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Letraheridos imaginarios

Pirolítico Cansino, vate cocinero

A este chef le gusta declamar ante los clientes de su restaurante unos versos que tratan acerca de un único tema: la gastronomía

Juan Bas

Sábado, 24 de noviembre 2018, 04:00

Pirolítico Cansino es el dueño de 'El cazo con rima', prestigioso restaurante de cocina creativa (una estrella Chinchulín) situado en la falda boscosa del monte Zurracapote, al norte de Navarra; es imprescindible GPS o un guía de montaña para encontrarlo. Pirolítico, Piro para sus empleados y la entregada clientela del Zurracapote, oficia tanto en las cocinas de su templo coquinario como en el suntuoso comedor (Piro mete al final buenas hostias en la factura), donde saca a la luz su alma de poeta. Porque Pirolítico Cansino suelta versos por doquier desde que echó los dientes. Su obra poética, íntegramente publicada por iniciativa propia y de su bolsillo en el formato digital de Armazón, sección Residuales, se engloba bajo el título 'Poemas con sustancia calórica', volumen virtual al que añade poemas un día sí y otro también con la constancia de un incansable fogonero de la lírica.

Pero lo que de verdad le gusta al chef Cansino es declamar sus poemas escritos en verso entre libérrimo y ripiado a la parroquia de 'El cazo con rima', a pie de cada paciente mesa. Su obra contempla un único tema: la gastronomía. Piro tiene para cada plato de su extensa carta un poema de referencia. Así, por ejemplo, a quien pide su pichón a las nueve cocciones con nabos tiernos y 'tosta' de maíz salvaje con aceite de olivos jienenses milenarios le declama con ilusionado brío un estólido poema que comienza: «Honesto nabo que al fin y al cabo desde tu humildad celas para que el regio pichón no pierda su majestad, vela también por la aceitosa tostada, que la pobre se siente ninguneada entre tanta celebridad». O para la ostra normanda planchada y envuelta en sutil celofán de pasta fresca aromatizada con humo de alcornoque joven, guarda en la despensa métrica una insensata oda que arranca: «No te duelas impasible bivalvo de tu envoltura de imperdible regalo, que nada malo hay en esa pastosa frazada que te abriga. Que Dios te bendiga por tu mansedumbre, ostra ostentosa. Mas si de tu humeado sudario acabas hasta más arriba de la concha, te permito exclamar en un momento dado: ¡ya basta, pasta, hasta aquí hemos llegado!». Y así, de este pelo, Pirolítico endilga engendros poéticos hasta para el café con chupito.

  • es una serie de retratos de escritores tan irreales como probables

Como en la mayoría de los restaurantes de ínfulas y precios acordes a las mismas, 'El cazo con rima' cuenta con un pequeño ejército de becarios que, a cambio de trabajar gratis hasta la extenuación, son iniciados en los secretos culinarios del chef Cansino. En realidad, lo único que hacen es fregar ollas, mondar y picar; tan didáctico como mirar una pecera para aprender a nadar. Los que tragan con todo y aguantan la prolongada explotación hasta el final (bastantes tiran el delantal y huyen), saldrán del monte Zurracapote con una carta de recomendación, también en forma de poema, escrita de puño y letra y firmada por Pirolítico.

Los becarios, una docena de hombres muy jóvenes (Piro no quiere amontonamientos carnales en sus dominios y la homosexualidad no la contempla), tras jornadas laborales de doce y catorce horas, pernoctan en una precaria cabaña de troncos, que le hubiera parecido un inhabitable chamizo incluso a Daniel Boone, que dista doscientos metros del restaurante. Les está prohibido llevarse sobras de la cocina y sobreviven a duras penas con lo que pillan en el bosque, poco más que bayas, caracoles y algún pajarillo que tumban de un cantazo. Eso sí, el baño de que disponen es amplio: toda la espesura.

Pero lo peor no es la chabola con goteras, el agotamiento, el mal trato que recibe ni el hambre que pasa la docena de marmitones. Pirolítico es soltero y vive solo en un confortable apartamento dispuesto sobre el comedor. Cada noche, antes de irse a sus dependencias, visita la cabaña de los famélicos con la disculpa de darles consejos para el servicio del día siguiente; en realidad, aprovecha el forzoso encuentro para soltarles buena parte de su obra, que por supuesto se sabe de memoria de pe a pa. El rapsoda prolonga la velada hasta altas horas, para desesperación de los ya desesperados, a los que les tocan diana a las seis de la mañana.

Pero una madrugada de domingo, día que 'El cazo con rima' cierra por descanso semanal y es el único que los muchachos pueden salir del encierro (bajan el monte a pie hasta una parada de autobús perdida en la carretera), Piro se pasa de la raya aún más que de costumbre y los retiene para declamarles un poema de doscientos versos que ha compuesto esa misma noche preso del insomnio y la inspiración. El primero en enajenarse y meterle un feroz mordisco en el antebrazo es Peru Goseti, un chavalote del barrio Emporio, de Hernani, que sueña con chuletas. Al punto (de la carne), los demás secundan la acción y dejan a Piro como si lo hubiera enganchado una jauría de perros de cuento de Jack London. Los papeles del postrer poema de Pirorítico Cansino, a quien el acabado de su rustido no le habría parecido el óptimo, sirven para prender la leña de la hoguera.

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