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luisa idoate
Viernes, 3 de septiembre 2021, 21:47
La comprensión de lo inimaginable, la sinergia de sueño y realidad, el recuerdo que nos ata al pasado, las relaciones afectivas, los miedos. Son temas que Lem aborda en su obra maestra, 'Solaris' (1961): un remoto planeta formado por un denso océano protoplasmático, vivo y ... consciente, que manipula lo que le rodea. Los tripulantes de su observatorio fracasan al querer contactar con él; con cada intento, desencadenan acontecimientos que los desestabilizan. Ven aparecer 'vivientes', proyecciones de seres añorados, sin pensamiento, sentimiento ni recuerdo, que los llevan al borde de la locura. Pueden deshacerse de ellos, matarlos, pero regresan. Cada cual debe apechugar con sus fantasmas. El psicólogo Chris Kelvin con el de su mujer, de cuyo suicidio se siente culpable. Quiere que sea ella, pero sabe que es una creación del mar basada en su inconsciente.
Tres veces se ha llevado a la pantalla. En 1968, Boris Nirenburg y Lidia Ishimbayeva la rodaron en dos capítulos para la televisión soviética. Andrei Tarkovski la llevó al cine en 1972. Para muchos, era la respuesta rusa a la estadounidense '2001: una odisea del espacio' (1968), de Stanley Kubrick, aunque no la igualaba. A Lem, no le gustó. «Amputó todo el paisaje científico y en su lugar introdujo tal cantidad de extravagancias que no la puedo soportar». El cineasta ruso contestó: «Si algo no me interesaba en 'Solaris' era la ciencia ficción», y le reprochó que «no entendía el cine». Al escritor también le desagradó la versión de Steven Soderbergh (2002), porque se centraba en la relación de Chris Kelvin y su esposa, y aquello no era una historia de amor. «No es un 'remake'», rebatió el norteamericano. «He hecho una nueva adaptación, un tratado de algunas de las ideas que la novela contenía». Para Lem, faltaba sincronía. «Cada director es como un caballo que quiere llevar el carro en su dirección. Y, al final, siempre hay un malentendido».
Para muchos, 'Solaris' es opaca, compleja, conceptual, intrincada y difícil de entender. El escritor lamentaba «las molestias» causadas a sus lectores «porque cambio de diapasón y de nivel de dificultad en mis obras». Aunque quisiera, no podía mantener en todas la misma altura, «porque yo mismo cambio». Tampoco quería contar banalidades. «No sé, no quiero, no puedo escribir cosas inventadas, triviales, que no analicen problemas, que sean un juego de imaginación sin referencias a los asuntos presentes ni futuros». Sus libros tenían muchos significados, repetía. «Cada uno va desarrollándose y, cuando cambia, todo alrededor va cambiando también».
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