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Cuadro de John William Waterhouse 'Hylas y las ninfas'.
Lecturas

Prohibido molestar

Puritanismo en el arte ·

Pintura, literatura, música y cine sortean la presión de lo políticamente correcto que los cuestiona, rechaza y encorseta

Luisa idoate

Viernes, 31 de julio 2020, 23:35

Le parece «sexista y en extremo insultante» que el Lobo Feroz le advierta del peligro de entrar en el bosque y, cuando se abalanza sobre ella para devorarla, «grita por la deliberada invasión de su espacio personal». Así es Caperucita Roja en 'Cuentos infantiles políticamente ... correctos' (1994), del humorista James Finn Garner. Tiene tantas lecturas como lectores. Para unos, es la parodia de la corrección política llevada al extremo; para otros, la actualización humorística de cuentos clásicos discriminatorios, moralistas y obsoletos; y muchos alaban su crítica social. «Tenemos la oportunidad -y la obligación- de replantearnos estos cuentos» para reflejar «la época en que vivimos», advierte el cómico. Y pide sugerencias para rectificar «actitudes inadvertidamente sexistas, racistas, culturalistas, nacionalistas, regionalistas, intelectualistas, socieconomistas, etnocéntricas, falocéntricas, heteropatriarcales o discriminatorias por cuestiones de edad, aspecto, capacidad física, tamaño, especie u otras no mencionadas…». Su sátira es hoy realidad.

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«El arte no es un espejo para reflejar el mundo sino un martillo para golpearlo», escribió Maiakovski

Los museos descuelgan cuadros, hostigados por quienes los ven demasiado insinuantes, realistas, edulcorados, evidentes… Se reinventan los relatos tradicionales: 'La principesa', 'Pulgarcita', 'Ceniciento', 'Bello y Bestia', 'El patito que no era feo (pues no era patito)'… Se pintan sujetadores a las sirenas. Se camuflan las realidades incómodas con eufemismos y redundancias. Todo se repite. Según cuenta Plutarco en 'Vidas paralelas', Julio César culpó a Pompeya de que Publio Clodio Pulcro quisiera acercarse a ella: «No basta con que la mujer del César sea honesta, tiene que parecerlo».

«El arte no es una sumisión, sino una conquista», escribe André Malraux en 1934. Pero todo poder lo intenta ajustar a su causa. No siempre lo logra. Las vanguardias rusas que confrontan al arte zarista y burgués a principios del siglo XX tampoco contentan al comunismo, que las considera elitistas. Para Hitler, los movimientos artísticos de esos años son 'arte degenerado', 'entartete kunst', que confisca y revende para financiar el nazismo. En España, a mediados del siglo XX, lo políticamente correcto lo impone el franquismo y lo bendice la Iglesia. Para el benedictino Germán Prado, las novelas son «papeluchos infectos, cantos de sirena, voces de arpía, mal disimulados con el atuendo literario de una trama de pecaminosos amoríos».

En 1959, el jesuita Ángel Ayala arremete: «El cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán acá. Más calamidad que el diluvio universal, que la guerra europea, que la guerra mundial y que la bomba atómica».

Capilla Sixtina, obra de Miguel Ángel.

Ideología contra estética

'Il Braghettone'. Así ha pasado a la Historia Daniel Volterra, que, en 1565 y por orden de Pío IV, cubre con calzones los desnudos del 'Juicio final' de la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel. Es una de tantas. En 1573, la Inquisición obliga al Veronés a rebautizar la 'Santa Cena' como 'Comida en casa de Levy' porque los comensales le parecen indignos: «¿Os parece adecuado que en la Última Cena de Nuestro Señor se pinten bufones, borrachos, alemanes armados, enanos y otras vulgaridades semejantes?». No hace falta ir tan lejos. En 1969, la Kunsthalle Bern de Suiza exige a Dorothy Lannone tapar los genitales de 'La unidad extática' para exponerla. En 1999, el entonces alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, demanda al Museo de Arte de Brooklyn por exhibir 'La santa Virgen María', de Chris Ofili, hecha con excrementos de elefantes y escoltada por recortes de nalgas femeninas de revistas pornográficas. El Barbican Centre de Londres veta en 2014 la instalación del sudafricano Bett Bailey, que denuncia los 'zoológicos humanos' del siglo XIX con modelos negros, vivos y enjaulados, por el rechazo social que genera. El Museo Leopold de Viena acepta en 2018 la muestra del expresionista Egon Schiele, que centros de Alemania y Reino Unido desestiman por pornográfica.

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En una muestra sobre Troya, el Museo Británico advertía de que algunas piezas mostraban escenas violentas

La Art Gallery de Manchester retira en 2018 'Hylas y las ninfas', de John William Waterhouse, para reflexionar sobre el papel de la mujer en el arte; cede ante quienes denuncian la desnudez de las modelos del cuadro. En el polo opuesto, el Met de Nueva York se niega a descolgar 'Thérèse soñando' (1938), de Balthus, una púber recostada hacia atrás mostrando la ropa interior, que algunos ven demasiado sugerente. «Exhibiendo esta obra para las masas el Met da una visión romántica del voyeurismo y la cosificación de las menores», reza la protesta liderada por Mia Merrit. El Museo Británico antepone la tirita a la herida. En noviembre de 2019, la muestra 'Troya: mito y realidad' advierte al visitante de que las piezas expuestas contienen escenas violentas. En las mismas fechas, la Universidad de Cambridge elimina del comedor 'El mercado de las aves', de Frans Snyders, porque sus animales muertos y descuartizados molestan a los no carnívoros.

«El arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo con el que golpearlo», advertía el poeta y dramaturgo Vladimir Maiakovski hace un siglo. Parece estar de acuerdo Frédéric Durand al demandar en 2011 a Facebook, por desactivar su cuenta tras colgar en el muro 'El origen del mundo', de Gustave Courbet: una vulva en primer plano considerada gran exponente del realismo del XIX. La Justicia francesa admite en 2018 «una falta» de la red social al no dar «preaviso razonable» ni «razones de la desactivación», pero sin relacionarla con la pintura. Un arreglo económico salda la querella contra Facebook, que, a su vez, ha tenido que prohibir los contenidos que instiguen a la discriminación y el odio, cediendo al boicot publicitario de 160 empresas que le ha causado un descalabro en Bolsa.

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'El origen del mundo' de Gustave Courbet. 'Mujer tumbada' de Egon Schiele, y 'La santa Virgen María' de Chris Ofili.

Deporte y cine

También ha reculado el dueño de los Redskins (pieles rojas) de Washington. En 2013, Daniel Snyder dijo que «nunca» cambiaría el nombre a su equipo de fútbol americano. «Pueden ponerlo en mayúsculas, si quieren», retó. Presionado por patrocinadores como Nike y Pepsi, anunció a primeros de junio «una revisión exhaustiva» del nombre, en respuesta a «los eventos recientes» del país y a las opiniones de la comunidad. En los útimos años, las críticas le obligaron al cambio del himno del equipo y los disfraces de las animadoras, que imitaban la danza de la lluvia con plumas en la cabeza.

Los promotores de James Bond no ceden. ¿El nuevo 007 debe de ser un negro o una mujer? Difícil elección entre dos candidatos políticamente correctos: ¿por cuál optar? Unos defienden que es hombre desde 1962 y lo políticamente correcto es mantener la tradición; la misma que agravia a las partidarias de una 007 con licencia para matar. No ve dilema la productora Bárbara Broccoli. «Puede ser de cualquier color, pero es hombre». Cambiar el sexo de un personje icónico es «perjudicial» para las mujeres. «Somos más interesantes que eso», sostiene, y reclama la creación de personajes femeninos fuertes. La factoría Disney los fabrica y adapta a las conveniencias del momento: transforma a la pelirroja princesa Ariel de 'La Sirenita' en una heroína de carne y hueso, encarnada por la afroamericana Halle Bailey, y hace caja.

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Es otra censura

«Vivimos la sacralización de lo correcto, que parece llevarnos a un neopuritanismo. Hay una preocupante modificación del sentido de lo moral, que ahora es la náusea y el escándalo». Para Gregorio Luri, filósofo, pedagogo, escritor «y ante todo maestro», lo políticamente correcto tiene tres ingredientes. «El entusiasmo de conseguir un mundo mejor -que Kundera considera el opio del pueblo en el comunismo-, el control del lenguaje y el miedo, que atemoriza pero no convence y nos empuja a la hipocresía victoriana: hacemos una cosa en la calle y otra en casa». Prima el sentimiento sobre la razón, admite. «Pero, a mí, la empatía me parece sospechosa y peligrosa. Un timador empatiza de primera y aprovecha tus debilidades. Y Maquiavelo es un empático que maneja el sentimiento de maravilla».

Descubre tras lo políticamente correcto «un peterpanismo adolescente que se niega a afrontar una vida adulta». Una tendencia procedente de EE UU, donde ciertas universidades rechazan a grandes filósofos por su visión sesgada de la cultura, señala. «En nuestra sociedad, si no eres víctima, no eres nadie. Eso te da visibilidad política y cierta bula para ser inmoral. Lo malo es que las auténticas víctimas, las genuinas, no tienen ni tiempo para protestar y no se les ayuda». El victimismo exige continuamente nuevos filones, «y cualquier persona resulta sospechosa». Más que una dictatura, puntualiza, «es una dictablanda, una censura previa interna como el nihil obstat de los libros religiosos». Pero la naturaleza se impondrá, piensa.

«Es un movimiento con tantas contradicciones interiores que acabará enfrentándose a sí mismo. Sus excesos lo colapsarán y todo quedará reducido a lo esencial: el respeto por los demás, el cuidado exquisito de la naturaleza, la inviolabilidad del domicilio…». Luri atisba el arranque de la corrección política en una frase de 'Frankenstein o el moderno Prometeo', de Mary Shelley. «El monstruo suplica: 'Concededme la felicidad, y volveré a ser virtuoso'. Hasta entonces era la virtud lo que llevaba a la felicidad, no al contrario como pasa ahora». Y recuerda que la madre de la autora, Mary Wollstonecraft, dice en 'Vindicación de los derechos de la mujer' (1792) «que la razón no tiene sexo, y yo creo que tampoco tiene raza».

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