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Iñaki Arteta
Sábado, 29 de marzo 2025, 00:01
Tiene dicho (escrito) E. M. Forster que los principales hechos de la vida son el nacimiento, la muerte, el sueño, la comida y el amor. ... De los dos primeros, ni nos enteramos y al tercero, el sueño, es decir, lo que nos ocupa un tercio de nuestra vida, solo unos pocos le sacan provecho. Las ensoñaciones de los artistas son una de las fuentes más fecundas para la creatividad. Que se lo digan a la fotógrafa Andrea Torres (Barcelona, 1990) cuya obra navega entre lo surreal y lo onírico, ese reino íntimo de ilimitada libertad que se teje a medias entre las horas de vigilia y las fantasías diurnas.
El relato fotográfico de Andrea Torres comenzó a escribirse con la primera cámara Kodak que sus padres le regalaron con 8 años y con la que les hizo posar teatralmente en sus primeras sesiones con «modelos». Entre ser pintora o escritora, el tiempo la llevó a la fotografía.Tras sus reportajes para la Fundación Coca-Cola, el éxito le sorprendió joven. Premiada en un concurso, una campaña para Dior, una galería interesada y ventas más allá de lo esperado le empujaron a continuar el camino incierto, pero cautivador, de los contagiados por el arte.
Sus representaciones contienen figuras humanas y objetos simbólicos relacionables entre sí. Entre las figuras humanas, las mujeres son mayoría. Y la mayoría de esas mujeres son ella misma, la autora (que nos permite este spoiler). Rostros tapados por brochazos o manchas de pintura preservan la ingente información que dan la mirada, los gestos, dejando abierto el misterio de la actitud del personaje retratado.
Los objetos simbólicos, limones, huevos, tazas, tienen diferentes sentidos culturales que despiertan la posibilidad de nuevas relaciones crípticas con la figura humana. Un conjunto iconográfico ideado para la reflexión y la indagación del espectador. Las escenas aparentemente planas, estáticas en su mayoría, reclaman un tiempo de observación, un trabajo de búsqueda curiosa del sentido de lo que se ve. Aunque la artista sostiene que en sus trabajos no hay un «mensaje» premeditado, prefiere que sus imágenes se enreden en las mentes de sus espectadores, que se busque en ellas. Más le preocupa el color como aderezo para que sus obras finalicen con una delicada pátina que las haga «bellas» visualmente.
Como ocurre en las mentes abiertas y esponjosas de tantos artistas, la inspiración no se alimenta de la propia disciplina que se practica sino de todo lo demás. Sus especiales antenas encuentran en la poesía, literatura, música o pintura elementos que iluminarán sus decisiones creativas. Pero también la calle, situaciones, conversaciones, que se entremezclarán con una fantasía siempre en modo ON. El transcurso de la vida va engordando el manual creativo de cada uno, pero curiosamente en muchos artistas se conservan las cualidades infantiles. Aquella mirada que impulsó a encuadrar las primeras fotografías o a decidir a quién poner delante y de qué manera hacerle posar, probablemente, quede para siempre.
Andrea está embarazada, y no hace falta que sueñe para saber qué le regalará a su futuro hijo incluso antes de que cumpla 8 años.
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