Oxford, 1932Una barca se mece en el riachuelo de Cherwell, a la altura del Mag-dalen Bridge. En ella yace boca abajo el cuerpo inerte de un estudiante. Sin chaqueta, con una camisa blanca perlada de manchas escarlatas. Sangre. El único ruido que se escucha ... es la brisa acariciando el follaje de los árboles y el suave entrechocar de otras balsas del muelle, bailando unas con otras al son que marca la corriente.
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El cadáver tiene el cuerpo en postura antinatural. Lleva una mano extendida y con su dedo parece haber dibujado unos trazos en el fondo de la balsa: un nombre.
En la habitación del nuevo edificio del Magdalen College, Clive Staples Lewis ha abierto una botella de brandy. Tolkien y Gabriel de la Sota beben con él. Y fuman.
Tolkien sostiene la pipa entre sus dedos y dibuja una trama imaginada en el aire.
- ¿Qué pudo llevarle a asesinarlo? -lanza al fin, para romper el silencio.
Lewis y él miran a su amigo bilbaíno, de la Sota. Está roto. Sus dos mejores estudiantes implicados en un terrible suceso: uno, como víctima. Otro, como asesino. Una pesadilla. Da pequeños sorbos a un brandy que no logrará calentar su corazón.
- Dennis Rashford no es un asesino -musita Gabriel. Como si no hablara para sus dos amigos sino para sí mismo. Para convencerse de algo en lo que necesita creer.
- Francis escribió su nombre antes de morir, Gabi… Por eso es el principal sospechoso de la Policía -apunta Lewis.
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- No puedo comprenderlo. Hay algo… algo más. Francis Sullivan era un muchacho brillante. Pero la tormenta interna que tiene todo artista, en él era exacerbada. Creo que no lo estaba pasando bien.
Tolkien se levanta y pierde su mirada por la ventana. Afuera sus ojos ven más allá que el paisaje verde de Oxford. Atisba, en su infinita imaginación, las sombras de Mordor ceñirse sobre las cabezas de él y sus dos amigos profesores. El Mal. El Mal se ha cebado con los dos mejores alumnos de Gabriel.
De pronto alguien llama a la puerta. Un bedel asoma en la rendija que se dibuja en el umbral.
- Un paquete para usted, don Gabriel.
Entra y deposita una enorme pila de textos y documentos anudados.
- Pero ¿esto…? -pregunta de la Sota.
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El bedel se encoge de hombros, mostrando en su mirada tanto desconcierto como el de los tres escritores. Cuando se marcha, Gabriel se abalanza sobre los documentos. Está unos minutos hojeándolos hasta que eleva su mirada hacia sus amigos.
- Vamos -dice, resuelto-. Aclaremos esto. Ya es hora de que alguien con un poco de sustancia gris averigüe qué es lo que ocurrió en realidad.
Un joven atlético y risueño pedaleaba en su vieja bicicleta por St Giles Street. Tomó un desvío hacia la derecha, para llegar a los caminos del University Park. Una mano sostenía el manillar, y la otra, tres libros anudados en una tira de cuero. Cuando se acercaba al puente, vio a Francis sentado en un banco. Tenía la mirada perdida. Esa mirada sumida en la tormenta interior que padecen los que crean.
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Dennis Rashford conocía esa mirada y le aterraba. Sabía que su compañero sufría. Si no lo llamaba amigo, era porque resultaba imposible ser amigo de Sullivan.
- Francis, ¿cómo estás? -dijo frenando su bicicleta, en el camino de gravilla.
Dennis, delicado e inerme, volvió al mundo real. Lo miró de arriba abajo.
- ¿De qué demonios vas a escribir? -le preguntó directamente, para sorpresa de Dennis.
La Universidad había propuesto a varios de los alumnos más brillantes redactar un relato. Y presentarlo a un concurso. Habría un jurado, compuesto entre otros por el profesor favorito de ambos: el brillante escritor vasco Gabriel de la Sota. Quien ganara accedería a una publicación que se distribuiría en Blackwell, la librería más clásica de Oxford.
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- Eh… pues no lo sé, Francis. Pensaba proponerte escribir algo juntos.
El muchacho lo miró con una mueca inexpresiva.
- Siempre igual, Dennis…
Y sin decir nada más, se levantó del banco y se fue.
El comisario Artie tiene la cabeza como un bombo.
- Ya saben lo que les respeto. Pero esto es una investigación policial, no un relato de los suyos…
- Los relatos se nutren de la vida. Y la vida de los relatos -matiza Lewis.
- Necesito una aspirina… -suspira el comisario-. O un whisky. O ambas cosas.
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- Enséñenos más fotografías del cuerpo del chico, por favor -ruega Gabriel.
- Las han visto todas.
- ¿Seguro que él fue quien escribió el nombre de Dennis?
- Seguro. Miren las pruebas de la científica -dice con hastío mientras se enciende un cigarro y les tiende una carpetilla.
Los tres jóvenes escritores se zambullen en los papeles. Minutos después, resuelven que efectivamente había sido el dedo de un Francis moribundo el que dibujara esas letras. Gabriel suelta un bufido. «No entiendo nada», musita. Se levanta dejando a todos circunspectos. Y se va.
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Unos pisos más abajo, un joven acusado por asesinato llora entre rejas. De pronto, todo en su vida se ha dado la vuelta. Francis, muerto. Y él, acusado de matarlo. Todo por ¿un relato?
- Creo que sé que lo que ha ocurrido -dice Gabriel azorado, al llegar a la mesa donde Tolkien fuma en pipa y Lewis bebe una pinta.
- Somos todo oídos, querido. Ayer despareciste.
- Estuve toda la noche leyendo los documentos que me llegaron ayer al Magdalen.
- ¿Qué era todo aquello?
- La obra completa de Francis Sullivan. Todo lo que ha escrito durante estos años. Novelas y ensayos. Estamos hablando de, aproximadamente, unas quince o veinte obras prácticamente conclusas. Él siempre ha tenido un único sueño. Convertirse en escritor. Por eso siempre ha sido uno de mis mejores alumnos con diferencia.
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- Salvo por el hecho de que fue Dennis Rashford quien ganó el concurso literario y la futura publicación.
- Exacto. Dennis también es muy bueno. Pero hay algo que no encaja. Creo que Francis quería ganar ese premio a toda costa. Y le llegó al alma que fuera Dennis quien se lo llevara. Eso lo dejó demasiado tocado. Y sabéis que el pobre muchacho no era muy estable emocionalmente.
- Ningún escritor brillante lo es.
- Puede ser. En cualquier caso, esto le hizo tocar fondo. Él necesitaba publicar… Y eso, unido a su tendencia a la melancolía…
- ¿Insinúas…?
- No insinúo nada. Mirad esto… -y les muestra unos fragmentos de los voluminosos textos que había recibido la noche anterior.
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Lewis enarca las cejas sorprendido y a Tolkien se le cae la pipa de la boca...
Minutos después están de nuevo ante el comisario Artie.
- ¿Están ustedes locos? Que sea la última vez que vienen a verme sin una aspirina. O sin whisky.
- Comisario, háganos caso… Francis Sullivan se suicidó.
- Pero ¿por qué siguen repitiéndome eso?
- Ayer recibí toda la obra literaria del joven. Me pedía que intentara su publicación. Primero, es raro que me la envíe antes de morir, ¿no cree? Si no preveía dejar este mundo, podría haber concertado una de las reuniones que solíamos tener. Y segundo, mire estos fragmentos -añade señalando lo que antes había mostrado a sus amigos-. Aquí se le escapa lo que siente y escribe que estos textos serán su testimonio de vida cuando él no esté.
- Ya sabe que él tenía depresiones -aclara Lewis-, sus compañeros lo habrán hablado con sus familiares…
- Sí lo sé, lo sé… -dijo Artie sacudiendo la mano-. Pero ¿ustedes me están diciendo que el chico se suicidó… para poder publicar su obra? No lo entiendo.
- A veces la mejor publicidad para una obra es la muerte de su autor.
- ¿Y para qué escribir el nombre de Dennis?
- Celos por haber perdido el prestigioso concurso literario en el que él había puesto todas sus esperanzas.
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- Pero ¿no entienden que su versión no se sostiene contra los hechos de que Francis no parecía muerto sino asesinado y que además escribió el nombre de su compañero? Un compañero que no tiene ninguna coartada para esa noche.
- Sí la tiene -dice Gabriel, con gravedad-. Mire las denuncias presentadas el mes pasado: ahí verá que yo presenté una ¿lo recuerda?
- Sí, dijo que alguien había entrado en su casa y revuelto sus cosas ¿no es así?
- Pues fue Dennis Rashford quien lo hizo. Y como verá en la denuncia, la noche del allanamiento es la misma en la que mataron a Francis Sullivan.
- ¿Cómo? -esta vez la pregunta la hacen todos sus oyentes a la vez.
- Lo sé porque Dennis debió estar curioseando entre mis manuscritos. Y robó algunas ideas sobre un relato que yo escribí hace años. Un relato que después presentó al concurso literario… y así lo ganó.
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Todos quedan boquiabiertos.
- ¿Pero por qué no dijiste nada, maldito chalado? -le espeta Lewis.
- Porque evidentemente no era el mismo relato. Él lo sublimó. Le dio su toque. Y yo quería averiguar más sobre el chico, sus motivaciones, y qué demonios… ver hasta dónde llegaba. Por supuesto, pensaba hacerlo público en el futuro.
- Joder… -pronuncia el policía dándose por vencido.
- Haga lo que deba hacer comisario: recabe las pruebas necesarias, venga a mi casa y le mostraré documentación sobre ese relato que presentó Dennis al concurso, analice estos documentos de Francis donde habla de su muerte y sobre todo, repase la documentación e imágenes del caso. Porque ocurrió tal y como le decimos. Se quitó la vida por su tendencia fatalista, quiso aprovechar para la circunstancia para publicar su obra póstuma y, de paso, quitarse de en medio a Dennis.
- Pero… ¿todo eso cabe en un corazón tan joven?
- No quiera asomarse nunca, comisario, al abismo que acecha a veces los corazones de los artistas. Hay quienes decidimos bordearlo y otros que, sencillamente, no pueden resistir entregarse a la locura.
- ¿No puedo ver tu rostro ni saber tu nombre?
Su interlocutor niega con la cabeza. Ni siquiera él mismo sabe que pasaría a la posteridad, gracias a la obra escrita de don Gabriel de la Sota, con el sobrenombre del Señor del Mal.
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- Yo no importo. Lo que importa es que tu rival, Rashford, ha escrito una obra maestra con la que ganará el concurso.
- Es espectacular… -admitió Francis con pena infinita. Con celos infinitos-. ¿Cómo sabes que robó la idea del profesor?
El hombre, ocultas sus facciones con un sombrero de ala ancha y una capa de invierno, dibujó una sonrisa malvada. Había sido él mismo quien convenciera a Dennis para que cometiera ese delito. Él le había dado la idea de robar viejas notas de argumentos inconclusos de su gran mentor. Él le había convencido de que nadie se daría cuenta. Él le mintió… como hacía ahora con el joven Sullivan.
- ¿Qué más da eso? Siempre has dicho que no soportas más. Que pensabas en quitarte la vida. Lo que te digo es, sencillamente, que aproveches la circunstancia. Aprovecha para hacerte un nombre como escritor póstumo. Y quítate de en medio a Dennis Rashford.
Francis no dijo nada pero su interlocutor ya sabía que estaba convencido. Él le ayudaría a montarlo todo. Francis y Dennis eran meros peones. Al servicio de un rey, don Gabriel de la Sota, a quien el Señor del Mal quería amargar la existencia. Esta jugada en el tablero sería sencillamente la primera...
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el autor
Twitter @AdelRioMoreno
Alfonso del Río Socio de Deloitte Legal, columnista en El Correo, y escritor de novelas en Destino (Planeta). Acaba de publicar 'El Lenguaje Oculto de los Libros', de la que este cuento podría ser una trama colateral o preámbulo...
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