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Los valles de Bohemia

Jueves, 4 de enero 2018

En sus años de colegio, el joven René Descartes amaba retirarse a la biblioteca y abrir los inmensos infolios grabados con las maravillas más sobresalientes del orbe: los arimaspos de un solo ojo, los caníbales de las antípodas que comen la carne sin cocer, las ... acacias del otro lado del ecuador, la mantícora y el unicornio, los ríos de leche del reino del Preste Juan. Luego, al crecer, empezó a dudar de la veracidad de los autores antiguos y decidió emprender otra lectura más ardua y prolongada: la del libro que comenzaba fuera del patio del recreo. Así recorrió ciudades con canales y atalayas, vio hombres tostados y otros con la piel amarillenta, ascendió montañas y se inscribió como mercenario en el ejército de un emperador. Por último, se retiró a una cabaña junto a la ribera de un río, en los valles de Bohemia, cuando el invierno atería ya las hayas: estaba un poco mareado, ahíto, el mundo le había dejado en la cabeza esa estela borrosa que traza el vino durante una larga noche de banquete.

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