Es como si todo diera igual: la mentira, la calumnia, el bulo, el exabrupto. Ahora mismo la dureza de corazón tiene más prestigio que el mérito, la bondad o la honradez. Ahí tienen a Trump, su triunfo es el de la desmesura. A la red ... social cuyo dueño es Musk divulgando decenas de miles de mentiras tendenciosas e interesadas para fomentar esa disparatada alianza, la conjura de los necios y los multimillonarios, hasta conseguir que muchos paletos iletrados del medio oeste, inmigrantes de segunda o tercera generación y obreros del óxido en los estados clave se sientan cercanos a los plutócratas. A Bezos prohibiendo con su dinero un editorial del 'Washington Post'. El sueño americano en su versión esperpéntica, la errónea expectativa de que los millonarios serán los nuevos benefactores, se preocuparán por que los pobres lleguen menos pelados a fin de mes, les señalarán el camino para ser como ellos.
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Las redes sociales son otro de esos inventos extraordinarios que en demasiadas ocasiones se usan para el insulto y el vómito, para la difamación y el desprestigio, para la siembra del odio cainita. Es otra vieja táctica, la de señalar al «enemigo del pueblo», como en aquella obra de teatro de Ibsen. Las redes sociales son usadas a menudo para el anónimo incendiario y amenazante, insultador, canalla, escrito al dictado por intereses o para sentirse importantes e influyentes. Los anónimos nunca fueron propios de caballeros sino de miserables, en el mundo analógico de ayer.
Las redes sociales son el medio más a mano, no el único, para la divulgación de mentiras, insidias, bulos, difamaciones, insultos. Son el reino de las enormidades, el terreno mejor abonado para la siembra del odio. Casi tan despistados como los votantes de Trump son quienes creen que sus intervenciones en las redes sociales suponen un anticipo de la gloria. Se van a enterar. Aquí estoy yo. Ahí queda eso. Algunos recurren al intercambio de peloteos para conseguir «amigos», cuanto más famosos mejor, en un patético intento de ser considerados, de ser alguien. Si no estás en las redes no eres nadie, dicen. El éxito lo miden por el número de seguidores, surgirá así, tal vez, la oportunidad para dejar huella, esperan, sin darse cuenta de que sus ocurrencias son la gota más insignificante en ese océano de tiburones del presente y la nada en el infinito. Cuánto mejor caminar serenos hacia la anónima posteridad.
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