Un tirano llamado André Breton
Guardián de la ortodoxia ·
Autor de una obra extensa, con una voz extraña y radical, mantuvo el control del movimiento y no dudó en excomulgar a cualquier disidenteGuardián de la ortodoxia ·
Autor de una obra extensa, con una voz extraña y radical, mantuvo el control del movimiento y no dudó en excomulgar a cualquier disidenteHablar de las vanguardias francesas de principios del siglo pasado es hablar de surrealismo, de las grandes influencias que en el mismo ejercieron las teorías de Jean-Martin Charcot y Sigmund Freud y del gran propagandista de cualquier vanguardismo, Guillaume Apollinaire ('Los pintores cubistas', 1913; ' ... Las tetas de Tiresias', 1917). Junto a este y al codificador técnico del surrealismo, André Breton, podemos incluir nombres como Alfred Jarry, André Salmon, Max Jacob, etc. hasta que en la inmediata posguerra la tendencia se institucionaliza cuando el rumano Tristán Tzara traslada desde Zurich a París el movimiento que durante la contienda había creado en el Café Voltaire de dicha localidad, el dadaísmo. 'Dada' encuentra su órgano en la revista 'Literatura', fundada en 1919 por André Breton, Louis Aragon y Philippe Soupault.
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André Breton nace en Tinchebray el 19 de febrero de 1896 y muere en París el 28 de septiembre de 1966. El escritor, poeta y ensayista francés, tras una infancia austera y humilde, inicia estudios de Medicina en contra de unos padres que le presionaron para estudiar Ingeniería. Participa en la Primera Guerra Mundial desde que es movilizado en 1916 y trabaja como enfermero en hospitales psiquiátricos, imbuyéndose en lo artístico de Paul Valéry y los dadaístas y, en lo relativo a la mente, de las obras y teorías de Sigmund Freud.
En 1924 controla totalmente el nuevo movimiento, que toma ya el nombre oficial de Surrealismo, lanzando el 'Manifiesto del Surrealismo' (1924) y la revista 'La Revolución Surrealista', después de romper con Tzara tildándole de conservador. Desde entonces, y a pesar de disidencias, nuevos manifiestos y exilios bélicos, Breton mantiene imperturbable el fuego sagrado de la pureza prístina de su «ismo». Su actitud al aceptar o rechazar a determinados artistas fue la de un tirano. En 1950 todavía se sentaba pontificalmente en su Café de Saint Germain y en el de Place Pigalle, excomulgando de su secta a cualquier disidente, y así siguió no pocos años hasta su muerte en 1966. El apodo de «papa del surrealismo» no fue gratuito, ya que su intransigencia y sectarismo al defender la ortodoxia del movimiento eran bien conocidos.
El surrealismo es, en rigor, la exploración del subconsciente humano por medio de la escritura y Breton plasmó en él sus estudios de Medicina. Por tanto, no es en principio literatura, sino experimentación psicológica, aunque los procedimientos utilizados tengan algo de literario, o al menos sirven como entrenamiento para la mente del escritor en uno de sus posibles horizontes. Con 'Los campos magnéticos' (1920) brindó, junto a Philippe Soupault, el primer libro de «escritura automática», sin ningún tema preconcebido y lo bastante deprisa para no retener nada y no sentirse tentado a releer nada. Otro ejemplo es 'El mensaje automático', que publicó en 1933. Recordemos también el juego del «cadáver exquisito», que consistía en escribir cada uno una palabra sin conocer el contenido del resto de la frase.
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La intención de Breton, además, era literaria y social ('Nadja', 1928; 'La inmaculada concepción', 1930). Siguiendo las huellas de Mallarmé y Rimbaud, quería remover la raíz de la poesía y de las relaciones humanas, en el último paso del proceso de «sinceridad» iniciado por los románticos ('Miseria de la poesía', 1932; 'Signo ascendente, antología de poemas 1935-1961', 1968). Asimismo, pretendía conseguir una renovación absoluta y total del hombre. Algunos de los primeros surrealistas consideraron que su movimiento debía actuar en política y se afiliaron al comunismo, como Aragon, pero Breton fulminó su herejía por sentir contraria toda organización de partido y de Estado al espíritu de su aventura. Él mismo se afilió al Partido Comunista en 1927, recogiendo en el Segundo Manifiesto Surrealista (1930) el constreñimiento de la asociación libre, y abandonó el partido ocho años después ('Posición política del surrealismo', 1935) ante el escaso margen que dejaba el realismo marxista a la libertad imaginativa. Posteriormente viajó a México, donde redactó, influido por Trotski y junto con Diego Rivera, el 'Manifiesto por un arte revolucionario independiente' (1938).
La extensa obra poética, narrativa y ensayística de Breton expresa su voluntad de sacar a la luz las zonas más sombrías de la mente y su rechazo de todo lo alienante en el ámbito estético, político o social ('El arte mágico', 1957). La voz poética, extraña, inquietante, radical y única del autor francés se convierte así en hálito de la conciencia.
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