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Entre los personajes literarios, Sancho Panza es uno de los grandes y más logrados arquetipos. Una visión tradicional y tópica ha interpretado su psicología como una encarnación del materialismo en contraposición al hidalgo, que representaría el idealismo. Sin embargo, a poco que nos adentremos en ... el Quijote, reparamos en que esa es una visión demasiado simple para una figura a la que Cervantes dotó de mayor complejidad. Un materialista no sigue a un utopista chalado durante más de un millar de páginas. Se baja antes de ese tren. Un materialista no necesita de un idealista que amenice su existencia y la llene de sentido con una insensata aventura. Ni tiene sueños de grandeza, como el de ser gobernador de una ínsula, ni abraza los sueños de grandeza ajenos. Más que el perfil de un materialista, Sancho a mí me sugiere el de un pobre de espíritu, un buen tipo que carece de la imaginación, la iniciativa y el temperamento que admira en el fuerte carácter de su señor.
De la relación que se establece entre ambos personajes nos brindó en 1990 una moderna versión Luis Landero con sus celebrados 'Juegos de la edad tardía'. Lo hizo a través de los dos maduros oficinistas que mantenían largas conversaciones por teléfono: Gregorio dando rienda suelta a las quijotescas peripecias del Gran Faroni, el héroe en el que proyectó sus afanes juveniles, Gil escuchando al otro lado del hilo el relato de esas hazañas que necesitaba para poner algo de color en su grisácea existencia. El binomio Quijote-Sancho queda, así, reeditado en esa relación entre dos hombres entrados en años: el soñador fracasado y el gris mitómano necesitado de la poesía de esos relatos.
No. El cliché del materialista, el pragmático, el realista, el pancista se queda corto para un ser que se presta a hacer de escudero del Caballero de la Triste Figura y que lo sigue a ciegas por los caminos. Ciertamente, Sancho es en ese peculiar dúo el hombre que, pese a pertenecer a un estrato social más humilde que su amo y no saber leer, mantiene relaciones con los seres reales y sabe lo que estos piensan de su compañero de lances. Es justamente ese conocimiento lo que le eleva y da valor a su fe en la aventura. Sancho no es un personaje plano. Duda simultáneamente o en distintos momentos de la cordura y la locura de Quijano. A veces piensa que es un demente. Otras, después de pensarlo, vuelve a creer en él y en el sentido de sus andanzas.
Ese ambiguo juego psicológico se expresa en el famoso episodio de la carta que su señor le entrega para que se la haga llegar a Dulcinea. Los capítulos XXX y XXXI de la Primera Parte del Quijote son de una retorcida lucidez. Sancho se enreda en varias mentiras para sostener que ha cumplido la misión. Y no está claro si ese incumplimiento del recado se debe a los obstáculos que halla o a que piensa que está loco el autor del encargo. Como tampoco está clara la locura de un don Quijote irónico ante esa desobediencia, de la que se da y a la vez no se da por enterado.
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