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Theia, el planeta dentro de la Tierra
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La existencia de dos grandes zonas anómalas encima del núcleo lleva a pensar en la posibilidad de un choque que dio origen a la LunaMAURICIO-JOSÉ SCHWARZ
Viernes, 16 de julio 2021, 19:53
¿Podrían existir, dentro de nuestro planeta, restos de otro que al chocar con él dio origen a la Luna y a aspectos curiosos de la Tierra?
Las ideas que surgieron desde fines del siglo XIX parecen indicar que podría ser más que una hipótesis ... fantasiosa y, que realmente vivimos en la superficie de dos planetas fusionados: la Tierra primitiva, Gea, y el planeta que la embistió, Theia.
El germen de la idea se encontró en la mente de George Darwin, quinto heredero y segundo hijo varón del naturalista Charles Darwin y de su esposa Emma. Mucho menos conocido que su padre, George destacó sin embargo habiendo estudiado Matemáticas en el prestigioso Trinity College de la Universidad de Cambridge y graduándose con honores. Y aunque fue admitido para practicar como abogado, su principal interés siempre fue la ciencia y, en particular, la Geología y la Astronomía. En 1898 presentó una original hipótesis sobre el origen de la Luna. En lugar de que nuestro satélite y nuestro planeta se hubieran formado juntos a partir de un mismo disco de polvo estelar al aparecer nuestro sistema solar, Darwin proponía que la Luna se había desprendido de nuestro planeta ya en avanzado estado de formación, debido a las fuerzas centrífugas producto de su rotación.
Era la primera hipótesis basada en cálculos y durante un tiempo fue la dominante, sobre todo cuando Darwin propuso que, en el pasado, la Luna había orbitado mucho más cerca de la Tierra y se estaba alejando paulatinamente. Este alejamiento ha sido confirmado por los experimentos de objetivos laser que las misiones Apolo estadounidenses y algunas misiones soviéticas no tripuladas han colocado en la superficie de la Luna. Actualmente, sabemos que la Luna se aleja de la Tierra casi 4 centímetros al año, lo cual puede parecer poco, pero al paso de miles de millones de años se acumula enormemente, incluso cuando el ritmo de alejamiento no ha sido siempre uniforme: hace 1.400 millones de años la Luna estaba 43.000 kilómetros más cerca que hoy.
Los cálculos de Darwin, sin embargo, tenían limitaciones. En 1946, Reginald Aldworth Daly, de la Universidad de Harvard, ajustó los cálculos y la interpretación de Darwin para postular que la Luna se había desprendido de nuestro planeta debido a un impacto con otro objeto muy masivo, otro planeta, al que se dio el nombre de Theia, ocurrido hace alrededor de 4.500 millones de años. Esa hipótesis explicaba los puntos que no conseguían abarcar los cálculos de Darwin, pero no recibió mucha atención de la comunidad científica hasta casi 30 años después. Hoy, es la hipótesis que se considera más posible sobre el origen de nuestro satélite.
Nuestra Luna, pues, estaría formada por restos de ese choque, el fragmento que Theia le arrancó al planeta y parte de la propia Theia, un planeta de un tamaño similar al que hoy tiene Marte y que antes de ello había estado en la misma órbita que la Tierra, en un punto posiblemente estable de esa órbita, durante millones de años. La teoría de la formación de nuestro sistema solar no excluye la posibilidad de que se hubieran formado varios planetas en la misma órbita, y que eventualmente se unieran en los que conocemos hoy mediante enormes colisiones como la que habría unido a Theia y a la joven Gea.
La pregunta restante sería, ¿qué había pasado con el resto de Theia? ¿Se había desviado para perderse en los confines del espacio interestelar, se había desintegrado o había tenido otro destino?
En la década de 1980, un grupo de científicos descubrió que las imágenes sísmicas del interior de la Tierra revelaban «dos enormes zonas anómalas en la base del manto, encima del núcleo, donde las ondas sísmicas viajan lentamente». Los geólogos pueden 'ver' en el interior de la Tierra analizando las ondas sísmicas cuando se produce un terremoto, y determinar si dichas ondas han pasado, en algún lugar, a través de una irregularidad en la densidad del interior de la Tierra. Así, estos científicos encontraron dos áreas que parecen estar formadas por rocas más frías que las de su alrededor, probablemente también con una composición química diferente. Llamaron a estas dos zonas 'grandes provincias de baja velocidad de cizallamiento' o 'superplumas' y son, simplificando, trozos de materia incrustados en el manto terrestre, como dos auriculares alrededor del núcleo, uno bajo el océano Pacífico y del otro bajo África.
Estas dos superplumas podrían ser además responsables, al menos en parte, de anomalías en el campo magnético de la Tierra, como la del Atlántico Sur, donde el campo magnético de nuestro planeta es especialmente débil, lo que presenta dificultades para aviones y satélites.
El estudio de ciertos materiales similares a estas superplumas en Islandia pudo determinar que su densidad es entre 2 y 3% superior a la del manto terrestre, de modo que las superplumas podían ser parte de Theia que se hubiera hundido en el manto al paso de cientos y miles de millones de años.
Un indicio de que la hipótesis de la Gran Colisión podría efectivamente explicar varios aspectos de nuestro planeta y nuestro satélite es que, si tomamos la masa de las superplumas que existen en nuestro planeta, y que se calculan en alrededor de un 4% de la materia total de la Tierra, y la sumamos a la masa de la Luna, el resultado es muy cercano a la masa que los astrónomos calculan que debe haber tenido Theia al momento del violento encuentro. Otro más es que, si la edad de los materiales de Islandia es la misma que la de las superplumas, es muy similar a la fecha calculada del choque entre ambos planetas.
Otro dato es que los isótopos de oxígeno de las muestras de rocas lunares traídas por las misiones Apolo son más pesados (y distintos de los que hay en la Tierra) conforme el origen de las muestras es más profundo, sugiriendo que la parte de Theia que forma nuestro satélite está incrustada en sus profundidades. El choque de ambos planetas habría generado un disco de material mezclado que poco a poco se condensó en nuestra Luna.
Pese a ser la más sólida hipótesis de momento, los científicos no descartan modelos alternativos como el de que la Luna fuera producto de muchos pequeños impactos con distintos objetos en lugar de uno solo o que las superplumas tengan otro origen. Mientras tenemos más datos, sin embargo, podemos imaginar que esa Luna que disfrutamos por la noche es hija de un antiguo cataclismo colosal.
El nombre que se dio al hipotético planeta con el que habría chocado el nuestro, Theia, es el de la titana diosa de la vista y, por tanto, responsable del brillo y valor de los metales y piedras preciosas. Con su hermano y consorte Hiperión, fueron padres de Eon, el amanecer, Helios, dios del Sol y, claro, de Selene, la diosa de la Luna.
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