
Pedazo a pedazo del último Panero
Golpe a golpe. ·
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Golpe a golpe. ·
La última etapa de su vida, recluido en Gran Canaria, fue fructífera. Buscaba en la poesía una realidad superior e independiente de su propia vidaCarlos Aganzo
Sábado, 12 de abril 2025, 00:01
Mientras el alma se hunde / los hombres siguen hablando». Eso escribe Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas, 2014) en uno de los primeros poemas ... de su libro 'Cantos del frío', publicado por Casus Belli en el año 2011. Posiblemente el principio del fin de su última etapa como interno voluntario en la unidad psiquiátrica del hospital de Las Palmas de Gran Canaria (eso que él llamaba «el manicomio del doctor Inglott»), y el primero de los textos que se recogen en el último tramo de su 'Poesía completa', publicado ahora por Visor, y correspondiente a su producción entre 2011 y 2014, cuando murió a los 65 años.
Ningún otro escritor de su tiempo como Panero, primero por voluntad personal y enseguida por la propia deriva de su enfermedad mental, puede llevar con más galanura la etiqueta de «poeta maldito». Maldito ante su familia, maldito ante la sociedad y maldito ante el propio universo de la literatura. Un autor cuya obra desarticulada trató vanamente de encajarse en el universo de los «novísimos», si bien había seguido, desde el principio, un inclasificable y desquiciado camino personal. Un camino, por otra parte, de inspiración y entrega absoluta a la palabra.
Entre el infierno de los hombres y el cielo oscuro de los ángeles, la obra de Leopoldo María Panero empezó a forjarse a finales de los años sesenta, al mismo tiempo como testimonio de su lucha antifranquista, que le llevó a la cárcel, y como rebeldía absoluta ante el mundo de sus padres, el poeta Leopoldo Panero y la escritora Felicidad Blanc. Aquello que sucesivamente reflejaron en sus películas Jaime Chávarri ('El desencanto', 1976) y Ricardo Franco ('Después de tantos años', 1994) en paralelo a sus hermanos, el también poeta Juan Luis Panero y el diletante Michi Panero.
Antes de que José María Castellet lo incluyera en su antología de 1970 'Nueve novísimos poetas españoles', Leopoldo María Panero ya había publicado 'Por el camino de Swann' (1968) y 'Así se fundó Carnaby Street' (1970), a los que seguirían una larga lista de poemarios y antologías, además de sus colecciones de relatos, sus traducciones y sus ensayos, la mayor parte de ellos sobre el mismo hecho de la creación poética.
Fue precisamente por aquellos años, coincidiendo con la escritura de su tercer libro, 'Teoría', cuando el poeta ingresó por primera vez en un centro de salud mental, a raíz de la esquizofrenia que había desarrollado durante su estancia en prisión. Entre los ochenta y los noventa, pasó un largo período en el psiquiátrico de Mondragón, antes de recluirse voluntariamente en el hospital de Las Palmas. Algo que no le impidió seguir creando una obra de amplia repercusión tanto dentro como fuera de España. En la última etapa de su vida, vivió con cierta estabilidad el ambiente bohemio de la ciudad canaria, y estuvo muy cerca de los profesores de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Las Palmas.
Con estudio preliminar y edición del catedrático de la Universidad de Zaragoza Túa Blesa, la 'Poesía completa' (2011-2014) de Leopoldo María Panero se suma a las dos anteriores recopilaciones de su obra poética correspondientes a los años 1970-2000 y 2000-2010, e incluye más de dos centenares de textos inéditos, además de los libros exentos 'Cantos del frío' (2011), 'Poemas del pájaro y la oruga' (2014), 'Rosa enferma' (2014), 'Estantigua sin arma que dé arma al imperium' (2015) y 'El ciervo aplaudido' (2016), algunos de ellos traducidos de sus versiones dictadas en italiano. Una lista en la que únicamente falta 'La mentira es una flor', no incluido en este volumen «por razones editoriales», ya que lo publicó Huerga & Fierro en 2020.
Una etapa fructífera la que refleja esta última andadura de la poesía de Panero, que se caracteriza no solo por la «alta frecuencia de sus declaraciones metapoéticas», como indica Túa Blesa en su estudio, sino también por la preocupación del poeta por encontrar en la poesía una realidad superior e independiente a la de su propia vida. La necesidad de escribir, desde esa «locura que brota del verso», sobre algunas de sus obsesiones recurrentes, como la enfermedad, el dolor, la muerte, la escatología o la devastación y la ruina del mundo; de presentar a la poesía como esa «mantis religiosa» que devora sin piedad a sus amantes más entregados. Pero también de tratar de preservar la pureza del poema como entidad ajena a la vida perturbada de los hombres. Como palabra que se expresa en sí misma y por sí misma. La lucha, sí, con los demonios de la carne mortal y del intelecto corrompido, pero al mismo tiempo la reivindicación de esa poesía que utiliza la palabra, el cuerpo y el cerebro humanos para expresarse. Poesía descontrolada que se instala en ese lugar imposible donde el espíritu «cae pedazo a pedazo» y donde la ruina del alma del poeta compone un poema que igualmente «cae sobre la página pedazo a pedazo». El paradigma absoluto del poeta y del poema malditos. Del poeta-médium, sobre la caprichosa necesidad de expresión del propio poema.
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