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En un bosque teñido de blanco, calado por el más frío de los inviernos, dos hombres se baten en duelo. Duelo de armas, de identidades, de caracteres y de temperamentos únicos e irreversibles. Con el pie derecho al frente y las pistolas empuñadas solo queda ... resolver el tiro más certero, a la pierna o al corazón, entre dos Rusias enfrentadas que quedarán, por desgracia, dañadas para siempre. Así explica Iliá Repin en una de sus ilustraciones -que data de 1899 y en la que el artista refleja todo aquello que transmite, como si el hielo y la ira fueran a colarse por la ventana- una de las escenas decisivas de ‘Yevgueni Oneguin’, novela cumbre de Alexandr Pushkin (1799-1837) y de la literatura rusa. Aunque para algunos continúe siendo una gran desconocida, en ella confluyen -como en el país al que encarna- pasión y belleza, desencanto y tragedia, madurez y dolor.
Señaló el propio Dostoievsky que en la novela el autor refleja Rusia «mejor que nada», y con ella erigió una enciclopedia del país y de la vida en la que la tradición entre su tierra, Europa y los clásicos conforman y construyen una nueva forma de hacer literatura. El lector será ahora capaz de disfrutarla y desgranarla como nunca antes gracias a la editorial Meettok, que reconquista el clásico -que el autor comenzó en el destierro y culminó en 1830- con prólogo y traducción de Manuel Ángel Chica Benayas, en la que recupera estrofas y partes eliminadas a lo largo de pasajes que los aficionados y amantes de la lectura pueden, además, leer en su idioma original.
Paciente, pensativo, también un poco cínico y desencantado de la vida y de las pasiones que la vida misma desencadena, Oneguin encarna el hastío en el que deriva una mediocridad que no soporta pero que en ocasiones le acompaña, y sobre su personaje late ese carácter único, tan melancólico, que ha conformado la tradición y la historia de la escritura rusa. Una que, sin duda, consigue con precisión llegar al fondo de la mente y el corazón humanos no solo en lo que atañe a las letras, ya que si bien la pintura de Repin respira vida, muerte, celos y traición, también la ópera de Chaikovski -que estrenó en 1879 depositando su confianza en los estudiantes del Conservatorio de Moscú- representó desde su particular perspectiva la obra de la que beberían, tras su creación, buena parte de los escritores vecinos.
Mezcla de novela y poesía, la de Pushkin es «la gran novela rusa que casi nadie ha leído», tal y como afirma Chica, considerada como una rareza en gran parte por su complicada estructura, que hace de su traducción un trabajo complicado y laborioso. Este perfecto mosaico en el que confluyen todos los pequeños retales que componen la gran Rusia se nutre también de continuas referencias a los autores clásicos, a Homero, Byron, Séneca o Petrarca, Goethe, Kant o Chateaubriand, por citar solo algunos, en un inmenso recorrido por las artes y las letras que consigue salpicar de curiosidades, datos, referencias y conocimiento un trabajo que cuenta en esta edición con un buen número de anexos explicativos: un total de 562 notas brindan al lector la posibilidad de profundizar en el lenguaje de Pushkin, en el presente y pasado de la Historia y las tradiciones de la tierra que le vio nacer.
La de Chica es una traducción pulida y cuidada que trata de conservar las más profundas raíces del Oneguin original, en el que fondo y forma están indisolublemente unidos y se retroalimentan. La nueva versión mantiene «todo el fondo y parte de la forma», con estrofas de catorce versos aunque prescindiendo de la rima, en una novela para la que el autor inventó una estrofa propia -la denominada ‘oneguiniana’ o ‘soneto de Pushkin’- compuesta por 14 versos yámbicos y 118 sílabas, además de una rima consonante -femenina y masculina- muy particular. En esta traducción -447 páginas enfrentan la versión rusa con la escrita en castellano- Chica recoge aquellas partes suprimidas, bien por el propio autor o por la censura zarista, para ofrecer al lector el texto completo tal y como su creador lo concibió.
Modelo del poeta romántico y padre de la literatura rusa moderna, a Pushkin le llevó «siete años, cuatro meses y 17 días», según calculó él mismo, construir una novela en verso, que nunca antes se había escrito en Rusia. Un experimento capaz de humanizar a personajes que abren al lector una ventana a sus asuntos cotidianos, a sus relaciones, a sus pensamientos, conflictos, reflexiones y, por excelencia, a temas propios del Romanticismo tales como el amor o el papel del individuo frente a la sociedad.
Gracias a su talento, Pushkin no solo consiguió crear un nuevo género. También rompió con lo establecido e incluso modificó costumbres y modales de la época: es una mujer, Tatiana, la que empuña la pluma y se decide a escribir una carta de amor -en francés- confesando sus deseos al protagonista, concesión antes solo reservada al sexo masculino. A pesar de que -tal y como revela el prologuista- del pequeño porcentaje de rusos que entonces sabían leer y escribir, las más asiduas eran las mujeres, se trata de un personaje atípico que quebranta ese modelo de mujer pasiva y sumisa para comprender la libertad a la que aspira en una misiva que recoge su carácter y también el del propio autor. Porque conocer a Oneguin y a Lenski -que, casi de manera profética, corre el mismo fatal destino que su creador-, es también conocer a Pushkin, compendio de los pensamientos y vivencias de sus personajes, en una historia en la que confluyen lo ficticio y lo real, el presente y el pasado. Pero en la que sobre todo se produce un encuentro, el del campo y la ciudad. El de lo viejo y lo nuevo.
El poeta escribe también sobre el poeta, un narrador que aparece, relata, sueña o se confiesa ante el «noble lector» y puede, incluso, detener la narración: «Hoy, queridos amigos, ya no me quedan fuerzas para relatar el resultado de este inesperado encuentro. Tras narración tan larga debo pasear y descansar. Más tarde la acabaré de alguna manera», escribe, ejerciendo sus propias y originales licencias. Él, al que le gusta contar el tiempo «por la comida, el té y la cena» -y que al igual que Homero, llena sus estrofas con «discursos de banquetes, copiosas comidas y corchos»- también se despide del que lee, quienquiera que sea, esperando que haya conseguido encontrar «algo» en su libro. Para su entretenimiento, sus sueños, su corazón o, también, como dice, «para un artículo en el periódico».
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