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IRATXE BERNAL
Sábado, 19 de enero 2019
Poco generoso se mostró Carlos V con quien consiguió finalizar la proeza imaginada por Magallanes. Tan solo un escudo de armas (un globo terráqueo con ... la leyenda 'primus circumdedisti me', 'el primero que me rodeó'), una renta anual de 500 ducados de oro que no llegó a recibir y el perdón de una condena pendiente. Nada más ganó Juan Sebastián Elcano por engalanar el currículum imperial con otra hazaña.
Irónicamente, aquella condena perdonada tenía su origen en otra recompensa real no cobrada. Elcano procedía de una familia de marinos de Getaria (donde nació probablemente en 1476 o 1477) con pesquero propio, por lo que desde muy joven vio la estela bien marcada. Tras aprender a navegar en barcos que aprovechaban que los fueros permitían eludir algunos impuestos aduaneros para comerciar con los principales puertos europeos, adquirió su propia embarcación y cambió la pesca, el comercio y muy probablemente también el contrabando, por un negocio mucho más rentable: la guerra.
Al menos, de entrada. En 1509 participó en la toma de Orán sufragada por Cisneros y cobró puntualmente por haber ayudado con embarcación propia a aumentar la gloria castellana. Después, llegó un nuevo conflicto en Italia y quiso repetir suerte a las órdenas de el Gran Capitán, pero esta vez no hubo fortuna. Literalmente. La corona retrasó el pago por sus servicios y, para evitar motines entre los tripulantes de su barco, Elcano tuvo que hipotecar el navío a unos banqueros saboyanos. Finalmente, asumiendo que no habría dinero, acabó entregando la propiedad con lo que incurría en un delito por haber facilitado que una embarcación armada acabara en manos extranjeras en tiempo de guerra.
El perdón real pasaba por la confiscación de la mitad de su patrimonio personal y el pago del precio del barco, por lo que Elcano optó por huir y buscarse la vida en el lejano y ajetreado puerto de Sevilla. Allí supo de los planes de Magallanes, quien, dado lo precario de las naos cedidas por la corona y lo incierto del viaje, tenía problemas para formar su tripulación y no pedía demasiada documentación para aceptar solicitudes.
Elcano inició la expedición como maestre de la nao Concepción y, ya en Filipinas, cuando está fue quemada debido a su mal estado pasó a la Victoria por orden del Gonzalo Gómez de Espinosa, nuevo capitán de la expedición tras la muerte de Magallanes. El apresamiento por los portugueses de la Trinidad, la nao que llevaba el propio Gómez de Espinosa, convierte a Elcano en capitán de la única de las cinco naos que terminó el trayecto. Falleció cuatro años después víctima del escorbuto en otra expedición a las Molucas, la de fray Francisco José García Jofre de Loaísa, en la que se descubrieron el cabo de Hornos y las islas Marshall.
El 27 de noviembre de 1520 Fernando Magallanes vio confirmada parte de su cabezonería; había un paso entre el Atlántico y el mar del Este. Un inmenso océano, que bautizó como Pacífico, se abría ante sus ojos y le acercaba a las islas de las especies por una nueva ruta. Toda una traición a su Portugal natal.
Formado en la corte de Juan II, donde fue paje de la reina, con 25 años se alistó en la Armada de la India, la flota que defendía los intereses lusos frente a musulmanes y venecianos en el mar Arábigo. Así inició una prometedora carrera militar y puede que hasta política que le llevó a Marruecos, donde tras participar en la batalla de Azamor obtuvo un puesto en la administración colonial, pero que quedó rápidamente truncada al descubrirse que realizaba tratos comerciales con los enemigos moros.
Defenestrado, Magallanes regresó a Lisboa donde leyó las cartas de navegación de Rui de Faleiro, un cartógrafo amigo que aseguraba que la Tierra era redonda y que las Molucas debían de estar muy cerca de las costas occidentales de las tierras descubiertas por Colón. Para comprobarlo, pidió al rey Manuel, el Afortunado, que le financiara una expedición, pero Portugal no tenía nada que ganar con aquella demostración. Todo lo contrario; hoy sabemos que trazando esa línea correctamente las Molucas caen del lado portugués del acuerdo, pero si la Tierra era redonda y de las dimensiones calculadas por Rui de Faleiro, el antimeridiano de Tordesillas hubiese dado la soberanía de las islas de las especies a los españoles. ¿Por qué iba Portugal a levantar la liebre?
Magallanes asume que se ha equivocado de rey y marcha a Sevilla. Allí, se casó con la hija de una influyente familia de origen portugués y buscó los contactos necesarios en la Casa de Contratación para que su propuesta llegara a oídos del monarca para el que realmente podía tener interés; Carlos V.
De carácter enérgico y autoritario, no le temblará el pulso para enfrentarse por el control de la expedición con el propio Rui de Faleiro (discuten por ver quién lleva el estandarte real) hasta que la intermediación oficial obliga al cartógrafo a quedarse en tierra. Tampoco para ejecutar o abandonar en parajes despoblados a los capitanes que se amotinan durante la expedición, hijos de nobles familias castellanas descontentos porque tan importante empresa estuviera bajo mando de un portugués.
El 27 de abril de 1521, en Mactán (Filipinas), ese mismo genio y los cañones del Victoria le convencen de su superioridad ante los guerreros de líder local Lapu-Lapu. Pero la nao no puede acercarse a costa y los mosquetones de los cincuenta marinos que llegan a la playa no son nada contra los arcos y las flechas más de mil indígenas.
Ni él ni sus contemporáneos llegaron a comprender cómo se le había esfumado todo un día; por qué según su diario la nao Victoria llegó a Sanlúcar de Barrameda el 5 de septiembre cuando en realidad era día 6. Tampoco importó demasiado. Nada restó credibilidad a la crónica de Pigafetta.
Este 'patricio vicentino', según definición propia, trabajaba como secretario de Francesco Chiericati, nuncio de León X en España, cuando supo del proyecto de Magallanes. Decidido a ser algo más que un cronista palaciego, tiró de contactos y viajó a Barcelona, donde estaba Carlos V, para conseguir las recomendaciones con que presentarse ante el portugués.
Así embarca en la nao Victoria como 'sobresaliente al servicio del capitán', quien gustoso accede a llevar un cronista que además desarrollara labores 'diplomáticas' y más de una vez será enviado a parlamentar con caciques locales.
En 1522, después de entregar en mano una copia de su crónica al monarca español, viaja por Portugal y Francia relatando su aventura ante las cortes de ambos países antes de acudir invitado por el papa Clemente VII al Vaticano y regresar finalmente a su natal Vicenza. Allí se pierde su pista, porque irónicamente tratándose de un cronista, se desconoce tanto su fecha de nacimiento como la de defunción.
Tiene 18 años, aún no domina la lengua de estos reinos y desconfía de unos vasallos que ven en su hermano Fernando, nacido y criado en Castilla, un mejor sustituto del rey católico como tutor de su madre, la reina loca. Pero llega con paso firme, decidido a crear un imperio de reñidas fronteras en Europa e inexplorados horizontes en las Indias.
Y para lograrlo está dispuesto a escuchar casi a cualquiera, sobre todo si le promete riquezas más tangibles que el aún incierto El Dorado americano. De modo que, pese a los parcos razonamientos, cuando Fernando de Magallanes le asegura que puede llegar a las Molucas por el este y acceder a las preciadas especies sin romper ningún tratado internacional, no pierde el tiempo. El 22 de marzo de 1518, solo seis meses después de llegar a España, con la jura ante las Cortes de Castilla aún reciente y la de Aragón todavía pendiente, firma en nombre de la reina propietaria la capitulación a favor del hidalgo portugués.
Cuando el 8 de septiembre de 1522 la única nave que ha completado la expedición regrese a Sevilla, Carlos ya será Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, habrá alejado a Fernando de cualquier tentación enviándole primero a Flandes y nombrándole después archiduque de Austria, y lucha contra sus propios vasallos en las Germanías después de haber aplastado el movimiento comunero.
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