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La autora gaditana es una de las representantes de la nueva poesía española. Joaquín Pañeda
Lecturas

Raquel Lanseros, material inflamable

Golpe a golpe ·

'El sol y las otras estrellas' es un pequeño gran tratado del amor, un libro de absoluta celebración que se enciende sobre flamas y temblores

Carlos Aganzo

Sábado, 25 de mayo 2024, 00:00

El Premio Nacional de la Crítica para 'Matria', su sexto libro de poemas, sirvió para dar el espaldarazo definitivo a una carrera que los lectores ya habían reconocido con anterioridad, a través de títulos como 'Diario de un destello' (2006), 'Los ojos de la niebla' ( ... 2008), 'Croniria' (2009) o 'Las pequeñas espinas son pequeñas' (2013). La consolidación de un lenguaje poético propio, ajeno a todo tipo de escuelas o tendencias al uso. Un modo personal de decir y de abordar la poesía desde su raíz que le ha permitido, en estos últimos años, ser una de las autoras españolas más traducidas, y una de las que con mayor rotundidad representa a la nueva poesía española más allá de nuestras fronteras.

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Sin prisa, pero sin pausa, la obra poética de Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 1973) se ha ido construyendo con minuciosidad desde 2005, cuando apareció su primer libro, 'Leyendas del promontorio'. Con un respaldo editorial importante, no solo para cada uno de sus libros exentos, sino también para las sucesivas antologías (hasta cinco) que los han acompañando. La última, su obra poética reunida entre 2005 y 2022, publicada bajo el título de 'Sin ley de gravedad' (2023). Había cierta expectación sobre su siguiente entrega, que ha llegado por fin en 2024, acompañada de nuevo por un galardón relevante, el XXVI Premio de Poesía Generación del 27. Un poemario que estalla en las manos con una fuerza poética inusitada; sin romper con nada de lo anterior, pero con la vocación de dejar un testimonio vibrante del que sin duda es un momento extraordinario de su trayectoria literaria y de su vida.

Hay unas cuantas maneras de acercarse a lo que escribe Raquel Lanseros, con fuerza de ciclón, en 'El sol y las otras estrellas', publicado por Visor. Pero quizás la más oportuna es tomar el poemario como un pequeño gran tratado de amor. De ese amor «que mueve el sol y las otras estrellas», como señala de manera inequívoca, desde la rampa de lanzamiento, el último verso que escribió Dante Alighieri para su 'Divina comedia': Ígneas esferas humanas en un universo que se mueve con la fuerza incontenible de la combustión amorosa.

Un tratado de amor que explora, siempre sin abandonar la experiencia poética, no solo las reglas del 'ars amandi', con sus explosiones y sus cataclismos, sino también todas esas otras órbitas que hacen que el amor sea el verdadero motor de cada existencia particular sobre la Tierra y, por analogía, el propulsor cinético de la mismísima mecánica celeste. Amor en el cenit que se anuncia desde su origen como profesión de fe, casi como religión: como única creencia posible entre los que ya creían en él antes de haber creído, y entre los que a nada más aspiran que a recuperar la creencia desde el mismo momento en que la perdieron. La gracia, que decía Agustín de Hipona cuando hablaba de la fe. Pero también la fecha dulcemente envenenada de Apolo. Y el dardo en el corazón transverberado de Teresa de Jesús: «¡Qué suerte!», canta la poeta, «amar y ser amado». Qué señalamiento y qué distinción.

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Gracia, sí. Pero no un camino de rosas. Porque el dardo, como la fe ciega, convierte a su víctima de manera inequívoca en ciervo vulnerable. Con esa vulnerabilidad de «niños insomnes» que exhiben los enamorados. Niños que sueñan despiertos «sin plan ni vocación», sin otro objeto que obedecer a los turbiones del amor. Llamas de amor vivas, destellos encendidos como lámparas de fuego, material inflamable que, paradójicamente, no tiene otro espíritu creativo que el de destruirse fundiéndose en el abrazo con un dios incandescente… Así hasta que, por la propia volubilidad de la materia, un día se descorra el velo y el aire apague la llama. Hasta que la devoción se denuncie como embeleco. Y el corazón, dice la poeta, se detenga.

Los enamorados exhiben una vulnerabilidad de «niños insomnes»

Ángeles y gorriones

Eso nos dice Raquel Lanseros cuando habla de esos amores cutáneos y galantes que cantamos, como ella misma lo hace, desde el Siglo de Oro. Los que más alto nos elevan y nos dejan caer desde más alto. Tal vez con menos violencia, aunque no menos intensidad, que esos otros amores en sangre, los de la matria potestad, que nos funden igualmente en la existencia de los otros desde los padres hacia los hijos y vivecersa. Amor en vena que funde, por simpatía, con amor a todas las criaturas. Desde los ángeles, los dioses y los hombres hasta los humildes gorriones que pican el arroz abandonado de una boda lejana. Seres que se aman por oposición («¿Se abrazan los antónimos?») o por trasposición. Por contagio, por empatía o por antonomasia.

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Del amor, en su grandeza inabarcable, nos habla Raquel Lanseros en 'El sol y las otras estrellas'. De su permanencia en el tránsito. De ese amor alto que, dice, solo merecen los valientes, los cándidos y los puros, pero que solo saben ver los sabios y los niños. Enigma maravilloso y secreto que, como todo secreto verdadero, «está a la vista» de todos. Y para desvelarlo solo hay que invocarlo, como hace la poeta. Y, sobre todo, celebrarlo. Pues es este un libro de absoluta celebración, que canta la 'joie de vivre' y se enciende sobre flamas y temblores. Un libro en el que la exaltación se desborda sobre los placeres, las horas y la piel de las palabras. Que nos anuncia la física y la química del pálpito de lo indecible; la respiración, el hambre y la sed del amor, y de todo aquello que, como el amor, se hace «sin propósito». La maravillosa gratuidad de la existencia.

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