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Iñaki Arteta
Sábado, 2 de noviembre 2024, 00:01
Se dice que el espacio creado por Velázquez en 'Las meninas' no es resultado de sus conocimientos en perspectiva, puesto que aún no se habían ... desarrollado, sino de la «pura intuición» del artista.
«Todo me inspira, la mayoría de las veces, cosas que no tienen nada que ver directamente con lo que yo hago», dice el fotógrafo Txema Salvans (Barcelona, 1971). Salvans vive en un permanente estado de cazador. Lea lo que lea o vaya por donde vaya, encontrará hilos finos de los que tirar para dar forma a su próximo trabajo. O al siguiente, o al de mucho más adelante. Las semillas de posibles proyectos se acumulan y, con solo el paso del tiempo, crecerán o morirán. La intuición trabaja.
Una beca para estudiar fotografía en Nueva York le apartó de los estudios de Biología al descubrir su interés por fotografiar, en ambientes cercanos a su entorno, realidades diferentes. Así comienza su pequeña gran aventura personal. En 1997, a la temprana edad de 26 años, fue galardonado con el primer premio FotoPres. Casi nada. Y con un proyecto de bodas. A partir de entonces, sus trabajos han sido publicados por medios como 'Le Monde', 'New York Times', 'El País Semanal', etc.
Su libertad creativa le ha llevado a eliminar de su manual de usuario los elementos de la fotografía de reportaje. Como un guionista de la cotidianidad se ha entrometido en bodas, ha merodeado alrededor de playas improbables, por parajes desolados habitados por mujeres en alquiler, gasolineras, casetas de perros. ¿Qué hace un fotógrafo persiguiendo durante años la vida cercana, esa tan corriente que nos pasa desapercibida?
Una de las ideas le lleva a dirigirse todos los domingos a las doce del mediodía, desde hace quince años, al parking desocupado de un centro comercial. Él está allí, espera y ocurren cosas. No espera lluvia ni arco iris. A ras de suelo suceden multitud de curiosas situaciones que proveen de un lujuriante material para la imaginación. O, por ejemplo, cuando diseña su proyecto 'Perfect Day' sobre el Mediterráneo, decide que el mar no aparezca en ninguna toma. Qué demonios. Se pasa diez años paseando por las orillas del mar fotografiando únicamente a personas que en su tiempo libre han decidido «estar allí». Así. Sin asperezas.
Cuando elige su territorio, siempre habitado, se priva absolutamente de intervenir, pero no elige disfrazarse, esconderse o camuflarse: se viste con un chaleco reflectante amarillo. Vaya truco. Dispara siempre en analógico de gran formato obligándose a no poder ver el resultado de las tomas hasta pasados unos días o semanas. También eso es parte de su estricto estilo de trabajo. Y nada de Photoshop.
Sus fotografías tienen, en ocasiones, un aspecto extravagante, pero lo son tanto como la realidad a la que la generalidad de los humanos a menudo no prestamos atención. En lo cercano encuentra el universo de todo lo humano. Pero bueno, ¿qué es un artista sino un humano provocador que ofrece su peculiar visión hasta del entorno más gris? Intuición y disciplina cocinados a fuego lento.
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