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Tiempo de mezcla de géneros, de aproximación a otros ámbitos y públicos, de pugnar por conseguir la atención de un público con capacidad de concentración menguante. Y de luchar contra una oferta de ocio tan enorme que la música juega muchas veces en inferioridad de condiciones. La más etérea de las disciplinas artísticas, la más descuidada también en el campo educativo, la considerada -aunque sea erróneamente- la más elitista, mira al futuro con incertidumbre pero sin perder la esperanza. Los agentes que trabajan en la música clásica son conscientes de que deben atraer a nuevo público y para ello no renuncian a incorporar otros repertorios incluso más allá de sus fronteras naturales con la única condición de que puedan ofrecer un alto nivel de calidad.
Territorios reunió a la mezzosoprano Itxaro Mentxaka; la compositora Isabel Urrutia; la musicóloga Patricia Sojo; el clarinetista, compositor y director de la banda de Laguardia Eduardo Moreno; el guitarrista Enrike Solinís, experto en música antigua, y el director técnico de la Sinfónica de Bilbao, Borja Pujol, para abordar el estado en que se encuentra la música clásica hoy y lo que cabe esperar a corto y medio plazo. Y todos coincidieron en algo muy relevante que queda fuera de sus competencias: la música clásica necesita para sobrevivir un gran cambio en el sistema educativo que aporte formación a los más jóvenes.
Antes, dibujaron el diagnóstico actual. Primer indicador: los programadores han comenzado a mezclar obras contemporáneas con el repertorio más conocido, frente a la costumbre anterior de organizar sesiones solo de música actual por un lado y de clásica hasta la mitad del siglo XX, por otro. «Qué mejores compañeros que Mozart o Brahms. El descubrimiento siempre es más difícil, así que ayuda que esas obras vayan en compañía de otras que los aficionados sí conocen», explicó Isabel Urrutia, que ha visto con satisfacción cómo sus partituras compartían programa en esas condiciones. No solo eso, Pujol y Sojo coincidieron también en que el diálogo entre obras de distintas épocas es enriquecedor y apuntaron a la conveniencia de que incluso cuando se incluyen solo piezas actuales respondan a estéticas distintas.
El problema de fondo, en este asunto como en otros, está en mantener al grupo de aficionados más conservador en sus gustos y conseguir que se interese por obras nuevas y al tiempo captar a otro a quien solo Beethoven y Bach pueden no atraer demasiado. Sin embargo, el tópico sobre la falta de renovación del público no se sostiene en datos reales: Borja Pujol mostró que se produce, aunque los recién llegados sean de edades superiores a las de otras manifestaciones culturales. En ese terreno, Enrike Solinís juega con ventaja porque su mundo es el de la música antigua y barroca y ahí se produce una conexión con los jóvenes que no se da en la romántica ni en otras posteriores. «Los jóvenes entienden ese sonido», aseguró Pujol. ¿Las razones? Se trata de obras más cortas y vinculadas a la danza. En ese caso, quizá no sea tan necesaria una formación previa como la que Itxaro Mentxaka contempla para escuchar «lo mismo a Ligeti que a Beethoven. Precisaríamos que hubiera más gente educada para entender mejor lo que interpretamos».
Música Clásica
Eduardo Moreno Clarinetista, director
Además de tocar el clarinete, es compositor y dirige la banda de música de Laguardia.
Enrike Solinís Guitarrista
Creador del Euskal Barrokensemble, grupo de música antigua y barroca. Ha grabado numerosos discos y ganado relevantes premios.
Isabel Urrutia Compositora
Es profesora en Musikene. Sus obras han sido estrenadas por grupos de todo el mundo y ha ganado premios como el de la AEOS y el Baciewicz de Polonia.
De la misma forma que la música más antigua es mejor entendida por los jóvenes, las bandas, que parecían un reflejo del pasado, han conseguido hacerse más atractivas. «Nacieron para hacer una música más funcional y parecían algo viejo pero ahora interesan porque hacen lo mismo un programa de zarzuela que unos temas de los Beatles», justificó Eduardo Moreno. Aquí Itxaro Mentxaka se lamentó: «Las bandas y las orquestas lo tienen más fácil para integrar ese repertorio pero ¿y la ópera? Hace falta una preparación previa mayor». Con un agravante, que destacó Pujol: que su sitio lo han ocupado los musicales, «más fáciles de entender».
El futuro es complejo pero todos están de acuerdo en algunas cosas. «Hay que atraer a los hombres a los auditorios, porque son el grupo minoritario», reclamaba Patricia Sojo. ¿Qué hacer? «Replantearse el modelo de concierto», según Solinís. «Hacer cosas diferentes, en especial fuera de lo que es la temporada de abono», defendió Pujol. Eso incluye no solo incorporar la música de cine, el jazz o incluso el flamenco a los programas o interpretar en vivo la banda sonora de una película. También, acompañar a grupos de pop. «Te adaptas a lo que te piden si se puede hacer con calidad. Somos un servicio público, no lo olvidemos. Y es un camino sin retorno».
Un camino que no gusta a Solinís, para quien se produce una infantilización cuando la música preferida por un joven de 20 años es lo que determina el mercado. Patricia Sojo no está segura de que eso lleve después a otro público a los conciertos convencionales de orquestas y grupos de cámara. Moreno piensa que en esa fusión entre orquestas y pop quien gana prestigio es el pop. Y a Mentxaka le molesta que ,como los ensayos son escasos cuando se producen esas combinaciones, el resultado quede con frecuencia muy poco natural, más allá de que esos conciertos atraigan a muchos miles de espectadores. Incluso en cifras impensables para una orquesta, un grupo de cámara o una producción operística en su día a día.
Una vez abierta esa vía (¿alguien recuerda hoy el escándalo que se organizó cuando la Filarmónica de Berlín acompañó a Scorpions hace ya un cuarto de siglo?), lo conveniente es hacerlo bien. «Cada concierto debe ser una experiencia, por eso se hacen sesiones en museos, se mezcla la música con otras disciplinas artísticas o se buscan salas en las que no solo la acústica sea buena sino que el propio espacio resulte bello», defendió Sojo. Los problemas pueden surgir cuando se rompe demasiado bruscamente con el concepto de auditorio. «Yo no puedo tocar al aire libre», se quejaba Solinís. Y Mentxaka no entiende que se ofrezcan conciertos en los que la gente toma copas (y hace ruido) mientras suena la música. O en los que se proyectan imágenes que distraen de la interpretación, observaba Urrutia, quien relató que hace poco, en un concierto que incluía una obra suya, hubo de mantener la vista alejada de la pantalla para no distraerse de la música.
El aire de los tiempos tampoco sopla a favor. La música requiere concentración. Y la capacidad de jóvenes y mayores es cada vez menor. En un momento en que los audios de whatsapp se escuchan al doble de velocidad e incluso los vídeos se aceleran, ¿son atractivas una sinfonía de Bruckner o de Mahler que pasan con mucho de una hora? «Si queremos incluir una obra de esas tenemos que aligerar el programa. Pero, por otra parte, para un perfil de gente cultureta eso parece un reto, como una obra de teatro o una película de cuatro horas. Pero es cierto que hay tendencia a programar conciertos más breves con obras más cortas», confirmaba Pujol.
La cuestión es no perder de vista lo que tiene de enriquecimiento escuchar esas obras. «Nos falta tiempo para todo pero las obras capitales de la música son viajes de los que sales distinto», advertía Moreno. «Todo lo que sucede en una sociedad impacta en la música», recordaba Urrutia para explicar los efectos de esa falta de concentración. En el extremo contrario, puede ser la disciplina menos perjudicada por la Inteligencia Artificial. «Un concierto es algo hecho por humanos para humanos y en tiempo real», dijeron casi al unísono todos los participantes en el coloquio.
No olvidemos el dinero. La clásica es muy dependiente de las subvenciones, al menos en Europa. Por eso, cuando llegan las vacas flacas es de las disciplinas que más sufre. ¿Cómo usar mejor los recursos públicos? Itxaro Mentxaka tiene una receta para el género que más ayudas necesita. «Cada teatro podría hacer una producción de ópera y que luego girara por todo el país, en vez de competir entre ellos con producciones distintas sostenidas con dinero público. Eso hay que rentabilizarlo». Solinís apuntaba hacia el 'star system'. «Es ridículo tratar de atraer al público con artistas guapos y jóvenes a los que pagas sumas muy elevadas. Por el contrario, la música debería estar al alcance de todos, también para quienes quieran estudiarla».
Música Clásica
Patricia Sojo Musicóloga
Directora de la agencia de actividades musicales BHC, conferenciante y divulgadora.
Itxaro Mentxaka Mezzosoprano
Desde su debut, en el Liceo de Barcelona, participa en festivales y temporadas de ópera de toda España y en producciones de zarzuela.
Borja Puyol Director técnico BOS
Ha sido profesor en Musikene y ha trabajado en la Sinfónica de Sevilla. Fue director adjunto de la Nacional.
«No necesitamos a las estrellas para atraer al público, aunque de vez en cuando nos venga bien tener alguna», explicó Pujol en referencia a la BOS, para asegurar a continuación que el impacto en la taquilla de una de ellas se mide en poco más de 100 o 200 entradas. «¿No serían compatibles ambas cosas: una temporada sólida y jugar con algunos invitados, solistas, directores u orquestas de gran prestigio?», preguntó Sojo, que organiza viajes al extranjero justamente para asistir a conciertos muy especiales. Y salió en la conversación el caso de Zaragoza, a cuyo auditorio acuden grupos y artistas de fama internacional. «Eso es llamativo pero el precio es no tener orquesta ni un tejido musical propios», denunciaba Mentxaka.
En cualquier caso, las subvenciones no solo son un asunto propio de la música clásica. Pujol pone en solfa las que se entregan a festivales de música comercial, a los que acuden públicos masivos y que con frecuencia tienen unos precios no precisamente baratos. Festivales atractivos pero que no tienen como objetivo preservar un patrimonio musical que heredarán las próximas generaciones. Y, para terminar, Enrike Solinís lanzó una idea que se basa en el apoyo que las grandes instituciones, no necesariamente dependientes de la Administración, podrían prestar: ¿por qué el Athletic no tiene un coro? «¿Podemos imaginarnos un coro con la camiseta del equipo?» La pregunta, claramente retórica, fue formulada con una sonrisa en los labios, pero dejó una duda en el ambiente. ¿Deberían hacer algo más entidades con tantos seguidores por todo aquello, la música en este caso, que ha de fomentarse y perdurar? Por sugerirlo que no quede.
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Óscar Beltrán de Otálora e Isabel Toledo
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
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