mantenida durante toda su vida, y su reciente entrada en la Academia Francesa las que hacen más que oportuna la publicación de un libro como 'Un bárbaro en París', que reúne una amplio conjunto de escritos directamente relacionados con la cultura francesa y la irresistible influencia que esta ejerció sobre él.
Precedidos de un ilustrativo y sinóptico prólogo del escritor y antropólogo peruano Carlos Granés, veinte son en total los textos firmados por Mario Vargas Llosa que dan cuerpo al volumen, el último de ellos el propio 'Discurso de ingreso a la Academia Francesa', que se inicia abordando una cuestión que va a repetirse como un 'leitmotiv' a lo largo de todo el libro, y que ya constituye el tema central de 'El amor a Francia', el texto que lo abre: la atracción y veneración que toda América Latina ha sentido en la época contemporánea por la cultura francesa, hasta constituir una referencia 'reina', sin competidor posible, tanto para los artistas e intelectuales como para la burguesía frívola o las mismas clases populares.
Este hecho, que puede sorprender en un presente en el que la lengua de Molière ha sido arrinconada por la de Shakespeare en la enseñanza y en las esferas de influencia social o de poder internacional, queda perfectamente expresado en una frase que Mario Vargas Llosa cita de Octavio Paz: «París, capital de la cultura latinoamericana». En ella está el alma que flota sobre todas estas páginas en las que el Nobel de Literatura va describiendo las sucesivas devociones y descubrimientos que a lo largo de su vida le ha ido proporcionando el paraíso franco: desde Verne y Alexandre Dumas, con su impagable sentido de la aventura, a los grandes realistas del XIX como Victor Hugo, Stendhal, Balzac… y Flaubert, sobre todo Flaubert, como gran revelación de que el arte de la novela no reside en lo que se cuenta sino en cómo se cuenta.
A través de muchos de estos textos se puede reparar en la atención que Vargas Llosa prestó a esa genuina invención del genio galo que es el malditismo; a Baudelaire y a Rimbaud; al «pensamiento ardiente y glacial» de Bataille y al grupo de los surrealistas, cuya poética de ruido, violencias y desafíos llega a definir como «un apocalipsis en un vaso de agua». Vargas Llosa admira 'Nadja', «la delicada y originalísima» ficción de André Breton, pero la descarta como receta para la novela. Con los autores del XX, el escritor muestra un sentido crítico que no mostraba con los del anterior siglo. Y en ese viaje de la admiración a la crítica, cuando no al rechazo, ocupa un lugar preeminente en el libro la figura de Jean-Paul Sartre. La confesa fascinación que le produjo en su juventud es directamente proporcional al rechazo que le inspira en la madurez, por razones que van más allá de la adhesión incondicional que el autor de 'La náusea' profesó al comunismo. Vargas Llosa rinde un homenaje a Sartre en este libro solo por las páginas que le dedica, pero no cree en sus recetas, ni para la ideología ni para el arte de narrar. Y coincide, sin duda, con Camus y con su «moral de los límites» en la denuncia ética del totalitarismo, así como con Jean-François Revel en la defensa del pensamiento liberal.
En 'Un bárbaro en París', Vargas Llosa no se queda en las letras francesas, sino que reflexiona y fantasea con las pinturas de Gauguin o con 'La lucha con el ángel' de Delacroix. Pero, sobre todo, rinde un sentido y sincero homenaje a ese símbolo o mito de plenitud creativa, y respeto a la cultura que Francia supo hacer de sí misma. Y logra que entendamos su emotivo mensaje, así como que nos pongamos de su lado cuando afirma: «Muchas cosas he aprendido de la cultura francesa, pero la que más a amar la libertad por encima de todas las cosas, y a combatir todo lo que la amenaza y contradice».
J. Ernesto Ayala-Dip
Cuando en una ciudad del sur del planeta, unos cuantos jóvenes veinteañeros se reunían para arreglar el mundo, como se solía decir, dos nombres habituales de la tertulia nocturna con mucho café de por medio eran los de Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Tanto para usar a uno de los dos para atacar al otro o para ensalzar sus respectivas obra todavía no muy digeridas por aquellos jóvenes con muchas ganas de guerra filosófica. Cuento esto porque estos días cayó en mis manos un libro que me viene como anillo al dedo, no solo para recordar viejos tiempos de discusiones, que también, sino sobre todo para recordar y subsanar algunas lagunas sobre una de las figuras más representativas del pensamiento filosófico durante la segunda mitad del siglo XX. Me refiero a 'Un Sartre muy distinto', del profesor en la Universidad de Nueva York François Noudelmann.
Quien más quien menos conoce la figura de Sartre. El que lo ha leído sabe de su importancia filosófica y literaria. Junto a 'Los caminos de la libertad', Sartre escribió novelas canónicas como 'La náusea' (1938) o el conjunto de relatos 'El muro' (1939). (La primera vez que leí ese libro quedé prendado del relato que da título al libro, 'El muro', probablemente una de las mejores historias que se escribieron sobre la Guerra Civil española). Generalmente se cree que conociendo que Sartre fundó el existencialismo como escuela filosófica ya se sabe lo más importante sobre su figura. El existencialismo y el compromiso político fueron sus caballos de batalla más conocidos y difundidos. Pero François Noudelmann no relativiza estos conocimientos sobre Sartre. Los enriquece e ilumina junto a facetas de su vida personal e intelectual bastante ignoradas, como si el pensador francés se hubiera guardado secretos sobre su vida.
El título del libro de Noudelmann es indicativo de por dónde camina su ensayo, 'Un Sartre muy distinto', muy distinto a como se lo conoce habitualmente. Porque hay un estereotipo sobre su persona: un hombre muy comprometido con su tiempo y muy progresista y bastante proclive a las compañías femeninas. Sin embargo, el autor nos dice que eso es cierto, pero que muchas veces Sartre estaba cansado de ser tan comprometido y que todo el mundo lo convocara para dar conferencias. Sartre trabajaba mucho, tanto que consumía anfetaminas para soportar el peso de su compromiso. Y quería escribir ficción, por ejemplo. O dedicarse a la música. El lector puede buscar en YouTube su versión de un 'Nocturno' de Chopin.
Noudelmann entrega un Sartre muy distinto, es cierto, tan distinto que casi no lo reconocemos. Pero existió. Como también existió su hija adoptiva Arlette Elkaïm, que compartió con Noudelmann material casi inédito sobre otro Sartre, el viajero, que al final de su vida dejó un libro inconcluso 'La reina Abermale'. Una gozada.
Pablo Martínez Zarracina
La nueva novela de Karl Ove Knausgard profundiza en las horas anteriores a algo que no se sabe si es la catástrofe, el final o la revelación. Como el instante anterior a la lluvia, acumulan una vibración especial. Son los últimos días del verano en Bergen y hace mucho calor. La pequeña multitud de personajes del libro ve cómo aparecen en sus vidas señales extrañas. Las mínimas tienen que ver con el comportamiento de cangrejos, zorros y otros animales; la señal enorme aparece en el cielo con una luz intensa. Algunos entienden que es una supernova. Otros, que es el Armagedón. Todos comparten una cierta desubicación dentro de sus propias vidas y una tendencia creciente a no disponer de toda su capacidad de atención. De ese modo, se enfrentan a la irrupción de lo irreal desde un lugar que a veces queda entre la vigilia y el sueño, a veces entre la sobriedad y la intoxicación y a veces entre la vida y la muerte.
Tiene algo de juego que la novela comience con Arne, un profesor que veranea con sus hijos y su mujer, que parece atravesar problemas psicológicos. La cotidianidad familiar descrita al detalle es el material autobiográfico con el que Knausgard ha escrito miles de páginas, pero pronto uno de los gatos de la casa abre la puerta a lo inquietante. Es como si en 'Mi lucha' tomase los mandos Stephen King y esa distorsión sintetiza la naturaleza de la novela. Pronto vamos conociendo al resto de personajes, que protagonizan en primera persona -y con la invariable voz de Knausgard: aquí polifonía es monotonal- capítulos que describen sus vidas en los días en los que apareció la estrella extraña. Entre ellos, Kathrine, religiosa protestante que traduce la Biblia y siente cómo se tambalean sus certezas, o Jostein, un heterodoxo periodista de sucesos que investigando la desaparición de unos jóvenes conecta la novela con su trama criminal, más cercana esta vez a 'True Detective' que a Stephen King.
La novela es ambiciosa y está descompensada. Knausgard muestra en ella la asombrosa capacidad de atracción de su escritura pero también su incapacidad para poner ideas a funcionar. A cambio, vuelca directamente las ideas y el texto rebosa de teoría filosófica, literaria y escatológica hasta llegar a un capítulo final que reproduce un ensayo escrito por uno de los personajes titulado 'Sobre la muerte y los muertos'. Es interesante en cualquier caso ver cómo el interés del noruego salta a lo grande de la epifanía al Apocalipsis. Un esfuerzo de síntesis y algún intento para que los personajes no pareciesen invariablemente versiones del autor habría mejorado el texto. Sobre todo, cuando hay indicios en él de que la visión de Knausgard del previo de las postrimerías continuará.
J. Arrieta
Tras vender más de 200.000 ejemplares de sus ensayos 'Imperiofobia' y 'Fracasología', la filóloga y ensayista Elvira Roca Barea se estrena como narradora con 'Las brujas y el inquisidor', que ha obtenido el premio Primavera de Novela 2023 y que trata del célebre asunto de las brujas de Zugarramurdi. El libro está dedicado «a la memoria de don Alonso de Salazar y Frías, inquisidor», y miembro (disidente) del tribunal que juzgó el caso, cerrado en el auto de fe de Logroño en noviembre de 1610. Esa entrada indica por dónde van los tiros. Roca Barea toma la dirección opuesta a la que se ha generalizado en las ficciones sobre esta historia y los procesos de brujería en general, en las que se presenta a las brujas como cándidas depositarias de saberes ancestrales que son perseguidas por inquisidores fanáticos, crueles y pérfidos. En la novela de Roca Barea el héroe es el inquisidor. La premisa es muy atractiva. Pero su desarrollo fracasa, perdida en un relato plano y sin pulso. Decía la autora en una entrevista que tratar con personajes históricos la ha agobiado mucho: «Cada vez que los hacía caminar o hablar me sentía cohibida». El problema es que se nota, porque estos personajes no acaban de cobrar vida en la narración o su desarrollo no va a ninguna parte. Y, lo más sorprendente, faltan las propias brujas que aquí solo son el fondo del relato, nombres mencionados de pasada, sin voz propia. Solo se presenta a la octogenaria Graciana de Barrenechea como un personaje siniestro que intimida con su sola presencia a los inquisidores que la interrogan. Del resto, poco más se sabe. Ni siquiera se sugiere cómo pudieron reaccionar al oír sus sentencias las seis personas que fueron condenadas a ser quemadas vivas en Logroño, a pesar de que se dedican 18 páginas a describir aquel histórico auto de fe.
J. O. L.
Estamos ante una obra abrumadora que pone el foco en la importancia de los libros en nuestras vidas. «Cada libro lleva una pregunta en su corazón» y su trabajo es «ayudarte a encontrar la respuesta» se lee en una de las últimas páginas de la novela de Ruth Ozeki, novelista, cineasta y sacerdotisa budista. La obra está narrada en dos voces, la del joven protagonista, Benny Oh, y la de su propio libro que narra su vida y le ayuda en su tránsito desde la niñez a la edad adulta. Benny empieza a oír voces tras la absurda muerte de su padre, atropellado por un camión de pollos a su regreso drogado de uno de sus conciertos de jazz. Su madre comienza a acumular objetos en casa de forma convulsiva y Benny es internado en un centro psiquiátrico en donde conoce a personajes fascinantes.
I. E.
En 'La libertad democrática' Daniel Innerarity parte de una pregunta directamente relacionada con el presente: ¿qué ha ocurrido para que la libertad se haya convertido hoy en una bandera de la derecha y la obediencia en un valor de la izquierda? Este reduccionista planteamiento se explicaría -según el autor- por un desplazamiento ideológico producido por una concepción distinta de la libertad en ambas partes en pugna y por la necesidad de democratizar determinadas dimensiones de la sociedad actual. El texto toma la alegoría que el pensador republicano Jon Elster utiliza de la figura de Ulises atándose para no sucumbir al canto de los sirenas para defender la autolimitación de la libertad personal que debemos imponernos para asegurar nuestra supervivencia individual y colectiva.
I. E.
'El último verano' es un volumen que reúne una colección de ensayos y artículos de prensa del profesor Diego S. Garrocho, quien compatibiliza las clases de Ética y Filosofía Política en la Universidad Autónoma de Madrid con una escritura que levanta acta notarial del presente desde una mirada impenitentemente filosófica, a menudo no exenta de intimismo y de nostalgia, pero siempre dispuesta a separar el trigo metafísico de la paja puramente anecdótica y coyuntural. En todas estas prosas flota de manera reinicidente la profunda convicción de que la única respuesta válida y eficaz a los males, conflictos y desafíos del mundo en el que vivimos reside en nuestro legado cultural y en los valores de este. Por esa razón no es extraño encontrar en estas páginas referencias a Leopardi, Aristóteles, Platón o Ferlosio.
I. E.
Stefan Zweig fue un singular biógrafo. El prestigio y el gran atractivo que tiene esa faceta de su obra reside en que supo escribir 'biografías con alma', o sea, darles una coherencia basada en la intuición y la sensibilidad para interpretar los datos y hechos objetivos de los personajes retratados y darles un sentido que los hiciera legibles. Eso es lo que consigue en 'Tres poetas de sus vidas'. ¿Qué pueden tener en común Stendhal, con su capacidad de penetración psicológica; Casanova con su superficialidad anecdótica; y Tolstoi con su empeño de convertir su empatía en una verdadera búsqueda espiritual, ética y mística? Respuesta: todos ellos hicieron arte de sus propias vidas. Los tres convirtieron su experiencia existencial en materia literaria.
J. K.
Hugo Mujica es un poeta argentino, nacido en 1942, un escritor veterano. En este libro, 'En un río todas las lluvias', propone una poesía de la escucha de la experiencia en el tiempo que pasa. Existe mucha información en torno a la poesía de corte simbolista, que busca un sentido en la vida cotidiana, y en ella se inscribe la escritura de Hugo Mujica. Pero el poeta sabe que lo que ya se ha dicho en literatura debe tener una nueva forma de escritura. Así sus poemas, breves e intensos, no reniegan de una interpretación de la naturaleza, aquí presente en el símbolo del agua, pero buscan una imagen precisa, inmaterial, sustantiva que vaya desde la sensación al símbolo. Un libro de poemas breves que diseñan un mundo plural (las lluvias) resuelto en esencia (río).
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