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El recientemente fallecido Henri Weber fue uno de los líderes de Mayo del 68, pero la frustración posterior le llevó del trotskismo a la socialdemocraciadaniel reboredo
Viernes, 22 de mayo 2020, 18:26
Las coyunturas de mayor relevancia cultural normalmente las apreciamos cuando, después de un tiempo, volvemos la vista hacia épocas pretéritas. La década de los 60 del pasado siglo es un claro ejemplo de ello y la envergadura y repercusión que sus contemporáneos adjudicaron a la ... época no fue sino un espejismo nacido de la confrontación entre el deseo y la realidad. Los significativos efectos que tuvo para la Europa moderna no enmascaran el hecho de que gran parte de lo que se consideró importante entonces no haya dejado huella en la historia. No fue un periodo de renacimiento del pensamiento social europeo ni de eclosión filosófica. La gran talla de pensadores sociales como Auguste Comte, Emile Durkheim, Georg W.F. Hegel o Karl Marx era difícil de reproducir, al igual que ocurría con un elenco de filósofos que poco tenía que ver con los Benedetto Croce, Martin Heidegger, Karl Jaspers o Jean Paul Sartre. A pesar de ello, fue una época de gran efervescencia universitaria y de redescubrimiento de autores como Antonio Gramsci, György Lukacs, Rosa Luxemburgo o Karl Marx. Y esto es importante porque de estas fuentes bebieron quienes a la postre la protagonizaron, quienes generaron la revolución de los intelectuales que caracterizó la década y quienes, ignorando la dimensión económica del descontento, fueron partícipes de la misma.
El arquetipo más célebre en el que se refleja lo comentado recoge los sucesos que acaecieron en Francia en la primavera de 1968, aunque los denominados 'Hechos de Mayo' comenzaran en otoño de 1967 en Nanterre. Protagonizados, fundamentalmente, por la Juventud Comunista Revolucionaria y sindicatos de los estudiantes y del profesorado, transmitieron un ampuloso discurso marxista que embozaba una esencia intrínsecamente anarquista dirigida a la eliminación y al menosprecio de la autoridad. La huella psicológica de dichos acontecimientos fue muchísimo mayor que su alcance y significado y en ello tuvieron mucho que ver unos líderes jóvenes, convincentes y seductores que emularon el estilo, el método y la parafernalia de revoluciones pasadas. Recordemos al elenco rector de la Liga Comunista Revolucionaria, Alain Krivine, Daniel Bensaid, Gérard de Verbizier y Henri Weber, y al anarquista Daniel Cohn Bendit.
La denominada generación de 1968 perdió el pasado 26 de abril, víctima del Covid-19, a unos de estos jóvenes trotskistas, Henri Weber, nacido en Leninabad (Tayikistán), ensayista, doctor en Filosofía y Política, ex senador y eurodiputado socialista en el Parlamento europeo. Como hijo de su tiempo, su itinerario vital recoge las numerosas contradicciones del pasado siglo. El trotskismo le aportó tradición marxista, perspectiva revolucionaria y conciencia de formar parte de un grupo de condenados y desterrados por los de su propia clase. Por eso fue uno de los principales teóricos de su organización (recordemos que escribió en aquella época, junto al intelectual más importante del grupo, Daniel Bensaid, 'Mayo del 68: un ensayo general', en el que aventuraron que mayo sería un ensayo general de la futura revolución), un líder en las protestas y el creador del servicio de orden de la Liga, a la par que director de su semanario 'Rojo' y de su revista 'Crítica Comunista' (1968-1976).
La esperada revolución nunca llegó, no acudió a la llamada, y tuvieron que reexaminarse numerosas ideas vinculadas a las utopías revolucionarias. El autor de 'Marxismo y conciencia de clase' (1974), 'Partido Comunista Italiano: las fuentes de eurocomunismo' (1977), 'Nicaragua: la revolución sandinista' (1981), 'El socialismo: la manera occidental. Introducción al debate sobre la huelga de masas: Kautsky, Luxemburgo, Pannekoek' (1983), 'Veinte años más tarde. Lo que queda de Mayo del 68' (2000), 'La Izquierda explicada a mis hijas' (2003), '2008: En caso de liquidación de Mayo del 68' (2011), 'La nueva frontera' (2012), etc., sufrió la misma frustración y desengaño que sus correligionarios trotskistas y su progresivo distanciamiento de la militancia revolucionaria le llevó al Partido Socialista en 1986.
Cinco años antes, la victoria de François Mitterrand en las presidenciales fue considerada por numerosos intelectuales como un éxito, demorado y a posteriori, del estímulo regenerador de Mayo del 68. La nueva coyuntura mundial alentó la incorporación de numerosos trotskistas, procedentes en su mayoría de la Organización Comunista Internacionalista dirigida por Pierre Lambert (Lionel Jospin, Jean-Luc Mélenchon, etc.) a la socialdemocracia, optando de esta forma por la vía reformista como la única posible. Weber fue uno de los 'relevantes' incorporados a la maquinaria de la socialdemocracia de Mitterrand, que comenzó prometiendo cumplir las propuestas de Marx y de Rimbaud (transformar el mundo, cambiar la vida) realizando el proceso de reformas al revés de lo planteado en 1968.
Una visión del mundo concreta domina la escena política contemporánea. Esta percepción, asociada a la defensa de una forma de liberalismo, se compone de la presunción de que las sociedades deben organizarse como estados modernos, la democracia como forma de gobierno y un sistema de derechos humanos individuales. Difícilmente pueden estar de acuerdo los revolucionarios de 1968 con el corte liberal de esta realidad, pero nos interesa recalcarla incidiendo en la palmaria dificultad de ser revolucionario en un período histórico que violentamente dejó de serlo. Solo tenemos que recordar las reminiscencias de un siglo, el XX, cruel, duro e inhumano; de brutales guerras y revoluciones; de sueños y utopías revolucionarias. Esta época fue la de Weber y en la condición humana y el pensamiento vivo se resume su itinerario vital. No es tan importante el que siguiera siendo un socialista internacionalista, si es que era así; ni sus aportaciones institucionales en Francia y en la UE; ni lo que ha representado para la historia de la izquierda francesa y europea. Lo valioso y valorable, a pesar de su mutación ideológica, reside en su compromiso con el ser humano y la justicia social.
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