Guillermo Gómez Muñoz
Sábado, 14 de septiembre 2024, 00:02
Con septiembre, se reescriben los listados de buenas intenciones, encabezados por el propósito de volver al gimnasio. Curiosamente, si uno se apunta a una clase que implique hacer ejercicio siguiendo el ritmo de una melodía, puede viajar en el tiempo a su etapa escolar: en ... menos de cinco minutos descubrirá quién suspendió música por tocar la flauta a destiempo.
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Esa habilidad de un grupo para armonizarse con la música es la «sincronía». La palabra la forman el prefijo 'syn' (con, a la vez), el lexema 'khronos' (tiempo) y el sufijo 'ia'; y su etimología nos traslada a la mitología griega, con confusión de dioses incluida. Ese Khronos fundador de una amplia familia léxica (cronología, crónica, diacronía, cronómetro…) es el dios del tiempo. Sin embargo, se suele confundir con el titán Kronos, hijo de Gea y Urano, y padre de Zeus. La confusión no solo se debe al nombre: tampoco ayuda el que el titán asumiera atribuciones cronológicas: era el dios de los calendarios, las estaciones y las cosechas. Su «sincronía», pese a ser herencia del griego, se documenta tarde en castellano (s. XVIII) y no se incorpora al diccionario académico hasta 1914. Ese retardo quizás explique las estridencias de los gimnastas, que sudan al ritmo armónico de una canción, pero dibujan movimientos asincrónicos, para desesperación de Khronos.
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