
El 'Réquiem' de Mozart, un drama cargado de esperanza
Su obra más personal ·
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Su obra más personal ·
Trabajó en esta misa de difuntos, incompleta y marcada por su leyenda, hasta bien poco antes de su muerteLa última obra de Wolfgang Amadeus Mozart, la más profunda, la más emotiva, la más personal de todas cuantas compuso, pudo haber estado destinada a ... ser un fraude. Es también una de las piezas de la Historia de la Música en torno a la cual se han tejido más leyendas y ha sido objeto de más adaptaciones. Igualmente, estamos ante una partitura que se ha interpretado muchas más veces de forma ajena a su función primera. Porque el 'Réquiem', que Mozart no pudo terminar por culpa de la Parca, ha trascendido la función de misa de difuntos y es mucho más habitual escucharlo en salas de concierto, actos de homenaje y ceremonias oficiales, por no hablar de su uso en el cine, la televisión e incluso en la publicidad. Y todo surgió por el encargo del conde Franz von Walsegg, realizado de forma muy discreta a través de un intermediario cuya identidad nunca ha sido establecida de forma fidedigna.
El enviado del conde Walsegg llegó a la casa de Mozart en Viena en algún momento entre finales de febrero y el comienzo del verano de 1791. El compositor salzburgués tenía entonces 35 años. Su vida había estado marcada por una infancia de viajes continuos para mostrar por toda Europa el incalificable prodigio de su talento; una rápida entrada en las cortes del continente y en especial en la de Viena; una sucesión de obstáculos dispuestos por parte de sus rivales y enemigos -que no fueron pocos ni de escaso poder-; épocas de buenos ingresos y vida grata junto a otras de obligada austeridad y desde hacía algún tiempo una salud deteriorada por males que hoy se superan sin dificultad pero no entonces; y la fatiga inevitable de quien despliega una actividad casi sobrehumana.
El encargo tenía algo de extraño. La causa es que Mozart no había destacado tanto en la música religiosa como en otros géneros. Es cierto que su producción no es menor (hasta ese momento había escrito 17 misas, una de ellas de dudosa atribución, otras tantas sonatas de iglesia y un puñado de letanías, vísperas y oratorios) pero no alcanza de lejos ni el volumen ni la calidad del catálogo de Haydn, por citar a otro compositor de su tiempo. Además, la mayor parte de esas obras habían sido escritas años atrás porque el autor de 'La flauta mágica' se había ido apartando poco a poco de los géneros vinculados a la liturgia. Quizá fue precisamente eso y el hecho de que Mozart no pasaba por su mejor época en lo relativo a éxito popular lo que movió al conde Walsegg a hacer el encargo.
El origen del mismo estaba en la muerte de su esposa, a mediados de febrero. El aristócrata vivía en un palacio situado a dos o tres días de diligencia de Viena, y allí ofrecía a sus invitados conciertos en los que él mismo dirigía una orquesta contratada para tal fin. Para honrar la memoria de su mujer, había pedido también una estatua a un artista local y deseaba interpretar una misa de réquiem que, según algunas fuentes aunque no está del todo demostrado, quería hacer pasar por propia. Avalaría esta teoría el hecho de que la petición se la hizo un desconocido y todo queda rodeado de no poco misterio. Se sabe bien, eso sí, que le ofrecieron 60 ducados lo que, sin ser ni con mucho una fortuna, era una suma considerable para un compositor que llevaba tiempo con problemas económicos, algo que Walsegg también debía de saber.
Lejos de comenzar de inmediato la composición del 'Réquiem', el compositor salzburgués siguió a lo suyo. Y lo suyo en ese año final es extraordinario: una sucesión de grandes obras de distintos géneros y dimensiones. Puede decirse que cada una de ellas, por sí misma, le habría garantizado un lugar en la Historia de la Música: el Concierto para clarinete, las óperas 'La clemenza di Tito' y 'La flauta mágica', el motete 'Ave verum corpus', el Quinteto Kv. 614, incluso la Pequeña cantata masónica… En julio nació su hijo Franz Xaver y pocas semanas después su salud sufrió un rápido deterioro. Ya en septiembre, afectado por episodios de agotamiento, se acordó del encargo (puede que recibiera la visita del intermediario) y empezó a trabajar en la misa de difuntos mientras preparaba el estreno de 'La flauta mágica'. Un mes más tarde, una serie de mareos y vómitos lo enfrentó a la realidad que se había negado a ver hasta entonces: estaba muy enfermo.
El 'Réquiem' de Mozart es, casi con toda seguridad, la obra más rodeada de leyenda. Por el origen de su encargo, hasta el extremo de que mucho después de haber sido aclarado sin la menor duda aún sigue dando pie a todo tipo de especulaciones carentes de fundamento pero muy rentables en términos de popularidad. También porque es la obra final de quien ha sido calificado por muchos especialistas como el mayor genio de la Historia. Y el Mozart que comienza a escribir esa partitura ya no es el joven frívolo y bromista capaz de titular un canon como 'Lámeme el culo' (Kv. 231) sino un artista maduro también en lo personal.
Con el 'Réquiem', Mozart despeja cualquier duda sobre el valor de su obra. En su tiempo y después, no le han faltado críticas: su música ha sido calificada (al menos una parte del catálogo) de 'comercial' por estar orientada a la búsqueda del éxito. Se sabe que, sobre todo en sus años jóvenes, estudiaba las características de las obras de otros compositores que satisfacían al público y seguía sus patrones. Lo cuenta en una carta a su padre. Era fruto de la necesidad de ganarse la vida, porque había renunciado a la protección y la seguridad económica que le daban trabajar en Salzburgo para el arzobispo Colloredo y se había lanzado al mundo como artista 'libre'. Luego, su carácter y la propia conciencia de su talento resultaron incómodas en la corte de Viena, donde en algunas temporadas le hicieron el vacío. Por eso, obligado a buscar el favor de un público alejado de la aristocracia, compuso obras que superaban el rígido corsé de la música 'oficial', para disgusto de los más ortodoxos. Una de esas obras es 'La flauta mágica', una partitura cuyo valor hoy nadie pone en duda.
El compositor que se sienta a escribir esa misa de difuntos por encargo es el mismo que se había dirigido a un pueblo llano al que quería ganarse con esa ópera. Si en la carrera de Mozart se puede distinguir entre las obras escritas en busca del éxito de las que concibe para sí mismo (para tocarlas o para su propia satisfacción artística y personal), 'La flauta mágica', con toda su genialidad, pertenece al primer grupo y el 'Réquiem' al segundo.
El 'Réquiem' es dramático y al tiempo está cargado de esperanza. Mozart era católico pese a su pertenencia a la masonería, y transmite un mensaje de espiritualidad y fe. La leyenda dice que trabajó en la obra hasta casi el momento mismo de su muerte. Las escenas de 'Amadeus' en las que un Mozart agonizante no para de dictar su música a un Salieri que apenas tiene tiempo de copiar y que asiste casi con espanto a una muestra semejante de un genio sobrehumano son falsas. Hermosas pero falsas.
Al igual que un puñado de grandes obras de la Historia de la Música, el 'Réquiem' quedó inacabado. Como explica Miguel Ángel Marín ('El Réquiem de Mozart. Una historia cultural', Ed. Acantilado), en el manuscrito solo se encuentra la estructura de once de sus catorce movimientos. Ocho de ellos tuvieron que ser orquestados siguiendo la pauta de las anotaciones que había ido haciendo. Tres de los cuatro últimos fueron reconstruidos partiendo literalmente de cero. De hecho, cualquier aficionado atento percibe diferencias en cuanto a la calidad y la inspiración entre los primeros movimientos y los últimos. Pero bastante hicieron quienes aceptaron el enorme reto de completar la obra: primero su alumno Eybler y luego un amigo que era casi de la familia, Süssmayr, que fue quien terminó el trabajo. Fue este, que ya había colaborado en algún momento con él, quien ayudó a su maestro a llevar al papel sus ideas cuando ya estaba en el lecho de muerte. Un dictado que se interrumpió un par de días antes del fallecimiento.
El 5 de diciembre de 1791 murió Mozart y entró en el ámbito de la leyenda. En la Historia ya estaba. Con él iba el 'Réquiem', una de las cumbres de la creación artística de todos los tiempos. El genio terminó su carrera componiendo una obra que en no pocas ocasiones pensó que sonaría en su recuerdo, mucho más que en el de la esposa del conde Walsegg. Es una mera especulación pero quizá fue la muerte de su autor lo que impidió que el aristócrata viudo hiciera pasar por suya esta partitura. No sería la primera cuya autoría real ha quedado oculta durante años e incluso siglos.
Pocas obras clásicas han sufrido tantos usos y adaptaciones como el 'Réquiem' de Mozart. A lo largo de sus 233 años de historia ha sido interpretada con plantillas orquestales muy diversas, cambiando las voces, en formato de cámara, en iglesias y salas de conciertos, en actos civiles y religiosos. Se han cambiado unos instrumentos por otros según la disponibilidad local de intérpretes, se ha adaptado el texto… Y qué decir de su uso en el cine, la televisión y la publicidad: lo mismo ha aparecido en anuncios de móviles que de papel higiénico. Desde su estreno (la leyenda a la que quedó unido de inmediato ayudó no poco) ha sido en cierta forma víctima de su éxito. Según Miguel Ángel Marín, no puede darse por seguro pero sí es probable que se escuchara en España por primera vez en marzo de 1806, en un concierto en Madrid al que asistió Godoy. Eso revelaría la expectación que suscitaba la partitura. Y así, hasta hoy.
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