La sombra alargada de Delibes
Centenario ·
Fue un escritor realista, sobrio y equilibrado, contenido y dueño de un estilo muy castellano, austero y reacio a los excesos, pero capaz de conciliar a las sensibilidades más opuestasSecciones
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Fue un escritor realista, sobrio y equilibrado, contenido y dueño de un estilo muy castellano, austero y reacio a los excesos, pero capaz de conciliar a las sensibilidades más opuestasA Miguel Delibes hay que reconocerle un mérito que solo se da en los grandes escritores: el de conseguir el reconocimiento general abordando uno de los temas más políticamente espinosos. Pienso en 'Los santos inocentes', esa desgarradora novela sobre el campo español que ... publicó en 1981 y fue llevada al cine en 1983. Durante años he comprobado que, cada vez que esa novela salía en una conversación, a nadie ni de izquierdas ni de derechas se la ocurría tacharla de sesgada ideológicamente. La unanimidad en la razón de la denuncia del señoritismo caciquil que se cebaba en los más débiles y consideraba a los criados de su propiedad es general y hoy concilia a las más opuestas sensibilidades. Creo que lograr algo así no es fácil en esta España tan enconada y propensa a resucitar extemporáneas causas. Y es que estamos hablando de uno de los mayores lastres que ha arrastrado este país históricamente y que más ha enfrentado a los españoles: el de esa reforma agraria que nunca llegó de verdad y cuya grave carencia solo se logró mitigar con la espantada de las gentes del campo a las ciudades. Creo que el secreto de la extraordinaria y unánime acogida de esa novela reside en que, pese a su crudeza, no entra en el debate partidista, sino que su autor apela al sentido de la justicia de sus compatriotas y roza enteramente la fibra humana. ¿Cómo olvidar al pobre Azarías y a su «milana bonita», la grajilla a la que adoraba y que se vuelve un estribillo recurrente a lo largo de todo el libro hasta que el señorito Iván decide quitarle la vida con su escopeta?
Y, sin embargo, pese a esa permanente apelación que hay en toda la obra de Delibes a los sentimientos, no estamos ante un escritor sentimental. El novelista que nació hoy hace un siglo fue un realista sobrio, equilibrado, contenido y dueño de un estilo muy castellano, muy austero y reacio a los excesos. En todos sus libros hay una modulación honesta del tono incluso a la hora en que sus personajes, a veces inmaduros, encaran el más grave de los temas: el del fin de la vida.
La presencia de la muerte es una de las constantes en la obra de Delibes, pero esta comparece siempre sin estridencias y como una parte inevitable en el paisaje de la existencia. En 'La sombra del ciprés alargada', su primera novela y con la cual ganó en 1947 el Nadal que lo consagró como escritor, la muerte constituye un prematuro aprendizaje para el héroe de la historia, Pedro, un niño huérfano al que su deprimente tutor introduce en un prematuro curso de pesimismo que se verá corroborado por las defunciones que ilustrarán su propia vida: primero la de Alfredo, el mejor amigo que logra hacer en Ávila, y después la de Jane, la mujer con la que se casa y con la que soñaba un futuro que queda truncado. La obra, que tiene mucho de novela de formación, propone una constructiva, ya que no optimista, pedagogía de la muerte que en realidad está de algún modo presente en toda la trayectoria posterior de Delibes. Digamos que la sombra del ciprés se alarga más allá de ese primer libro y llega hasta su etapa de madurez. Si en 'El camino' (1950) encontró su auténtico estilo literario, según propia confesión, en ella no faltan tampoco las muertes en la niñez de posguerra de Daniel, el protagonista, en un pueblo de la entonces llamada Castilla la Vieja.
La sombra del ciprés se sigue alargando hasta 'Mi idolatrado hijo Sisí' (1953), novela en la que un tipo adinerado y católico de provincias pierde en la Guerra Civil a su hijo único, al que había mimado hasta convertirlo en un ser tan egoísta como él, o hasta 'La hoja roja' (1959), en la que un jubilado que enviudó joven pierde a su mejor amigo y, para liberarse de la soledad, le propone un matrimonio de conveniencia a una chica de 20 años que trabaja para él y que tiene el novio en la cárcel por cometer un asesinato. Pero donde el tratamiento del Thánatos adquiere una verdadera plenitud narrativa es en dos obras separadas por un cuarto de siglo y emparentadas por la fórmula del monólogo: 'Cinco horas con Mario' (1966) y 'Señora de rojo sobre fondo gris' (1991). En la primera, una mujer que responde al estereotipo burgués y conservador habla y habla de la relación vivida con el marido muerto al que está velando y al que le reprocha afrentas larvadas en su vida en común como la de una afectividad fría y distante o un idealismo egoísta que no le dio a ella el estatus social y económico que anhelaba. En la segunda de esas novelas un padre artista habla, en la España revuelta de 1975, con su hija de la esposa fallecida prematuramente por un tumor cerebral. Ambas son dos obras prodigiosas en las que está el mejor Delibes y en las que la pérdida del ser amado es asumida con una sabiduría y una naturalidad no exentas de dolor. En una página de esta última, el personaje resume, como si se tratara de una poética, la esencia y la experiencia de su duelo: «…porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.»
La multiplicidad de facetas de Delibes llega al extremo de que antes de dedicarse a escribir se convirtió en catedrático de Derecho Mercantil y de que entró a trabajar no como periodista sino como caricaturista en 'El Norte de Castilla', el diario del que llegaría a ser director en 1958 y que daría la oportunidad de trabar una fecunda relación profesional y personal con autores como José Jiménez Lozano o Francisco Umbral. En esa faceta periodística caben incluirse desde los ensayos y artículos recogidos en libros como 'Castilla en mi obra' (1972) o 'Castilla habla' (1986), representativos de los que dedicaría a esa región histórica, hasta los dedicados a su preocupación por el medio ambiental como 'Un mundo que agoniza' (1979) o 'La tierra herida' (2005), o los que muestran otros aspectos de su personalidad como 'El otro fútbol' (1982), dedicado a su pasión por ese deporte que él mismo practicó en su juventud. En esa faceta periodística caben incluirse asimismo las crónicas de sus libros de viajes como 'Un novelista descubre América' (1956) o 'La primavera de Praga' (1968) así como también la decena de volúmenes centrados en el tema de la caza y la pesca como 'La caza de la perdiz roja' (1963) o 'Mis amigas las truchas' (1977).
En realidad, el propio Delibes que decide ponerse a escribir a mediados de los años 40 es alguien que se desmarca de los que representan sus variadas vertientes profesionales y que se seguiría desmarcando con respecto a sí mismo en el terreno de la propia escritura. Aunque hablamos de un novelista de marcadísima personalidad y muy poco interesado en seguir modas literarias, Delibes se desmarca de Delibes en varias de sus novelas, como si necesitara abrir las ventanas de su estilo y de sus temas. Un ejemplo es 'Parábola del náufrago', publicada en 1969 y donde se adentra en un experimentalismo de forma y de contenido que tiene algo de parodia y de sátira. Por un lado, juega con la sintaxis como no lo había hecho nunca; por otro, lo hace con los ecos de la literatura expresionista y del absurdo en la denuncia de la deshumanización burocrática. En 'El hereje' (1998) se aventuró a la novela histórica recreando el proceso y ejecución de un grupo de reformistas en la España de Carlos V. Otra novela que supone una excepción en la producción delibesiana es 'Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso' (1983) en la que pone el pie estilísticamente en el género epistolar y temáticamente en el Eros de la tercera edad planteando una relación extravagante que se adelanta a los actuales contactos de desconocidos por Internet desde el momento en que el protagonista no llega conocer realmente a la mujer que despierta su libido y de la que se enamora por el anuncio de una revista.
Una paradoja que presenta Delibes y que hace particularmente moderna su obra es que ha abrazado todas las causas hoy más vigentes sin caer en la deriva populista. No hay un autor más concienciado con la necesidad de preservar la fauna y flora patrias, pero que tan lejos se halle de incurrir en los excesos del animalismo y el ecologismo radicales. Su legado literario denuncia lacras hispánicas como la religiosidad hipócrita o el machismo atávico, pero sin deslizarse nunca hacia el fundamentalismo feminista o anticlerical. 'Las guerras de nuestros pasados' (1975) y 'Madera de héroe' (1987) son dos alegatos antibelicistas, pero alejados de cualquier buenismo pacifista o idealismo utópico. En su trilogía de 'Los diarios de Lorenzo' aborda tres temas que sintonizan con la cultura de la corrección política (la preservación de las especies animales, la emigración y el cese digno de la vida laboral) pero que a la vez la esquivan al rehuir los tópicos populistas. Y tanto su experiencia de novelista como la de periodista le llevaron a padecer la censura durante el franquismo, razón por la cual su obra es una abierta y cabal defensa de la libertad ajena a cualquier interés sectario.
La reivindicación de la independencia del individuo, de la que da fe una novela como 'El disputado voto del señor Cayo' (1978), no le eximió de la preocupación social. Y así, la misma denuncia del latifundismo que queda explícita en los 'Los santos inocentes', novela con la que abría la década de los 80, no era una novedad en su trayectoria. Ya en 'Las ratas', publicada dos décadas antes, abordaba ese tema a través de la figura de un niño, el Nini, que era hijo de un incesto y vivía con su padre viudo en una cueva apartada del paisaje castellano alimentándose de los roedores a los que aludía el título del libro. Esa novela nos permite ver en Delibes un precursor de lo que medio siglo después se ha llamado 'western ibérico' y responde a un realismo renovado sobre el que planea su inconfundible y alargada sombra.
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