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Unamuno
La mirada

Unamuno

Sábado, 8 de octubre 2022, 00:22

Unamuno nació en Bilbao y murió en Salamanca. Entre una y otra ciudad, conformó su vida, obra, esperanzas y desesperanzas. Como Soria hizo suyo a Machado, Salamanca hizo suyo a Unamuno, pero en su País Vasco Unamuno sigue siendo un paisano incómodo. En su día la Universidad del País Vasco creó una cátedra Unamuno, que nació muerta. ¿Habrá algún modo de volver a su obra, discutirla, como una de las miradas lúcidas y controvertidas de la modernidad?

Machado así lo entendió, lo entendió así María Zambrano, tantos y tantas, incluido Agustín García Calvo. Unamuno es el primer vasco moderno. Bilbao le dedica todos los años un día, pero podría vivir con su memoria durante todo el año. Podría su villa natal, a cuyas gentes e historia dedicó páginas memorables, abrir un Museo Unamuno. Tenemos libros, documentos, fotografías, obras de arte, pintura, escultura (el busto de José Ramón Anda, presidiendo el hall de entrada), música, cine, y toda una hemerografía y bibliografía, para ofrecer, como hace Salamanca, una estampa total del escritor vasco y su tiempo. No se precisan edificios monstruosos, sino una humilde lonja.

Bilbao tuvo una Asociación de Amigos de Unamuno, que nació con Ortiz Alfau y con él agonizó. En Salamanca nació recientemente una entidad con el mismo nombre, que preside Francisco Blanco Prieto. Acaba de publicar un libro memorial, 'Laurel poético. Homenaje lírico a Unamuno', coeditado con la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Medio centenar de poetas, relacionados con Salamanca (y algún vasco), pero también algunos grandes, como Machado, Guillén, García Calvo («Yo quisiera ser Dios y estar contigo»), Pedro Garfias, Carmen Conde o su yerno José María Quiroga, dedican un poema a la memoria de aquel ser agónico, retratando una personalidad tan compleja como la del bilbaino.

Entre nosotros, en su País Vasco, hay quienes no quieren a Unamuno. Un intelectual puede molestar con su pensamiento, con sus ideas, que no tienen que ser las nuestras, incluso con su porte. Pero si un intelectual no molesta, inquieta o perturba, agita o provoca, ¿para qué sirve un intelectual? Lo dice Jorge Guillén en su poema: «Genialmente inoportuno,/ con su yo molesta a posta,/ inmortal a toda costa,/ Unamuno».

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