El sabio de Königsberg

Tras un cruento asedio, el Ejército Rojo tomó Königsberg en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial; la población alemana fue deportada en los años sucesivos. La ciudad pasó a formar parte de Rusia y se cambió su nombre a Kaliningrado.

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Hoy se ha vuelto habitual descalificar todo marco normativo, pero Kant, testigo privilegiado de las convulsiones que siguieron a la Revolución Francesa, no era ningún ingenuo. Tampoco la Carta de las Naciones Unidas, inspirada en 'Sobre la paz perpetua' y negociada arduamente por estados con intereses diversos, la dictó el candor, sino la voluntad de regular la convivencia tras la mayor hecatombe de la historia. Kant supo ver que las normas sólo pueden reclamarse vinculantes si se postulan como universales: es un planteamiento exigente, que no puede satisfacer a quien busca justificar sus acciones y caprichos coyunturales (y sólo los suyos).

Llama la atención que un gánster como Putin desdeñe como hipócrita cualquier discurso sobre derechos humanos y a la vez afirme que Crimea (arrebatada por Catalina II al Imperio Otomano en 1783) «es» Rusia por una suerte de vínculo sagrado. Debería ser ocioso recordar cuántos siglos fue alemana Königsberg o Cuba España: lo esencial es entender que las fronteras acordadas no son preferibles por motivo numínico alguno, sino por descartar su modificación mediante la arbitrariedad y la violencia.