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La ciencia, el arte y la literatura se dan cita en el CCCB de Barcelona para indagar en la eterna fascinación por Martebegoña gómez moral
Sábado, 19 de junio 2021, 01:43
Ningún otro planeta, aparte de la Tierra, se ha estudiado tanto como Marte y ninguno ha pulsado las cuerdas de la imaginación humana con la misma intensidad. Es comprensible si se tiene en cuenta que Tierra y Marte nacieron al mismo tiempo. Ambos presentaban ... una corteza sólida salpicada de volcanes y atravesada por corrientes de agua y tenían masa suficiente para conservar el halo protector de la mezcla de gases que llamamos atmósfera, aunque no tanta como para expandirse hasta formar un gigante gaseoso. Los dos giran alrededor de la misma estrella amarilla enana que tan entrañable nos resulta y lo hacen a la distancia precisa para que el Sol les proporcione calor sin llegar a abrasarlos. En definitiva, son planetas hermanos; los dos únicos del Sistema Solar que se encuentran en la zona que los científicos llaman coloquialmente 'Ricitos de oro', la venturosa franja que, al menos en teoría, puede sustentar la vida tal como la conocemos.
En la Tierra los volcanes fueron llenando el aire de vapor y dióxido de carbono. La superficie se enfrió formando una corteza variada y dinámica; los océanos llenaron las inmensas llanuras. Allí, se formaron aminoácidos y péptidos; después, las primeras bacterias y algas se extendieron para recibir la luz del sol y emanar oxígeno. Al albur de la química y la física, también hubo momentos en que todo pudo irse al traste. Se cree, por ejemplo, que nuestro planeta puede haber estado congelado en su totalidad en sucesivas superglaciaciones, pero incluso la Gran Oxidación, el mayor desastre medioambiental que ha conocido la Tierra, fue parte de una larga y azarosa marcha hacia la complejidad que nos ha hecho ser lo que somos.
Tan pronto como la ardua tarea de convertirse en organismos pluricelulares, animales, primates, homínidos y homo sapiens les dejó suficiente tiempo libre para mirar hacia arriba a los primeros eucariotas, se dieron cuenta de que en las noches claras es posible distinguir a simple vista un cuerpo celeste inconfundiblemente rojo. Marte ha sido desde entonces espejo, metáfora y fuente de inspiración. La tonalidad sangrienta, causada por el óxido de hierro, le valió a menudo que lo asociaran con las divinidades más violentas de cada cultura: en Mesopotamia lo llamaron Nergal, fue Harmakis en Egipto, Mangala en el subcontinente indio y Guan Yu en la tradición china; señor del inframundo, halcón en el horizonte, dragón rojo y dios de la guerra. El Ares de los griegos abarcaba las virtudes del luchador y el furor en el combate; la fuerza imprescindible para sobrevivir, aunque siempre amenazada por la desmesura. Junto a Ares, sus hijos inseparables el terror y el miedo, Deimos y Fobos, que, como corresponde, dan nombre a los dos pequeños satélites.
A pesar de esa tradición, en 1877, cuando el astrónomo milanés Giovanni Schiaparelli aplicó el ojo al telescopio para trazar el primer mapa de Marte, imaginó que veía un mundo mítico e ideal y le fue otorgando nombres adecuados: Edén, Elysium, Arcadia, Utopía... Desde lo alto de la torre de Brera, experimentó la certeza de estar viendo un planeta tan vital como el nuestro: «No es un desierto», escribió, «vive». Entre muchos misterios que aún guarda, hoy sabemos que Marte pudo tener agua en el pasado, pero que no siguió el mismo proceso evolutivo que la Tierra. Por motivos que se desconocen y que forman parte de su enigma, a medida que nuestro planeta se llenaba de vida, Marte perdía las posibilidades de desarrollarla. Sin campo magnético, sin casi atmósfera, carece de protección contra la radiación y los vientos solares. También está marcado por una orografía dramática. El monte que Schiaparelli denominó Olimpo está entre los más elevados del Sistema Solar, probablemente también de la Vía Láctea. Para hacerse una idea de la magnitud de este volcán extinto hay que pensar que sus 25.000 metros equivalen a tres veces la altura del Everest y que ocupa aproximadamente la superficie equivalente a toda la península Ibérica. En el hemisferio norte de Marte está la cuenca Borealis, una llanura inmensa que ocupa el 40% de la superficie del planeta, cuyo ecuador recorre un descomunal tajo de 4.000 km.
Fue precisamente ese último accidente orográfico, que Schiaparelli llamó 'Valles Marineris', lo que contribuyó a disparar la imaginación humana como nunca antes. Los 'canales' descritos por el astrónomo italiano dieron pábulo a la idea de una civilización en decadencia en un planeta que había perdido los mares y ríos, que se congelaba lentamente y que trataba de salvarse mediante descomunales obras hidráulicas. Poco después, los libros de Percival Lowell tuvieron mucho que ver con la 'fiebre marciana' que se desató a finales del siglo XIX. No fue el único en señalar la posibilidad de que una avanzada civilización alienígena en peligro estuviera tratando de contactar con la Tierra. Contactar puede significar muchas cosas y no todas son buenas. En 1898 'La guerra de los mundos' de H.G. Wells ya había planteado la posibilidad de que «a través del espacio» inteligencias superiores pudieran mirar nuestro bonito planeta azul con codicia y había descrito las hipotéticas consecuencias con todo detalle, tanto como para que la adaptación radiofónica de Orson Welles, en 1938, causase pánico. La idea de alteridad absoluta, que tomaba cuerpo en las rojizas arenas de Marte, se ha desarrollado desde entonces en literatura, cine, televisión, juegos, teatro, cómic y cualquier expresión cultural con infinidad de variables, casi tantas como las que aún quedan por explorar. Una de las primeras abducciones extraterrestres se describe en una novela de C. S. Lewis de 1938. En 'Lejos del planeta silencioso' varios humanos viajan a Malacandra, aunque, para cuando lo hacen, John Carter lleva ya casi dos décadas en Marte o Barsoon, que es el nombre que sus habitantes dan al planeta en la serie de novelas 'pulp' de Edgar Rice Burroughs. En la novela 'Estrella Roja', en cambio, el protagonista viaja voluntariamente a Marte para aprender el funcionamiento de ese nuevo mundo y mostrar a sus habitantes el de la Tierra. El autor ruso Alexander Bodganov nos muestra a través de sus ojos una sociedad utópica y tecnocrática donde la libertad y la felicidad están unidas, sin olvidar la igualdad, que se plantea en cuestiones tan actuales como la fluidez de género, a pesar de ser una novela de 1908.
En 1899 Nikola Tesla había captado señales repetidas de radio que atribuyó a un intento de comunicación interplanetaria. En ese punto de la historia, parecía lo más normal del mundo y el inventor propuso dirigir una serie de potentes luces hacia el planeta vecino. No se llevó a cabo, pero la voluntad humana de contactar con Marte era evidente e ideas no faltaban. A principios del siglo XX un editorial en el 'New York Times' apoyaba la ya antigua propuesta -atribuida a Carl Friedrich Gauss- de labrar con el arado una gigantesca representación gráfica del teorema de Pitágoras en una zona despoblada. De ese modo se mostraría a los marcianos no solo que sabíamos algo de agricultura, sino también de matemáticas. Mientras tanto un desconocido profesor llamado R. H. Goddard se empeñaba en experimentar con cohetes. «Algún día unirán planetas», clamaba, sin que nadie le prestase excesiva atención. En 1924, durante el periodo de oposición entre los dos planetas -el momento de máxima cercanía-, se organizó en todo EE UU un día sin radio para intentar captar de una vez por todas las señales marcianas. Aunque sin resultado, las emisiones, incluso las militares, se interrumpieron a intervalos de cinco minutos cada hora.
El poder de destrucción de la energía atómica dio un nuevo matiz a la percepción humana como especie tras la Segunda Guerra Mundial. Un buen exponente son las 'Crónicas marcianas', donde Ray Bradbury reunió relatos publicados a partir de 1946, apenas terminada la contienda, hasta 1950, cuando se publicaron en forma de libro. Para ese momento la 'Operación Paperclip' ya había llevado a unos 1.600 técnicos y científicos desde la derrotada Alemania a trabajar en Estados Unidos, entre ellos Wernher von Braun, el controvertido exoficial SS cuyo equipo desarrolló los cohetes que han llevado al hombre a la Luna.
El 14 de julio de 1965 la sonda Mariner 4 comenzó a enviar fotos desde la órbita de Marte. Aquellas instantáneas ponían fin en unas pocas horas a milenios de especulación sobre el Planeta Rojo, que se mostraba inerme y completamente desprovisto de vida. Los datos y las 56.000 imágenes que diez años más tarde envió la Viking I después de aterrizar en la superficie marciana lo confirmaron: cualquier ser humano moriría a causa de la radiación en Marte si no fuese porque ya habría muerto antes de frío, si no fuese porque antes lo habría matado el dióxido de carbono, aunque antes ya habría muerto a causa de la falta de presión atmosférica. Ni rastro de criaturas verdosas o civilizaciones en decadencia.
La realidad científica cambió lo que Marte era, pero no lo que podía llegar a ser. Para hablar de posibilidades y alternativas futuras el Centro barcelonés invitó a Kim Stanley Robinson a tomar parte en la jornada inaugural de la exposición. El autor de la 'Trilogía de Marte' propone en sus novelas una serie de cuestiones tan relacionadas con la filosofía y la sociología como con aspectos de orden científico y práctico. La 'terraformación' que es el telón de fondo en la trama de los libros, consiste en la adaptación de Marte -u otro planeta- a las necesidades humanas. Carl Sagan ya describía en la serie 'Cosmos' esa posibilidad cuando hablaba de la capacidad de transformación bioquímica de «unos seres vivos asombrosos llamados plantas». Con más de 400 objetos, entre libros incunables, esculturas, dibujos, cómics, películas, manuscritos, piezas de coleccionista y uno de los escasos meteoritos marcianos que hay confirmados, la muestra describe una órbita alrededor de la creación artística, literaria y científica a propósito de Marte. Pasear estos días de pandemia por las salas del CCCB desencadena reflexiones que afectan a cuanto somos como especie y adquieren nuevo sentido mientras nuestros últimos embajadores, 'Perseverance' e 'Ingenuity' -la perseverancia y el ingenio- recorren extensiones sin fin de roca y polvo rojo en busca de un nuevo horizonte marciano.
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