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Siempre que se habla de poesía mística tendemos a volver las mirada al siglo XVI. Pero ese es un género que ha tenido en nuestra ... lengua aportaciones más recientes. Son varios los autores, entre ellos Ricardo Gullón, que han señalado la inspiración abulense que puede advertirse en la poesía de Antonio Machado y en poemas concretos como el que leí en los libros de texto de mi infancia de los años sesenta y que estaba compuesto de siete conocidas y cantarinas cuartetas: «Anoche cuando dormía/ soñé, ¡bendita ilusión!,/ que era Dios lo que tenía/ dentro de mi corazón». En esa tarareante composición, las alusiones a la fontana y a la colmena, al ardiente sol y, finalmente, a la fusión onírica con la divinidad están reproduciendo de manera literal el mismo camino iniciático que traza Teresa de Ávila en 'Las moradas del castillo interior' y están recreando las tres vías místicas -la purgativa, la iluminativa y la unitiva- que recorre también Juan de la Cruz de una forma calcada y por el mismo orden respectivo en la 'Noche obscura del alma', el 'Cántico espiritual' y la 'Llama de amor viva'. Otra referencia más reciente de renovación en el género la aportó Ana Rossetti en 'Devocionario', un libro publicado en 1985 en el que nos brindaba una interpretación transgresora y sensual de la experiencia trascendente que no aspiraba exactamente a la santidad y de la que dan fe poemas como 'Los ojos de la noche': «Terminando el rosario a nuestros dormitorios/ subiremos donde el ángel maligno,/ que quiere atormentarnos, nos espera…»
Uno se ha acordado de estas referencias literarias leyendo 'Sonetos del parto', un reflexivo y excelente poemario que acaba de publicar el escritor donostiarra Juan Alberto Vich Álvarez y que aporta una personalísima versión de la travesía ritual de los autores místicos. En el prólogo a su libro, el filósofo madrileño Rafael Narbona destaca ese aspecto trascendente de los sonetos de Vich pero a la vez lo relaciona con el carácter existencial y heideggeriano de estos. Hay en esa constatable combinación una paradoja, pero no una contradicción. La poesía de Vich hace acuse de recibo de la condición humana, de la conciencia del individuo como un «ser-para-la muerte», pero esa trágica circunstancia no le niega ni le resta capacidad de trascendencia, como tampoco le condena a la desesperación, sino que es la que da sentido a la vida y al nacimiento al que hace alusión el propio título del poemario.
La perspectiva mística de Vich en los 'Sonetos del parto' no supone una enajenación del ser en aras de un beatífico estado de gracia, sino la conciliación del poeta con el lado oscuro, doloroso y efímero de la existencia. De este modo, en los dos tercetos que cierran el poema titulado 'Nacer, que es morir' se produce ante a la pérdida realista de la esperanza una reafirmación vital y ontológica: «No abandona -el ser- la fría ceniza,/ perdura firme en su estar-ahí-siendo,/ mientras tenga la historia su recuerdo./ Y, vista la memoria escurridiza/ de los viejos estando-ahí-muriendo,/ guardo mis miedos y esperanzas pierdo».
En realidad son tres las claves que inspiran esas páginas: la «iniciática» a la que he aludido y que nos introduce en el camino del pensamiento místico; la «existencial», que se centra en el hecho del aterrizaje en la realidad caduca del mundo, y la «pedagógica», que siempre ha estado de algún modo presente en toda la trayectoria literaria de este autor. Ya en su novela 'La siega', publicada en 2017, su protagonista y narrador en primera persona, un desequilibrado aprendiz de poeta que coge por las solapas al lector para mostrarle una interioridad confidente, hace valer su condición filial ante un progenitor al que no le perdona que abandonara a su madre, la cual ya se encuentra bajo tierra. A ese texto, que se aproxima en muchos momentos al género de la novela de formación, hay que sumar 'Los problemas de tener un hijo suicida', un original ensayo que, como su título indica, vuelve a abordar la condición filial y la paterna como un hecho conflictivo.
En sus poemas, Juan Alberto Vich Álvarez no busca la perfección formal sino la interior. Conoce bien las fases de la vivencia mística y las recorre sirviéndose de las potencias del alma hasta alcanzar una plenitud que identifica con la paternidad.
«Fruto mío eres tú, y del resto germen.
La cicatriz aguarda mientras duermen
los hijos potenciales de este parto».
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