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Sábado, 27 de abril 2024, 00:22
Si usted ha estado en Viena y ha cumplido con el rito de ir al hotel Sacher y degustar en su cafetería la famosa tarta ... que lleva su nombre puede que haya estado en el lugar exacto desde el que Beethoven dirigió, o pensó que dirigía -en realidad, los músicos hacían caso a Umlauf- su última sinfonía. El Kärntnertortheater fue demolido apenas medio siglo después de ese estreno, y el célebre hotel se levanta justo en el solar que quedó libre. Lo de la tarta tiene algo de simbólico: es el producto vienés por excelencia, cuando la Novena debería estar asociada a algo más bien británico, como el pudin. No en vano fue un encargo de una entidad londinense que, implícitamente, suponía que el estreno debía producirse también allí. Algo que no ocurrió.
La Sociedad Filarmónica de Londres (Real Sociedad Filarmónica desde comienzos del siglo XX) fue fundada en 1813 con la participación de relevantes personalidades de la aristocracia y la naciente burguesía de la capital británica. En el primer concierto que la sociedad organizó ya estaba Beethoven en el programa. El vínculo entre el compositor y la entidad fue muy profundo: además de la sinfonía, esta le encargó cuatro oberturas. Ese activismo musical de los primeros años se prolongó durante todo el siglo XIX, de forma que los compositores atraídos para realizar encargos y estrenar o dirigir en sus ciclos son muchos y de primera fila: ahí están desde los citados Mendelssohn y Saint-Saëns, a Berlioz, Wagner y Chaikovski. Ya en el siglo XX, la sociedad ha estado vinculada a la Sinfónica de Londres y la Royal Philharmonic. Desde 1989 otorga unos prestigiosos premios con carácter anual.
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