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Por mucho que uno lea y solvente carencias con buenos autores que tenía pendientes, el piélago de lo no leído siempre será inmenso, lo cual es bueno por lo que aún te aguarda, pero también frustrante por lo que nunca descubrirás. El guatemalteco Eduardo Halfon ... era uno de tantos escritores notables que no había pasado por mis ojos. Como dentro de pocos días lo conoceré en persona, le pediré que me firme y leeré en breve 'Un hijo cualquiera', su nuevo volumen de relatos conectados entre sí. Para aproximarme a su obra antes de ese encuentro, he leído uno de sus títulos emblemáticos, 'El boxeador polaco', una serie de cuentos narrados en primera persona por un personaje que también se llama Eduardo Halfon y que se arman desde una mirada irónica y serena que aúna impasibilidad y parsimonia. El breve relato que da título al libro, cuenta lo que le cuenta su abuelo judío, un polaco superviviente de Auschwitz, que refiere cómo le ayudó a sobrevivir en el campo de exterminio un boxeador polaco a quien los SS mantenían con vida porque les divertía verlo boxear en combates de los que no se hace más que esa escueta alusión.
Ese boxeador profesional polaco era Tadeusz 'Teddy' Pietrzy-kowski, que fue obligado a boxear en medio centenar de combates, de los que solo perdió uno, y también sobrevivió a Auschwitz. Hay una película polaca de 2020, 'El campeón de Auschwitz', de Maciej Barczewski (los nombres polacos tienen más consonantes que una onomatopeya de cómic), que no está mal y se centra en la historia de Teddy y su odisea boxística entre los nazis.
El ambiente del boxeo y sus alrededores, que podría considerarse un subgénero dentro del negro por los chanchullos, los mafiosos y el frecuente perdedor en la vida que es un boxeador, brinda buen material literario y cinematográfico. Ya dentro del cuadrilátero, el cine ha dado muchas secuencias brillantes de combates, pero contarlos con palabras sin caer en una mera descripción que remeda una cámara, es difícil. Lo intenté en una novela mía, procurando hacerlo desde la subjetividad de uno de los púgiles, con el intercalado de su palabra interior y con un ritmo intenso, el del propio asalto; me dio mucho trabajo. En este sentido, un cuento magistral es 'Por un bistec', de Jack London. Narra el combate por una magra bolsa de un viejo boxeador en decadencia; tiene que ganarlo para poder alimentar a su familia en la miseria. El veterano Tom King tiene la superioridad técnica necesaria para vencer a su joven contrincante, pero le faltan las fuerzas para completar la serie de golpes y noquearlo cuando lo tiene acorralado. Ha tenido que cenar solo un platito de gachas y le falta la energía que le habría dado un filete de carne que a su mujer no le fio el carnicero. Al final, vuelve a casa derrotado, a pie por el largo camino y con los bolsillos vacíos. La narración que hace London del combate completo es precisa y vibrante.
Recuerdo como una gran novela norteamericana 'Más dura será la caída' (1947), de Budd Schulberg. Es la amarga historia de un inocente gigante argentino a quien un 'gangster' neoyorquino quiere convertir en campeón del mundo de los pesados y en realidad es un paquete. El campeón del peso pesado Gene Tunney dijo que era la novela más fidedigna que se había escrito sobre boxeo. Mark Robson la llevó al cine con el mismo título, sólido resultado y una memorable interpretación de Humphrey Bogart. Un cuento muy conocido de un escritor que me gusta mucho es 'Young Sánchez', de Ignacio Aldecoa. Ambiente de boxeo español a través de los anhelos de un joven que quiere salir de la pobreza del barrio durante los oscuros años del franquismo. Mario Camus dirigió en 1963 la película basada en el relato.
Desde el periodismo se puede hacer buena literatura sobre boxeo. Así lo demostró el maestro de columnistas Manuel Alcántara en sus artículos sobre tantas veladas del deporte de las dieciséis cuerdas. Y hay un libro estupendo, 'La dulce ciencia', que recoge un montón de artículos de los años cincuenta de A.J. Liebling, que fue corresponsal de guerra, colaborador en 'The New Yorker' y entusiasta gastrónomo. A Liebling le basta con la descripción del atasco de coches y de gente que se monta a la salida del Madison tras un gran combate, y del rodeo al que se obligado para llegar al restaurante donde tiene mesa reservada, para conseguir una magia narrativa comparable a la de Truman Capote.
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