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Treinta años sin la zozobra de Onetti
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El escritor y periodista uruguayo renovó la novela con voces y estructuras narrativas que hablan de una realidad complejaEl rechazo a la mesa de trabajo vincula a dos figuras tan radicalmente diferentes como Jean Paul Marat (1743-1793) y Juan Carlos Onetti (1909- ... 1994). El primero prefería leer, escribir y dictar sentencias de muerte en el interior de su bañera, mientras que el uruguayo no abandonaba la calidez de su cama para dedicarse a la creación y, curiosamente, devorar novelas policíacas. Se especula con las razones de tal predilección. El revolucionario sumergía su cuerpo para aliviar el intenso picor que le provocaba una afección cutánea y el periodista se cubría con sábanas, quizás afectado por cierto desaliento vital o, simplemente, debido a la pereza, tal y como aseguraba su esposa.
Ambos coincidían en la búsqueda de otras maneras de escribir y, asimismo, personifican dos posturas contrapuestas de entender el mundo. El francés defendía su connivencia ideológica con el pueblo y aseguraba que quienes no coincidían con su manera de pensar merecían la muerte, simple y valioso argumento para posteriores episodios de violencia del Estado. Por su parte, el uruguayo reclamaba una visión compleja de la existencia que excluía los maximalismos. La conmemoración del treinta aniversario de la muerte del narrador nos recuerda a uno de los grandes de la vanguardia contemporánea, renovador formal de la novela en el ámbito de la literatura contemporánea.
No obstante, hubo un tiempo en el que ambas corrientes de pensamiento podían converger porque a los autores se les exigía cierto posicionamiento que también podía ser interpretado en clave política. La investigadora Josefina Ludmer recuerda en su ensayo 'Onetti' (Eterna Cadencia Editora) los adjetivos que mereció su inclusión en el panorama literario a lo largo de la década de los años treinta. Ella lo denomina urbano por la aparición de su primer cuento 'Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo', separado de la política, a raíz de la publicación de 'El pozo', y experimental y moderno según los parámetros de 'La vida breve', novela considerada pieza clave en el proceso de renovación de las letras castellanas.
Pero nada es ajeno a este mundo y el legado maldito de Marat también lo alcanzó. La trayectoria de Onetti en el campo de la ficción corre en paralelo a su carrera periodística entre su Uruguay natal y la vecina Argentina. Pero difícilmente se escapa del legado maldito de Marat, sobre todo si se trabaja en el mundo de la cultura en un país sometido a un gobierno autoritario. Como el jacobino, el dictador Juan María Bordaberry entendió que no cabían medias tintas, o se estaba con él o contra su régimen. En 1974, el autor fue jurado de un premio de narrativa que recayó sobre el cuento 'El guardaespaldas' de Nelson Marra, censurado por el gobierno. El escritor fue recluido en un hospital siquiátrico durante tres meses.
El pesimismo como atmósfera y la aparente incapacidad para cambiar nada de un entorno que margina o ahoga al protagonista constituyen el marco habitual de sus novelas, 'nouvelles' y relatos. El autor aparece íntimamente ligado al existencialismo, a la voz de Jean Paul Sartre, pero también a las de Louis Ferdinand Céline o Albert Camus. La compleja realidad de Onetti dista de la dicotomía simple y brutal de Marat. El sujeto se convierte en un ente poliédrico que varía sus facetas en función de la convulsa relación con el medio, cambiante y agresivo. Dicha perspectiva se traduce en una estructura formal también heterogénea, seña de identidad de su estilo.
Esa percepción posee su traslación formal. Las voces de la narrativa convencional resultan trastocadas en función de ese criterio, tal como señala Fernando Ainsa. La primera persona, habitualmente subjetiva, no habla de sí mismo, se despoja de las connotaciones autobiográficas para convertirse en testigo de un yo que es otro. La tercera, el narrador, tradicionalmente objetivo, se transforma en un agente involucrado en la historia, alguien que juzga y valora, lo que viene a denominarse una 'narración retórica'. Además, aparece una conciencia colectiva enmarcada en el 'nosotros'.
Una vez liberado, el escritor se mudó a Buenos Aires y, tras asistir a un congreso sobre el Barroco en Madrid, se quedó a vivir en nuestro país. En 1980 fue galardonado con el Premio Cervantes. No podía ser de otra manera. La épica de la derrota, en términos de Rodrigo Fresán, rodea la narrativa del escritor, demasiado complejo para Marat, que lo habría situado entre los enemigos del pueblo. Aspirante al patíbulo. Dos siglos después, fue un candidato al Nobel. Los tiempos cambian, las guillotinas caen, la zozobra humana permanece y la gran literatura queda en el recuerdo.
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