![El refugio del artista](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/201903/09/media/cortadas/42773812-kuiE--624x385@El%20Correo.jpg)
![El refugio del artista](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/201903/09/media/cortadas/42773812-kuiE--624x385@El%20Correo.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
LUISA IDOATE
Sábado, 9 de marzo 2019, 02:09
Es su casa y su castillo. En el taller el artista se atrinchera. Se interroga, investiga, experimenta. Crea. Es el santuario que lo retrata. Desvela sus manías y obsesiones, pasiones, amores y amistades. Evoluciona con el creador al ritmo de la historia, las corrientes estéticas ... y el progreso. Es gremial en la Edad Media y clasista en el Renacimiento. Las escuelas de bellas artes del siglo XIX lo democratizan. Les ayudan los nuevos y livianos materiales que permiten a pintores y escultores viajar con su gabinete a cuestas al epicentro de la creación. París lo es en 1900. Allí se instalan los jóvenes talentos. En cuchitriles y en palacetes. En ellos comen, duermen, aman, trabajan y se autorretratan; y reciben a colegas para hablar de otros colegas. Son refugios que aúnan su esencia y existencia, son la parte y el todo. Algunos se convierten en museos, aunque en realidad lo son todos.
El arte renacentista es colectivo, se trabaja en equipo. El maestro dirige a los discípulos, que redondean, pulen y finalizan las piezas, y a veces le superan. Jules Romain y Marcantonio Raimondi ayudan a Rafael, que los dibuja llevando en andas al papa Julio II en 'Heliodoro expulsado del templo'. Con la imagen legitima el poder y patrimonio del Vaticano y alardea de ser su artista. No exagera. Decora la Signatura pontificia con frescos como 'La escuela de Atenas', uno de los más bellos gabinetes de la historia. Alude a la filosofía. En el centro Platón y su discípulo Aristóteles. Los rodean Sócrates, Esquilo, Pitágoras, Euclides con la cara del arquitecto vaticano Bramante y Heráclito con el rostro de Miguel Ángel, que entonces decora la Sixtina. En las escaleras Diógenes y, a la izquierda, Hypatia de Alejandría. Rafael se autorretrata con boina negra a la derecha, como un intelectual alejado de los artesanos medievales.
Hay quien fabrica arte al por mayor. Lo hace Pedro Pablo Rubens en el siglo XVII. Es el mejor pintor del momento. Abre su apabullante taller en el palacio de Amberes (Bélgica), donde vive. Tiene catorce metros de largo y diez de ancho y de alto, para hacer obras de gran formato. Se le amontonan los pedidos y los pupilos. Rechaza «más de cien»; hasta a familiares. Los selecciona, alecciona y rentabiliza según sus habilidades. Cuenta con grandes artistas flamencos: Jacob Jordaes, Anyton van Dyck, Justus van Egmont y Frans Wouters. Es un hábil empresario y un adelantado publicista. Encarga a los grabadores Lucas Vorsterman y Jan Muller réplicas promocionales de sus obras; gustan tanto que se convierten en piezas de coleccionismo.
También trabaja a lo grande Augusto Rodin. Monta veinte ateliers en su vida; algunos funcionan a la vez para atender la demanda. El último está en el Hotel Biron de París. Ahí recibe a amigos y benefactoras, y a modelos desnudas a quienes escruta y moldea. No quiere profesionales, sino jóvenes inmigrantes que fotografía, ficha y archiva. El poeta Rainer Maria Rilke, con quien vive, cuenta que al entrar en el taller del escultor «se siente que cientos de vidas no son más que una vida, las vibraciones de una sola fuerza y una sola voluntad». Habla de su obsesión por las manos, «centenares de ellas rebosan cajones», y de las incontables tallas minúsculas «que te hacen latir el corazón». El artista lo dona a Francia a su muerte para convertirlo en el actual Museo Rodin.
Precarios
La belleza está en la mirada. William Turner adora su paupérrimo y sucinto atelier con tan solo una ventana asomada al Támesis. «Mire qué estudio, el cielo y el agua. ¿No son magníficos? Aquí aprendo noche y día». Y lo hace tan bien que con 26 años es miembro asociado de la Royal Academy. Pero quiere más. Monta un local para exponer su obra sin intermediarios. Es la sala que su colega George Jones reproduce en 'El interior de la Galería Turner'. La misma que la pintora Florence Trevelyan alaba por cómo resplandecen los tonos de los lienzos entre «viejos muebles cubiertos de polvo». El pintor los remata con colores brillantes, contrastando el retoque fresco con la pintura ya seca; lo hace una vez colgados, como muestra un lienzo de William Parrot. Sus obras centellean y enamoran, y sus colegas se niegan a exponer con él.
Ascético, exiguo. Mínimo. Así es el estudio que Alberto Giacometti inaugura con 25 años en París y mantiene toda la vida. No lo cambia por nada. Son veinte metros cuadrados con una cristalera; la cubre con tela, prefiere la luz del plafón. Es un desván desordenado y polvoriento que su compañera y musa Annette Arm intenta en vano organizar. Es un lugar de culto para la intelectualidad; un chamizo con goteras donde le fotografía Henri Cartier Bresson. En 1947, el escultor escribe a su madre cómo le gusta ver caer la nieve sobre su cama. «Cuando sus dedos suben y bajan por una estatua, todo el taller vibra y vive» y hasta las figuras acabadas «se alteran», escribe su amigo Jean Genet en 'El atelier de Alberto Giacometti' (1958). Y asegura: «En este atelier un hombre muere lentamente, se consume, y ante nuestros ojos se metamorfosea en deidades».
«Es el sitio más maravilloso en que he vivido». Constantin Brancusi se refiere a su instalación del callejón Ronsin, en París. La afronta como una obra de arte que engloba a otras y, durante cuarenta años, evoluciona sin cesar. La abre en 1916, uniendo cinco locales anexos para lograr el espacio y la luz que desea. Es un artesano extremo, hace todo a mano con reciclajes de exposiciones universales: calefacción, electricidad, vigas, muebles, útiles domésticos. Aborrece la producción en serie. Man Ray le aficiona a la fotografía con que documenta la metamorfósis de su trabajo; reúne 1.700 negativos. Breton, Cocteau, Matisse, Picabia, Peggy Guggenheim y Joyce suelen visitar su gabinete. Es una perfecta simbiosis de obra y espacio; si vende una pieza, la sustituye por una réplica para mantener el equilibrio. Lo lega a Francia al morir, a cambio de mantenerlo como lo deja. Hoy está frente al centro Pompidou de París, recreado por el arquitecto Renzo Piano.
Espacios volcánicos
Es precoz en todo. Con 14 años Picasso tiene estudio en Barcelona; con 23 en Montmartre, París. Max Jacob lo llama Bateau-Lavoir, porque recuerda a las barcas de lavanderas del Sena. «A la cita de los poetas» pone en la puerta que cruzan Georges Duhamel, Guillaume Apollinaire, André Salmon, Maurice Raynal, Modigliani y Braque. Ahí pinta 'Las señoritas de Avignon', que colapsan la estancia y el arte. Convive con Fernande Olivier. Sus talleres en la capital del Sena se suceden, cada vez más lujosos. Comparte La Boétie con la bailarina Olga Koklova, su primera esposa; y el castillo de Boisgeloup, en Gisors, con Marie Théresè Walter. En La Californie de Cannes, vive con Jacqueline Roque. Lo inmortaliza David Douglas Duncan. Lo fotografía en la bañera y trabajando en calzoncillos. Solo al reportero de 'Life' le deja invadir su privacidad. «No le molestaba ni preguntaba qué hacía. Miraba y disparaba. Sin flas, sin hacer ruido. Con el máximo respeto».
Picasso y Françoise Gilot, madre de sus hijos Claude y Paloma, frecuentan el taller de Matisse en Vence, la Costa Azul francesa. Allí el artista se abstrae, piensa y crea. «Mi vida está entre los muros de mi atelier», dice. Lo pinta obcecadamente: 'El atelier rosa', el rojo, el del barrio de Saint Michel, el que mira sobre los tejados, el del pintor… Lo dibuja decorado con sus obras; con telas coloristas, gatos y flores reventonas; con su paleta y pinceles; con recuerdos de sus viajes: un jarrón andaluz, una silla veneciana, un tapiz egipcio, máscaras africanas. Así lo explica: «He trabajado toda mi vida con los mismos objetos. El objeto es un actor. Un buen actor puede participar en diez obras diferentes. Un objeto puede desempeñar un papel en diez pinturas diferentes». Con ellos compone la coreografía de su existencia, mantenida al detalle por Lydia Delectorskaya, a quien contrata temporalmente como asistente y acompañante de su mujer y se queda toda la vida.
Reflejos divergentes
Ama la luz mediterránea «porque retiene la frescura del primer momento de la creación». Desde 1956 y hasta su muerte en 1983, Joan Miró trabaja en el estudio de Son Abrines, Mallorca. Se lo diseña por correo el arquitecto racionalista Josep Lluís Sert, exilado en EE UU por antifranquista. «Tuve espacio suficiente por primera vez. Pude desembalar cajas que contenían obras realizadas muchos años atrás». Hace limpia. «Comencé a hacer mi autocrítica», recuerda, «fui despiadado conmigo mismo y destrocé muchas telas, y sobre todo muchos dibujos y gouaches». Amplía el local en 1959 con una casa próxima del siglo XVIII. En 2016 la Galería Mayoral de Londres celebra el 60 cumpleaños del taller exponiendo una réplica; el original se visita en Mallorca. «Cuando cerraba la puerta detrás de él cortaba todo contacto con el mundo exterior y entraba en su universo imaginario, su realidad, que se disponía sobre un fondo de luz mediterránea, los colores y las formas», dice su nieto Joan Punyet Miró.
Nada de eso interesa a Andy Warhol: quiere luz artificial. El fotógrafo Billy Linich le decora con pintura plateada y aluminio la fábrica que instala en Manhathan en 1963. Es un loft industrial, espejado y fulgurante, con el sofá rojo y la cabina teléfónica de algunas de sus obras. En la 'Silver Factory', como la llaman, se produce pintura, escultura, serigrafía, audios y películas, y se celebran conciertos. Se entremezclan los autores con sus trabajos; son los apodados 'Warhol Superstars' que el creador promociona. Produce e ilustra el disco 'The Velvet Underground & Nico' (1967). Sus líderes, Lou Red y John Cale, le homenajean en 1990 con el álbum 'Songs for Drella', su apodo, donde aluden al estudio. Allí trabaja doce horas diarias, escuchando a María Callas. Son famosas sus fiestas donde acuden artistas como Rudolf Nureyev, Bob Dylan, Tennessee Williams, Roy Lichtenstein, William Burroughs, Salvador Dalí y Rollings Stones.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.