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Relato de verano ·

Soy más de musicales o de comedias que de espectáculos que presumen de exigir al público un alto esfuerzo intelectual

Viernes, 2 de agosto 2019, 22:50

Se abre el telón.El escenario aparece ante el público. ¿Qué muestra? Poca cosa. Es grande, diáfano, decorado con clara economía de medios: una pantalla gigante en el centro, a los lados un par de cortinas de tela deshilachada que cuelgan desde arriba y se acabó. Minimalismo extremo, menos es más, atrezzo cero. Debe ser suficiente, según los expertos, si lo que se quiere ver es teatro experimental, fringe theatre, madre mía, donde lo que importa es el lenguaje dramático y la puesta en escena innovadora de la pieza. Hay un terceto de cuerda y un teclado situados a la izquierda. Estupendo, sonará música en directo.

El patio de butacas ha quedado penumbroso pero unos y otros podemos vernos las caras. Las mujeres son mayoría flagrante, espectadoras ilustradas que comentan la actualidad cultural abanicándose con el folleto de la obra. Me pregunto si se habrán leído el texto. No, me pregunto si lo habrán entendido. Porque para qué engañarnos; yo, no.

- No te vuelvas, Jon. Dos filas más atrás están los Pérez -susurra Amanda. Aunque pasado un minuto ya no sé si ha dicho Pérez, López o Martínez.

- Los de la ofi, ¿no te acuerdas? Chico, te he hablado de ellos mil veces.

Amanda entiende de qué va esto. Durante sus años de estudiante perteneció a un grupo de teatro alternativo que se movía en circuitos universitarios. Punto en Boca se llamaba el grupo, todavía me acuerdo. Strindberg o Beckett era lo más sencillito que representaban. Si podía, yo ponía excusas para saltarme las funciones, mis preferencias siempre fueron musicales, Creedence, Oldfield, Piazzolla, cualquier cosa, no me compares.

- Si no lo veo no lo creo -apostilla Amanda mirando de reojo a la pareja-. Ahora van de culturetas.

Tal vez por la insuficiencia estética o por la adecuada iluminación, el escenario sugiere algo apocalíptico; las imágenes proyectadas en la pantalla gigante describen un cataclismo de consecuencias desastrosas que ha podido suceder recientemente y que ha terminado con la mayor parte de la vida en el planeta.

Pero ¿de qué planeta hablan? ¿El planeta Krypton, el planeta Kepler, el planeta Tierra...? Porque no está claro que se trate de la Tierra. Temática subjetiva, me temo, bien empezamos.

- Pobres. A quién querrán engañar -insiste Amanda.

Amanda se empeñó en venir, hace no sé cuánto que compró las entradas. Según ella es una obra imprescindible de la nueva escuela escénica. Algo dijo sobre lenguaje metateatral y conceptual. Su autor debe ser uno de esos dramaturgos malditos. Veamos pues.

El terceto y el teclado ajustan posiciones, se coordinan, comienza la pieza inicial: tocata y fuga de Bach, como para no reconocerla. Tiro riii… la ra la ra la la… Tiro riii… ta ta ta ta… Por la cortina de la izquierda aparece el primer personaje. Está tan caracterizado que resulta imposible adivinar quién es el actor que hay bajo la máscara. Su traje, muy aparatoso, imita a la escarcha; es el Personaje de Hielo, lo acabo de leer, será de lo poco que me ha quedado claro en el folleto. Vaga por el escenario sin rumbo, impasible a las imágenes de la pantalla; no le afectan. Así pasan siete minutos, ¡siete!, que los he contado, en los que al menos podemos disfrutar de Bach. De pronto se detiene, mira al público y dice la primera frase de la obra: «Tengo frío». La rosa cansada de ser rosa, vaya por Dios.

Pasa otro intervalo de tiempo hasta que, por la cortina derecha, aparece el segundo personaje envuelto en un traje brillante, llameante: es el Personaje de Fuego. A este sí parecen afectarle las imágenes, lo demuestra con un lenguaje corporal próximo a la danza. Y dice: «Estoy solo». Uf, ya anticipo lo que va a pasar: conflicto existencial entre protagonistas antagónicos, como si lo viera. Me acomodo como puedo en la pequeña butaca haciendo una madeja con mis piernas, y el pensamiento se me escapa a la reforma integral del teatro que el Ayuntamiento no termina de aprobar.

Amanda tuvo que insistir, yo ofrecía resistencia. Y no es que rechace el teatro. Me gusta la cercanía del directo, oír respirar al actor, que enciendan un cigarro y huela a humo pero es que, en principio, soy más de musicales o de comedias que de espectáculos que presumen de exigir al público un alto esfuerzo intelectual y en los que la dificultad de comprensión no solo no resta valor a la obra, sino que suma sentimiento de estulticia en el espectador frustrado.

Ahí están, ya se han visto y lentamente reparan el uno en el otro. Len-ta-men-te, todo lo hacen a cámara pánfila, qué tostón. Por las imágenes que siguen proyectándose en la pantalla se intuye que ningún ser digamos racional ha quedado con vida en el Planeta, solo ellos, y deben asumir la responsabilidad de la continuación de la especie.

Ahora bien ¿son ambos de la misma especie?

Concierto para violín de Mendelssohn. Bueno, qué maravilla. Fusionada su voz con los acordes agudos, con el vivrato afilado que resuena, el Personaje de Fuego entona una sugerente melodía y el Personaje de Hielo es atraído por ese canto de sirena. Es evidente lo que va a pasar: el personaje de Hielo, llámalo A, es un tipo frío, impasible, inconmovible. El Personaje de Fuego, llámalo B, es todo lo contrario. Pero A es al fin un ser humano (o humanoide o lo que sea) y necesita el calor y la compañía de B, así que se juntarán y tratarán de compartir algo que es obvio que no pueden. Muy simbolista, pero previsible y tópico como una españolada de los 70.

¿Qué dije? Ya están tan cerca que casi se rozan. B abre entonces su capa en llamas y A decide entrar porque comprende que solo allí, a resguardo de la intemperie, podrá quitar el frío que nota alojado en lo más profundo de su alma.

¿Que cómo se sabe que tiene frío en el alma? Según Amanda por una asociación metafórica, uno debe venir a estos sitios con los sentidos despiertos y la mente abierta.

La espectadora de delante, una sexagenaria vestida de neohippie, se gira hacia nosotros:

- ¡Chiiist!

Y de pronto el panorama cambia como de la noche al día. Cambia de manera fulminante la iluminación, cambian las imágenes de la pantalla, cambia la música del terceto y el teclado. Bajo destellos psicodélicos y proyecciones paganas, un funk de ritmos sincopados acompaña la atracción de ambos personajes. Típica artimaña de llamada de atención, me temo, porque algunos teníamos la cabeza reclinada, la respiración acompasada, los ojos a medio cerrar… ¿Eh? ¿Qué están haciendo? ¡Se están desnudando!

- Ahora lo entiendo -sisea Amanda-. Lo de los Pérez. Algo habrán oído de esta escena y claro, mañana en la oficina tienen tema de conversación.

Se lo han quitado todo. Todo menos la máscara, con lo que seguimos sin poderlos identificar. Y vaya escenita la unión de A más B, no olvidemos que los dos actores son hombres. Hablando en términos de contacto, es la suma de todo o de casi todo, bastante explícito para mi gusto y, la verdad, nada estético, y no, no entiendo a qué viene tanto realismo en una obra abstracta, y sí, resulta perturbador y desasosegante, como la presencia de un loco.

Me revuelvo incómodo en la butaca pero me contengo de hacer comentarios; no quiero que Amanda me llame puritano.

Mientras se recomponen los dos personajes va pasando el tiempo bajo la técnica recurrente de la elipsis. Días o semanas, poco en cualquier caso, y ya se tienen que separar porque se han herido mutuamente. El hielo ha sofocado parte del fuego; el calor de las llamas ha fundido un buen pedazo de hielo. Entonces, rotos de dolor, deciden alejarse. Vuelven a hacerlo todo lentamente. Acompaña su pena una melodía de violonchelo tristísima.

No sé por qué me dejé convencer por Amanda, si lo sabía, sabía que no me iba a gustar. Y ni la música, tan esforzada, resulta suficiente para que cambie de idea. Que no, que no me engañan, que estoy por encima del discurso fatuo. El aburrimiento hace que mi cabeza proyecte desarrollos y finales predecibles para una historia con nulo interés. Uno: A no soporta la separación y llama a B. Le promete dejar en el armario su traje de hielo. B lo ama con locura y lo acepta de nuevo. Pero a pesar de las promesas, la esencia de A es el hielo, el fuego la de B, y de nuevo la cosa no funciona. ¿Conclusión? El planeta afronta la extinción definitiva de la especie. Otro final: al separarse, uno de los dos lleva ya la semilla del otro. Pero el nuevo ser es una especie de híbrido incompatible con ellos, llámalo C, con el que A y B no podrán jamás formar una familia y vagarán los tres en solitario. Y esto no son más que dos ejemplos, podría extenderme con un tercero o un cuarto pero es que ahora, de pronto, el terceto y el teclado están derivando hacia territorios mucho más heterodoxos y me transportan a rincones altamente sensitivos: Blues, jazz, tecno, folk... El éxtasis. Los pelos como escarpias. Cierro los ojos: la excelencia existe y puede ser reparadora.

De pronto noto un codazo de Amanda. ¿Dónde estoy? Deshago la madeja de mis piernas. Me incorporo en la butaca, tengo dolorido el cuello, me había quedado dormido. Miro al escenario y no comprendo nada. Ya es demasiado tarde, está acabando la función. Pero salta a la vista que me he perdido lo más interesante. La fusión definitiva de A y B ha tenido lugar y lo único que llego a contemplar es el final de la degradación de ambos. El personaje de Fuego se extingue, lo juro, se extingue físicamente con una verosimilitud que pasma, se apaga y desaparece ante mis ojos por completo (¿dónde está el actor?), y a su vez el Personaje de Hielo se empequeñece poco a poco abrasado por el calor, se derrite y también desaparece y en su lugar solo queda un charco de agua que se escapa por el sumidero. Y más: la pantalla arde, las cortinas arden y también desaparecen mientras una sinfonía desacorde y fatigosa de Wagner despide el espectáculo.

Miro hacia atrás con disimulo. También los Pérez o López o Martínez parecen despistados, como recién salidos del sueño, pero aplauden, y a imitación de otros espectadores, se acaban de poner en pie.

Los actores no aparecen, no salen a saludar. Los músicos se levantan y se inclinan.

Se cierra el telón.

Perfil

  • Marisol Ortiz de Zárate Nacida y residente en Vitoria, ha desarrollado su carrera literaria en el ámbito de la novela histórica, la novela infantil y juvenil, el relato, etcétera. Con 'Una historia perdida' ganó el Premio Felipe Trigo de novela. 'La fabuladora' es su última obra publicada.

  • Más información www.marisolortizdezarate.com

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