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El teatro, un refugio en el gulag
Represión estalinista ·
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Represión estalinista ·
Las memorias de Tamara Petkévich describen las brutales condicionesde vida de las mujeres en los campos de concentración soviéticosTamara Petkévich nació en 1920 en San Petersburgo, entonces conocida como Petrogrado, en plena guerra civil rusa. Parecía destinada a ser alguien importante por educación y por el nivel de influencia de sus padres, destacados bolcheviques. Sin embargo, fue víctima de la represión estalinista en ... las condiciones brutales de los gulags. Durante sus siete años de cautiverio, solo pudo superar los trabajos forzados, las humillaciones y las violaciones por su afán de encontrar algo de belleza en los rincones más sórdidos.
Estudiante de Medicina, amante de la música y la poesía, formó parte de un grupo de teatro de prisioneros en los campos de trabajos forzados de Kirguistán, primero, y la República de Komi después. Su pasión por el arte la ayudó a resistir y forjó gran parte de su historia vital. Tras la muerte de Stalin en 1952, recuperó la libertad y en los años 60 comenzó a escribir sus memorias, que se publicaron en 1993 y causaron un gran impacto en una sociedad que se enfrentaba a su terrorífico pasado. Editorial Periférica y Errata Naturae han publicado la edición española de 'Memorias de una actriz en el gulag', un libro de 702 páginas traducido a varios idiomas. Su historia se ha contado también en una obra de teatro y en un documental dirigido por Marina Razbezhkina.
Los padres de Tamara Petkévich (apellido de su marido), Efrosinia Fiódorovna y Vladislav Iósifovich, abrazaron pronto los ideales de la Revolución de 1917. Se conocieron durante la guerra civil como voluntarios en el frente rojo, donde ella ejercía de mecanógrafa y él era comisario en el cuartel general de una de las divisiones. Entró por la puerta grande a formar parte del Partido Comunista Bolchevique Ruso.
En Petrogrado saborearon los privilegios de los miembros del 'aparato' y les adjudicaron una vivienda en un edificio noble que había sido habitado por personas pudientes que huyeron de la revolución. De niña Tamara disfrutaba de veraneos en las dachas arrebatadas a los zaristas en Bielorrusia, con sus padres y sus dos hermanas. Como hija de un destacado bolchevique, accedió a los mejores estudios y cultivó una afición desaforada por la literatura.
Comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Frunze (actual Biskek, capital de Kirsguistán). Allí se relacionó con una élite cultural más preocupada por sus propias vidas que por ser seguidores u opositores al régimen, aunque siempre vigilada por un Estado receloso de la inteligencia. Fue entonces cuando su padre, como tantos otros, cayó en desgracia. Durante la Gran Redada de 1938 vio llegar a su casa un coche negro de la temible NKVD, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos -embrión de la KGB-. Desapareció al ser purgado sin un motivo claro. Solo por ser considerado «enemigo del régimen», la misma acusación que terminó con su hija en los gulags.
Cuando esto sucedió Tamara tenía 18 años. Era una mujer guapa, culta y refinada que, junto a su madre y a sus dos hermanas, perdió todos los privilegios de los que habían gozado. Ellas se pusieron a trabajar como bordadoras, mientras que Tamara intentó seguir con sus estudios de Medicina. Se casó sin amor con otro estudiante de la Facultad, Erik Petkévich, y ambos se autoexiliaron en Kirguistán, ya que su marido estaba siendo vigilado muy de cerca.
El 30 de enero de 1943, el matrimonio se despidió bien de mañana, como era habitual. Nunca más volvieron a verse. El temido coche negro paró ante su puerta y fueron acusados de reunirse con intelectuales subversivos, antisoviéticos y antisemitas. Varios testigos, entre ellos su casera, alentaron las sospechas que pesaban sobre ellos. A Erik le condenaron a diez años de prisión y cinco de interdicción, y confiscaron todos los bienes. Tamara fue condenada, tras un fraudulento juicio, a siete años de trabajos forzados. En sus memorias cuenta que pensó en acabar con su vida intuyendo lo que le esperaba: una vida de esclava recogiendo cáñamo con las manos en los campos, en medio de un frío helador.
En el gulag sufrió los rigores de la represión estalinista. Aunque fue objeto de insultos, maltrato y violaciones, sus estudios de Medicina le permitieron librarse de los trabajos más extenuantes. La nombraron enfermera del médico de turno, aunque el privilegio tenía un precio: acostarse con él y ser su protegida, lo que la convirtió en blanco de los celos de otras presas que la habían precedido en los catres de los carceleros. En medio de tanta oscuridad, y de nuevo gracias a su formación, el teatro surgió en su vida como una tabla de salvación.
El TSLOP, siglas de la Unidad Central Independiente, gozaba de cierta autonomía dentro de los gulags. Su objetivo era captar a las presas que podían hacer un trabajo acorde con su preparación. Habían creado un grupo de teatro, el TEK, que recorría el denominado Campo del Ferrocarril Norte, una red de 6.000 kilómetros, con espectáculos de música, teatro y marionetas. Había un barracón especial para los improvisados actores, y a él fue destinada Petkévich. Nunca había actuado, pero uno de sus primeros papeles en 'El Aniversario' de Antón Chéjov resultó un éxito. Descubrió que había iniciado una senda redentora. «Yo esperaba con impaciencia que el espectáculo comenzara para salir a escena. Aquello se convirtió en la razón de mi vida», relata.
Papeles como Amalia, la disputada novia de dos hermanos en 'Los bandidos' de Schiller, y Nina, en la 'La mascarada' de Lérmontov, hicieron crecer su vocación. Decidió que, si algún día alcanzaba la libertad, el teatro sería su vida. Se enamoró de un actor profesional, que murió en el gulag, y tuvo un hijo que le fue arrebatado para entregarlo a una familia 'de orden'. Pudo conocerle ya de mayor, tras la caída del estalinismo. Cuando la pusieron en libertad, trabajó como técnica de laboratorio, lo que le permitió ahorrar para cumplir su sueño. A los 40 años se matriculó en el Instituto Teatral de Leningrado para dedicarse profesionalmente a la que había sido su salvación en el gulag. Tenía mucho que contar y mucha vida por delante. Murió en Moscú a los 97 años.
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