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Viernes, 16 de agosto 2019, 22:51
Iñaki Ezkerra
La literatura realista suele tender a la asexualidad del ojo que narra, incluso cuando este lo hace en primera persona y sobre todo si lo hace en primera persona. Y es que esta puede describir con exquisita minuciosidad los escarceos sexuales de los otros pero preservándose en una púdica distancia que a menudo se disfraza de ironía. Hay, naturalmente, excepciones y una de ellas nos la brinda Pedro Juan Gutiérrez en 'Estoico y frugal', una novela que posee una explícita carga autobiográfica, empezando por el nombre del protagonista que se llama como el propio autor. Estamos ante lo que se denomina una 'autoficción', un género que sirve para que no sepamos hasta dónde es real o inventado lo que se nos cuenta aunque en el fondo poco importa eso tratándose de un arte como el novelesco en el que el éxito no reside en la veracidad sino en la verosimilitud, que es otra cosa.
'Estoico y frugal' es una obra en la que el personaje-narrador agarra al lector por las solapas desde las primeras líneas: «Hacía muchos años que mi vida se había convertido en un juego de ruleta rusa. Alcohol, mujeres de las que sólo quería sexo, fumar como un loco, desorden total en mi cabeza…» Quien hace esa afirmación es un escritor cubano que recuerda un momento de su existencia en el que tenía 48 años y, como explica a continuación, «las cosas empezaron a cambiar lentamente». Se encontraba en el Madrid invernal de finales de 1998, en el que a las únicas personas que conocía eran Carolina, una amiga con la que hacía el amor sin estar enamorado, y los amigos que le había presentado ésta. Dicha relación le sirve a nuestro hombre para adentrarnos en su personal mitología sexual, en las mujeres que le habían gustado porque, entre otras razones, no se depilaban los sobacos así como para hacernos comprender el papel relevante que el sexo tiene para él de puro anestésico ante los desgarros, los desastres, los recuerdos tristes y el sinsentido de su propia historia. Pronto vamos percatándonos de que Pedro Juan, su doble o su alter ego, no es un acelerado por más que apriete el acelerador de la narración y de la propia vida.
Es alguien que viaja vitalmente a una vertiginosa velocidad, pero consciente, vigilante, atento a todo lo que pasa dentro y fuera de él en ese viaje. Es esa consciencia, esa vigilia insobornable, la que dibuja en su experiencia el heterodoxo ascetismo al que quizá se refiere el título de la novela. Al protagonista de 'Estoico y frugal' el lector lo verá cambiar de escenarios a lo largo del libro (Burgos, Benidorm, Italia, Alemania, La Habana…) así como de mujeres: desde la cómplice Carol a la inquietante Patrizia, una fotógrafo morbosa, pasando por una nómina de señoras maduras o por una estudiante metida en una tesis sobre la literatura cubana, pero en el fondo volviendo a un silencio y una melancolía de las que, por otro lado, asegura querer huir. La frugalidad y el estoicismo de ese hombre que se encerraba para beber en soledad, whisky en España y ron en Cuba, podrán ser heterodoxos, pero no una ironía.
J. Ernesto Ayala-DIP
Quien haya leído 'El malestar en la cultura', de Sigmund Freud, sabe que para el científico vienés la culpa nos hace infelices. Esa culpa es lo que usamos para contrarrestar alguna falta grave hacia el prójimo. Nuestra tendencia natural es la violencia y el odio contra el otro. Donde hay violencia, la cultura pone el sentimiento de culpa para quedarnos más tranquilos, aunque no más felices. Pues bien, en este contexto teórico, Arno Gruen (1923-2015), uno de los psicólogos sociales europeos más relevantes, escribió, ahora reeditado, 'El extraño que llevamos dentro', uno de los textos capitales de Arno Gruen.
La teoría de Gruen consiste en negar a Freud, sobre todo en el capítulo del odio como pulsión innata del ser humano. Para el estudioso germano el odio es en realidad autoodio. No odiamos tanto al otro, nos odiamos a nosotros mismos. Desde la infancia luchamos entre el padre represor y la madre sobreprotectora. Nos sentimos vulnerables y por ello, por ser conscientes de esa debilidad, expresamos nuestra violencia hacia los otros cuando en el fondo, sin saberlo, la estamos expresando sobre nosotros mismos.
Elena Sierra
Solemos pensar que lo de buscar el paraíso en la naturaleza, repensar la relación con los animales y el medio ambiente y tal es cosa de la posmodernidad, porque se nos olvida, siempre, que antes de esta época hubo otras que también tuvieron lo suyo. Allá por mediados del siglo XIX, en Estados Unidos, hubo muchas personas que decidieron empezar de cero y vivir en comunidades para trabajar con sus manos la tierra y (o) dedicarse a la reflexión para ver si llegaban a algún lugar más puro. El padre de Louisa May Alcott, la autora de 'Mujercitas', fue uno de ellos. Y arrastró a su familia, la mujer y las niñas que Alcott reflejó en sus obras.
'Fruitlands' es el relato de aquella experiencia que para el padre fue muy seria y para la niña, una anécdota de infancia que acabó, como otras tantas, volviendo a la casilla de salida. La falta de alimento y abrigo, la repetición de las tareas, la teoría que está muy por encima de lo que uno es capaz de hacer en la práctica... todo eso está en esta narración sencilla y tierna. También el afán de conocimiento, el respeto por los libros y el medio y la idea del trabajo común para construir algo mejor.
'Memorias de una joven católica' es un libro autobiográfico que la escritora norteamericana Mary McCarthy publicó en 1957 y en el que nos lleva a los años veinte, en los que quedó huérfana y en manos de unos seres tan extravagantes como siniestros: una abuela cristiana de una severidad atroz, otra abuela que era judía y se ocultaba el rostro con un velo para ocultar las huellas de un desafortunado tratamiento médico-facial, un tío que la golpeaba buscando un sentido purificador a su sadismo, una tía empeñada en quitarle la costumbre de respirar por la boca que le pegaba los labios todas las noches con una pócima de aceite de ricino y jugo de naranja, unas monjas que intentaron imbuirle una religiosidad melodramática… Entre todos estos personajes lograron hacer de la autora una atea crítica y una memorialista fascinante.
'Lo estás deseando' es el primer libro de la norteamericana Kristen Roupenian y reúne doce relatos cuyo protagonista es el sexo visto desde las interpretaciones polémicas de nuestra época. El punto de partida de estos textos está en uno que se publicó en el 'New Yorker' hace un par de años, en pleno auge del MeToo, con el título 'Cat Person' y que trata de la cita que concierta una joven por Internet con un tipo mayor que ella. El carácter penoso de esa experiencia no es ajeno al rol pasivo que aún le imponen a la mujer ciertas actitudes masculinas. Dicho cuento, que se hizo viral, aparece incluido en el volumen junto a otros de esquemas igualmente problemáticos. En uno de ellos un joven no puede sustraerse a unas fantasías eróticas de una inquietante violencia. En otro, un triángulo amoroso toma una deriva sadomasoquista.
El escritor francés Henri Calet (1904-1956) es la genuina representación de una época en la que el malditismo iba en serio y no era una simple pose para vender libros. Hijo de un padre anarquista, vividor y estafador, tuvo que dejar los estudios y su pasión por las carreras de caballos lo llevó a robar una gran suma en la empresa donde trabajaba. Huido a Uruguay, volvió a París una vez prescrito su delito pero fue alistado al poco tiempo para combatir en la Segunda Guerra Mundial. En 'El todo por el todo' rindió un impagable homenaje al París de los barrios populares que él frecuentó en su infancia y adolescencia. El libro no es una novela ni una autobiografía aunque tiene algo de ambas. Es un texto singular y cargado de humor en el que nos muestra la ciudad en la que nació desde la subjetividad más creativa y rebelde.
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