
Cómo sobrevivir a los algoritmos de internet
'La viralidad del mal'. ·
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'La viralidad del mal'. ·
El ensayo del colectivo Proyecto UNA reflexiona sobre la manipulación política en la red y la saturación de mentiras que ha fomentado el discurso del odioKoldo Gutiérrez
Sábado, 29 de marzo 2025, 00:01
En los últimos meses han coincidido varios ensayos que reflexionan sobre la prevalencia del mal en la sociedad actual, por los recientes acontecimientos políticos en ... todo el mundo y en Estados Unidos en particular. En un libro titulado muy apropiadamente 'Malismo: La ostentación del mal como propaganda' (Capitán Swing), el autor de cómics Mauro Entrialgo hace un repaso ligero y ameno, centrado en la política española, que desgrana la involución ética desde el mítico «¡Que se jodan!» que gritó Andrea Fabra en el Parlamento en 2012. Un hecho que define como el primer paso en esta alarmante deriva.
Ese libro puede considerarse una introducción a otro más extenso, profundo y complejo: 'La viralidad del mal' (Editorial Descontrol), escrito por el colectivo Proyecto UNA. Su subtítulo es muy descriptivo: 'Quién ha roto internet, a quién beneficia y cómo vamos a arreglarlo'. Esa afirmación resulta ahora profética, al ver a los principales líderes de las plataformas tecnológicas apoyando sin disimulo a Donald Trump. Parafraseando el concepto acuñado por la filósofa Hannah Arendt, «la banalidad del mal», para analizar los orígenes del nazismo, el libro se remonta a los inicios de internet como herramienta de comunicación libre y descentralizada. La promesa de los años 90 se ha pervertido durante la última década, hasta acabar todo corporativizado por las redes sociales que secuestran nuestra atención y las empresas que tratan de vendernos algo. Eso nos ha llevado a un ambiente tóxico que ha dado alas a las teorías de la conspiración primero y a la extrema derecha después.
No es casualidad que en muchos países hayan surgido de pronto partidos filonazis, amparados por el discurso del odio que han diseminado libremente por las redes sociales. Esa mal entendida libertad con la que tantos políticos se llenan la boca y que ahora Facebook y Google prometen aprovechar al máximo para lavarse las manos de su responsabilidad. La total ausencia de regulación en las redes sociales ha servido a muchos usuarios, empresas y partidos para sacar tajada y monetizar el odio online. Racismo, machismo, acoso, homofobia… Lo que antes se intentaba censurar o moderar, ahora campa a sus anchas por YouTube, Instagram y TikTok, manipula a los usuarios y les anima a dar golpes de Estado en Estados Unidos o Brasil.
La primera victoria de Obama en 2008 se fraguó en internet, pero tras el descontento por la crisis económica del mismo año y el intento (fracasado) de revertirla con el 15M y Occupy Wall Street en 2011, el publicó se radicalizó. La popularidad de los smartphones y las redes sociales hizo que la derecha se apoderara de una herramienta extendida por todos nuestros bolsillos. A golpe de meme, zasca y retweet, Steve Bannon y compañía pulsaron las teclas adecuadas para sembrar miedo, provocar odio y así obtener réditos. Con los algoritmos secretos y opacos controlados de manera privada por cada compañía para satisfacer sus intereses, que son modificados según les convenga, es imposible luchar. Su aparentemente inocente sistema de recomendaciones personalizadas hace que todos acabemos encerrados en nuestras propias burbujas de información, generando cámaras de eco que se limitan a darnos más de lo mismo, para no salir de nuestra zona de confort ni cuestionar nuestras ideas. Así muchas personas acaban atrapadas en una madriguera de la que resulta complicado salir y que las autoras explican perfectamente con un gráfico denominado «embudo de radicalización».
El capitalismo de plataforma, o lo que Yanis Varoufakis ha bautizado como «tecnofeudalismo» en su libro homónimo, es ejercido por las Big Tech con puño de hierro. Para ello se aprovechan de técnicas psicológicas como el scroll infinito para mantenernos enganchados durante horas a contenidos breves y en su mayor parte inanes. En ocasiones, el omnipresente contenido, ese término que todo lo engloba y poco define, debe subir de nivel. No basta con distraernos, sino que necesita fomentar el conflicto, apelar a nuestros bajos instintos y pasiones. Así nos mantiene enganchados, para provocarnos indignación y eso nos obliga a seguir viendo vídeos de ese youtuber que aborrecemos. El algoritmo le premia y él se aprovecha para seguir generando el mismo discurso, lo va radicalizando y nosotros nos polarizamos. A favor o en contra; no cabe término medio. El maldito FOMO (miedo a perderse algo) hace que no queramos quedarnos fuera de la conversación, así que seguimos actualizando la red social para creernos informados de todo lo que ocurre y compartirlo con nuestros contactos por wasap.
Antes creíamos que los espacios online y offline eran esferas separadas, pero cada vez están más unidos y lo que ocurre en el mundo virtual tiene consecuencias en el real, como quedó patente en el asalto al Capitolio de Estados Unidos. Como William Randolph Hearst y Henry Ford hace un siglo, Elon Musk controla ahora la opinión pública a su antojo, manipula, disemina desinformación y difunde bulos, pero no lo hace con periódicos, sino con X. Apoya a los partidos de ultraderecha en todo el mundo mientras critica a la prensa tradicional y proclama a sus seguidores que «vosotros sois los medios ahora».
Durante las primeras semanas de Trump 2.0 y su gran cantidad de medidas para seguir desmantelando el estado del bienestar, se ha recuperado una cita que su antiguo asesor Bannon soltó en 2017: «La auténtica oposición son los medios y la manera de lidiar con ellos es inundar la zona con mierda». Esa «mierdificación» (con perdón) de internet y de la política, traducción literal de «enshittification», es la estrategia que siguen muchas plataformas y streamers. Saturar las plataformas de contenido basura, vídeos con memes, reacciones y comentarios superficiales, tan fáciles de producir como de consumir. Mientras tanto, los artículos profundos y razonados o de vídeos extensos y bien editados, llevan mucho más tiempo y no son favorecidos por los algoritmos. Esta decadencia nos lleva a la nueva teoría del internet muerto, donde cada vez más gente huye de las redes o emigra a otras más saneadas. Entre el contenido creado por bots o IA, ¿queda aún esperanza online? Para ello recomendamos otras lecturas como 'Utopías digitales: Imaginar el fin del capitalismo' (Verso libros), del periodista baracaldés Ekaitz Cancela.
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